El monólogo de Alsina: Cuba y Estados Unidos, historia de un desencuentro
Les voy a decir una cosa.
Lo que convierte un hecho en acontecimiento histórico no es el eco, la notoriedad, que alcanza el día que ocurre, sino las consecuencias que produce y cuánto tiempo perduran esas consecuencias. A menudo ocurre que el día que ocurre ese algo que va a cambiar las cosas y a prolongarse durante años y años (y años), el protagonista de ese algo no es ni remotamente capaz de prever cómo de relevante acabará siendo eso que hoy ha hecho.
El día que empezó esta historia que hoy empieza a escribir su final -el enfrentamiento diplomático entre los Estados Unidos y Cuba, dos países vecinos dándose la espalda cincuenta y cuatro años— Raúl Castroera un joven de veintinueve años, uniformado, apocado y a la sombra de su hermano carismático, y Barack Obamaaún no había nacido.
Esto que en Cuba llaman el bloqueo y en Estados Unidos el embargo empezó ocho meses antes de que John Kennedy ganara las elecciones presidenciales del sesenta. Fue el viejo Eisenhower quien decretó las primeras restricciones al comercio con Cuba en respuesta a las expropiaciones que decretó, a su vez, el nuevo gobierno revolucionario de Cuba y que afectaron a empresas norteamericanas.
Fueron los intereses de los Estados Unidos perjudicados por el nuevo gobierno cubano –-no su filiación comunista, que aún no existía, o su asociación con la Unión Soviética, que tampoco se había consolidado— lo que inició este histórico y prolongadísimo desencuentro. Porque antes de eso, ni Fidel se declaraba antiamericano ni el gobierno de los Estados Unidos lo tenía proscrito. Él insistía en las entrevistas con medios americanos que no era comunista ni nada parecido.
Y en Washington aunque Eisenhower le rehuía, fue recibido por su segundo, un tal Richard Nixon, que estuvo receptivo -o eso se dijo— a la petición de ayuda financiera que hizo el nuevo líder de Cuba. La revolución, para consolidarse, necesitaba fondos, préstamos, crédito, y la primera puerta a la que llamó Fidel fue la que tenía más cerca, los Estados Unidos de América.
A aquel joven abogado que, al frente de sus barbudos, había acabado con el régimen de Batista se le veía, en Estados Unidos, con enorme curiosidad y una cierta admiración.
Pero con la reforma agraria y la nacionalización de empresas empezó el choque. De las restricciones al comercio y la importación de azucar se pasó al embargo comercial y se acabó en el cierre de embajadas. Fidel se declaró socialista y agarró el paraguas que le ofrecía Krushev (la Unión Soviética). Kennedy dio vía libre a la operación encubierta de la CIA para invadir la isla, aquella soberana chapuza que en Washigton llamaron Bahía de Cochinos y en Cuba playa Girón. Un fiasco para el nuevo presidente americano.
Y un triunfo para el nuevo dirigente de Cuba. Aupado, desde entonces, a la condición de garante de la independencia de la isla frente al imperio.
Después de Cochinos el gobierno americano idearía otros planes para descabalgar a Castro, incluyendo operaciones nunca llevadas a cabo que incluían el desembarco militar en la isla. Fidel aceptaría entonces la instalación de misiles soviéticos en su territorio y el mundo estaría a punto de ver cómo una guerra fría se convertía en guerra nuclear.
Todo eso sucedió en los cuatro primeros años de la revolución cubana. Todo sucedió entre el 59y el 62. Antes de que Oswald matara a Kennedy. Pero las consecuencias de todo aquello, las consecuencias de aquel primer embargo de octubre del año 60, se han prolongado hasta hoy.
Fue a las seis de la tarde de este 17 de diciembre cuando el hermanísimo Castro, Raúl, anunció el acuerdo con el gobierno norteamericano que incluye la entrega de Alan Gross, condenado por espionaje en Cuba y preso desde hace cinco años, y la puesta en liberta
Fue a las seis de la tarde de este 17 de diciembre cuando Barack Obama admitió que el embargo a Cuba no ha servido para promover la democracia, ni la prosperidad ni la estabilidad en la isla. Y que tal como ocurría en el año 61, cincuenta años después siguen gobernando los Castro.
Si el presidente norteamericano vino a admitir el fracaso del embargo, el gobierno cubano está lejos de admitir fracaso alguno. La entrega del americano Alan Grossha tenido como contrapartida la liberación de los cinco, o de los tres que quedaban de los cinco (agentes cubanos infiltrados en los grupos anticastristas de Miami a los que Estados Unidos condenó por terrorismo y que han sido elevados a la categoría de héroes nacionales durante años).
A estas horas la sociedad cubana digiere la noticia, enorme noticia, que les ha facilitado el régimen y que habrá que ir viendo qué efectos tiene en la vida cotidiana de los ciudadanos y en el precario nivel de vida que, en general, se sufre en la isla.
Tal como la sociedad norteamericana debate ya el paso que ha anunciado su presidente y que cuenta ya con un sector crítico muy vehemente, el que en el ámbito político encarna el senador Marco Rubio y que en Miami representa la vieja guardia de los exiliados, la primera generación de cubanos que abandonó la isla tras el triunfo de los barbudos y que nunca pensó que llegaran a ver el final del embargo permaneciendo el mismo régimen, y los mismos Castro, el La Habana. Cincuenta y cuatro años después de aquellas otras navidades en que se hizo historia.
Un año después del funeral de Mandela, cinco meses antes de la cumbre de las Américas, volverá a abrirse la embajada de los Estados Unidos en La Habana y habrá embajador cubano en Washington. A Barack Obama le quedan dos años de presidencia. Los Castro aún nadie sabe cuánto más aguantan.