El monólogo de Alsina: Esta es la historia de un día de colegio en Peshawar
Les voy a decir una cosa.
¿Cómo se justifica uno? ¿Cómo hace creer a los demás, cómo se hace creer a sí mismo, que hay alguna razón que convierta en aceptable asaltar una escuela y matar niños?
Matar ciento treinta niños. ¿Qué código moral puede dar por buena una matanza de críos? ¿Cómo de desnortado es ese código para sembrar de cadáveres una escuela y presumir después de haberlo hecho? ¿Qué clase de islam es ése que predican, e intentan imponer a todo el mundo, esta gente llamada los talibán, y cómo es posible que incluso esto de hoy, 130 niños asesinados, cuente con el respaldo explícito o el silencio cómplice de miles de pakistaníes y afganos que constituyen la amplísima base social que mantiene activo este movimiento fundamentalista que llegó a gobernar Afganistán no hace tantos años?
Martes, 16. Diciembre de 2014. Ésta es la historia de un día de colegio en Peshawar. Peshawar, en Pakistán. Tan cerca de la frontera afgana, en el camino a Jalalabad. Un día de colegio contado por un niño. Un niño con voz de niño. Tendrá ocho, nueve años. Flequillo, la cara redonda, unos ojos enormes y un uniforme escolar (chaqueta, jersey) de color verde. Es uno de los que logrado salir hoy de su escuela con vida.
“El profesor bloqueó la puerta al escuchar disparos y nos dijo que nos tumbáramos en el suelo, pero esos hombres rompieron la puerta, dispararon primero al aire y luego contra nosotros. De pronto se fueron, a por otra clase”.
Hoy iba a haber sido -tenía que haber sido- un día corriente en el colegio. En una de las clases, a primera hora, tocaba enseñar a los más pequeños técnicas de primeros auxilios. Y allí estaba un doctor, explicándoselas. En el laboratorio de química tocaba examen, y allí estaban los alumnos mayores, respondiendo a las preguntas que les hacía el maestro...cuando el mundo se puso boca abajo.
El profesor que grita: escondeos bajo las mesas. Los hombres que irrumpen en el aula, llevan largas barbas y ropa que les queda grande, observan los alumnos, hablan árabe. Es todo lo que alcanza a ver. Baja la cabeza. Se hace un ovillo bajo la mesa. Oye gritos. Siente miedo. Ve a un compañero herido que se desangra.
El pánico, la parálisis, el deseo de que cesen los tiros, el instinto de vivir cuando los terroristas cambian de clase. La huida, por las ventanas, correr hasta alcanzar la calle. Seis o siete terroristas, dicen algunos supervivientes; hasta diez o doce, sostienen otros.
Media hora después del asalto llega el ejército pakistaní. Que acordona el colegio y empieza a revisar aula por aula. Intentan cazar terroristas. Peinan las clases una por una. Van buscando hombres armados. Van encontrando niños muertos.
Fuera de la escuela ha empezado el revuelo muchos minutos antes. Los testigos que han oído los tiros han dado la voz de alarma. La primera noticia que aparece en un medio informativo es de las doce y cinco minutos del mediodía en Peshawar. Dice: “siete heridos en un ataque, cinco de ellos niños”. A la vez que el ejército llega la primera ambulancia.
En realidad es una furgoneta blanca, con la leyenda que la identifica como ambulancia pintada en rojo y un enfermero que va con medio cuerpo fuera de la ventana moviendo el brazo para pedir paso. Después llegará otra. Y otra más. Cada vez más y cada vez mayores. Cinco minutos después de la primera noticia ya ha llegado a los medios el comunicado de autoría. Un portavoz del TTP afirma que han sido ellos. TTP: Tehrik i Taliban Pakistan, el movimiento talibán pakistaní asociado a los talibanes afganos.
“Es nuestra venganza”, alega el portavoz, “nuestra respuesta a la operación del ejército en Warizistán del Norte. Queremos que los militares sientan el dolor que sentimos nosotros cuando matan a nuestros hijos”. Con orgullo aún añade que los asaltantes tenían instrucciones para disparar a todos los estudiantes mayores. En realidad, y entre los muertos, hay niños de todas las edades.
Las siguientes informaciones serán confusas. Alguien dice que los niños están siendo secuestrados. Que puede haber hasta quinientos rehenes en la escuela. Los padres que van llegando quieren pensar que se trata de eso, de un secuestro con posible solución para volver a casa llevando a los críos consigo.
Pero empieza enseguida el goteo de noticias horrendas.
Las primeras informaciones sobre alumnos muertos. La evacuación de cuerpos que empiezan los militares en los bloques que han sido ya inspeccionados. Las ambulancias llevando heridos a los hospitales. El trasiego dramático en estos centros, el llamamiento a la población para que acuda a donar sangre cero negativo.
Y el número. El número cambiante que nunca deja de crecer. Primero eran dos los muertos. Luego diez. Más tarde dieciocho. Veinticuatro. Treinta.
Padres desesperados que reclaman saber dónde están sus hijos. El colegio tomado por los militares. Aún quedan terroristas dentro y nadie tiene permitido el paso. Padres desesperados, madres que exigen justicia.
Dos horas después del atentado se produce la declaración oficial del jefe del gobierno regional, Pervez Khatack: son 104 los muertos, dice, y los terroristas vestían uniforme del cuerpo de fronteras, un grupo paramilitar que colabora con las autoridades en la vigilancia del territorio fronterizo.
Una hora y media más tarde, de nuevo el sobresalto. Dos explosiones se escuchan en la escuela. Y más disparos. Para entonces Radio Pakistán eleva ya el número de muertos a 126. La mayoría, críos.
El primer ministro Nawaf Sharif, que se declara horrorizado, decreta los tres días de luto.
“Esto es un acto de barbarie, terrorismo en su expresión más brutal. Nuestros pensamientos están con las familias que han perdido a sus seres queridos. Y debo decir que la lucha continuará hasta que limpiemos nuestro país de terroristas. Nadie tenga duda de ello”.
A la vez ordenó, aunque esto no lo haya anunciado públicamente, diez ataques aéreos contra bases de los talibán en las zonas más próximas a la frontera. “Nuestra determinación para acabar con este grupo”, ha dicho el jefe del ejército, “es ahora más fuerte. No pararemos hasta eliminar a estas bestias y quienes las encubran”. Seis horas y media habían pasado desde el comienzo del asalto talibán a la escuela cuando la policía dio por terminada la operación contra los terroristas: todos ellos están muertos, dijo, levantando el despliegue, el jefe de operaciones especiales.
Ésta es la historia de un día de colegio en Peshawar. La ciudad puente entre los dos países. La más mestiza. Cobijo de expatriados, nido de espías, refugio de talibanes, laboratorio de los servicios de inteligencia. Hasta comienzos de este año estaba negociando el gobierno pakistaní con los talibanes tal como, en el país de al lado, negoció Hamid Karzai con los suyos.
La negociación se rompió con el atentado del aeropuerto de Karachi en junio y desde entonces el ejército, el gobierno, le tiene declarada la guerra a este movimiento y viceversa.
Atrás parecen quedar -aunque en la Casa Blanca no las tienen toda consigo-los vínculos nunca admitidos entre el servicio de inteligencia pakistaní y los talibanes, rota formalmente la alianza de éstos con Al Qaeda. Esto no es Homeland, es el juego real de maniobras, asociaciones temporales y sospechas. Como sus vecinos afganos, estos talibanes de Pakistán aspiran a controlar cada vez más territorio (ganando para la causa a los líderes tribales) y establecer en él la ley islámica.
El gobierno pakistaní, o el estado pakistaní, no es otra cosa, a sus ojos, que un aliado de Occidente, un obstáculo para la sharia, un enemigo de la causa. Golpear a ese enemigo forma parte, también, de la carrera que libran las organizaciones islamistas para liderar ese movimiento, carrera en la que el último corredor en incorporare, Estado Islámico, les ha tomado a todos la delantera.
La guerra de Afganistán, la guerra aquella que le declaramos todos al régimen del mulá Omar por dar cobijo a Bin Laden -quién daba cobijo a quién-, aquella guerra comenzó en 2001 y se ha ido terminando en este 2014 con la evidencia de que es una guerra que nunca alcanzamos a ganar. Lo talibán siguen controlando una parte notable de Afganistán y mantienen su capacidad -hoy se ha visto- de desestabilizar al gobierno pakistaní regando de sangre un colegio.
Ciento cuarenta muertos. Ciento treinta y seis heridos. La abrumadora mayoría de ellos, niños.
Padres y madres rezando en los hospitales para que sus hijos salven la vida.
Madres y madres identificando cuerpos y enterrando críos a lo que les fue arrebatada. 16 de diciembre. 2014. En Peshawar.
¿Cómo pretende alguien hace creer a los demás, y se hace creer a sí mismo, que hay alguna razón que convierta en aceptable asaltar una escuela y asesinar niños?