Gonzalo Moliner se ha estrenado como charquista
Les voy a decir una cosa.
A Marbella dice que no va. Que ni se atreve a ir después de lo de Dívar. Pero si le dejaran, viajaría en preferente porque entiende que no es bueno para su imagen ir en turista.
Vaya, qué habrán pensado los mindundis que viajan en la clase normal, normalísima, del AVE. El presidente del Poder Judicial, Gonzalo Moliner, cinco meses en el cargo -hombre cordial y sobradamente preparado-, se ha estrenado hoy como charquista, amigo de los charcos. Hoy, que no ha sido día de nieve ni de heladas, algunos se han entregado con entusiasmo al patinaje.
Explicaba el presidente del Consejo, y presidente del Supremo, en Radio Nacional lo diferente que es esta nueva etapa respecto de la anterior -que terminó, como sabemos, con la dimisión del señor Dívar por los gastos poco claros de algunos viajes con fines de semana largos- cuando se le escapó un lamento por la austeridad “pasada de rosca”. El nuevo régimen de gastos es tan estricto, dijo, que yo estoy obligado a viajar en el AVE en turista porque no se me permite hacerlo en preferente.
Y añadió estas dos frases que, casi seguro, van a necesitar de una rectificación pública: “Es tremendo. Ésa no es la mejor imagen para el presidente del Tribunal Supremo”. Chirrió. Escuchado en boca del responsable que llegó al cargo haciendo bandera de la austeridad, subrayando que era su obligación dar ejemplo ante una sociedad muy castigada por la crisis, este malestar por tener que viajar en un vagón corriente quedó ligeramente incoherente. Es una de esas cosas que empieza a decir un entrevistado y que hace a su jefe de prensa se le ponga la cara azul y se le enciendan todas las luces rojas.
El detector de charcos que llevan consigo todos los jefes de comunicación de los altos cargos empezó a hacer pi, pi, pi, y a esta hora aún sigue goteando. La austeridad suena muy bien hasta que uno empieza a sufrirla en su día a día. Y es entonces aparece esa idea de “una cosa es austeridad y otra pasarse de rosca”. Es entonces cuando uno dice: soy la cabeza visible de una de las instituciones del Estado y no me da derecho ni a viajar más cómodo.
Claro, cuando una reflexión como ésa la verbalizas delante de un micrófono, no debe sorprenderte que te lluevan piedras. Si viajar en turista da mala imagen, de coger el metro ya ni hablamos, ¿no? ¿Y dice usted que el primer ministro finlandés vuela en low cost? En bajo coste igual no, pero avión oficial no tiene. Va en vuelo comercial, en turista y haciendo escalas. Pero es que el primer ministro finlandés es del sector duro de la cofradía de la austeridad y en su país tienen otras costumbres: los políticos pueden moverse en transporte público porque la gente no se les echa encima. Cameron, el británico, también fue en metro una vez. Sólo una vez. Como Rajoy a la oficina del paro.
Bueno, con idea de animar a Moliner en este día que estará resultando para él un tanto incómodo, cabe decirle que, en contra de lo que él teme, ver a un alto cargo viajando en turista suele ser muy positivo para su imagen. Los viajeros salen del tren, o del avión, comentando: ¿te has fijado, Fulanito, con el cargazo que tiene y viajando como los demás, en clase barata? Son los que viajan en preferente los que sufren la mirada severa del resto del pasaje.
Esto en los aviones se nota mucho: incluso aquellos pasajeros vip que se pagan el billete de su bolsillo tienen que encajar la mirada de reproche que les dirigen los pasajeros que pasan por su lado camino del fondo. De manera que no se agobie, señor Moliner, porque viajar en turista beneficia a la imagen del alto cargo, siempre que el alto cargo sea conocido, claro, porque si nadie sabe quién es -que no digo yo que a usted le pase, pero a lo mejor sí que le pasa- pues da un poco igual cómo y a dónde viaje.
Que es justo lo contrario de lo que le pasa a Artur Mas, que no deja a nadie indiferente con el viaje que ha emprendido, la forma en que quiere hacerlo y los compañeros que ha elegido para realizarlo. Hoy, con gran satisfacción -como en las invitaciones de boda- los contrayentes, Oriol y Artur, ha comunicado su decisión de enlazar sus vidas y compartir un mismo destino durante esta legislatura. Contraeremos matrimonio el próximo día 21 en el Parlamento de Cataluña, nos gustaría contar con su presencia, se ruega confirmación.
El contenido del acuerdo se ha desvelado por fin ya hoy -son 19 folios que han publicado ya los diarios digitales- y no cabe descartar que Durán i Lleida lo haya conocido leyendo La Vanguardia, porque esta misma mañana aún decía que no estaba todo cerrado. Es un documento tipo programa electoral, con muchos puntos, muchas afirmaciones de buenas intenciones y mucho uso de estos verbos tan útiles para textos como éste: impulsar, abordar, afrontar. Impulsar una ley electoral, una ley de igualdad, una banca pública catalana, abordar una reforma universitaria, afrontar la regulación de la dación en pago. Todo muy de “ya iremos viendo lo que hacemos”.
El menos convergente de los documentos es el anexo 3, que es donde viene la política económica para la transición nacional, o traducido, la política económica que Artur Mas tiene que tragarse para poder recibir el apoyo permanente de Esquerra (“transición nacional” es el título que le ha puesto Mas a esta legislatura, que pretende que dure cuatro años después de haber acortado la anterior a sólo dos). Y es en este anexo donde la Convengencia i Unió que concurrió a las elecciones se transforma tanto -o se traviste tanto- que sale irreconocible en el retrato. Pasa de ser la formación liberal que abogaba por reducir la presencia de las administraciones en la actividad económica a convertirse en una máquina de poner impuestos que ríete tú de Montoro.
Anuncian los contrayentes que reclamarán al gobierno central que le permita tener a Cataluña un tope de déficit publico diferente al resto de las comunidades (entiéndase superior). Entretanto, toda la culpa de que el gobierno autonómico esté canino es del gobierno central y por eso no le queda más remedio que...poner más impuestos. Que, naturalmente (esto es un clásico) serán temporales, flexibles y solidarios. Serán más familias a pagar patrimonio, se sube el de sucesiones, habrá un impuesto a los grandes establecimientos comerciales, euroviñeta para los vehículos pesados, y gravamen a los refrescos y a las viviendas no ocupadas. Nueve impuestos nuevos. ¿Qué te ha traído Papá Noel? Nada. ¿Y Artur Mas? Más impuestos. El camino hacia la independencia les va a salir a los contribuyentes catalanes por un pico.