Carlos Dívar se está acabando
Les voy a decir una cosa.
Para un nombre que ambos partidos bendijeron, y hay que ver cómo está acabando. Porque Carlos Dívar se está acabando, aunque él sea -como tantas veces ocurre- el último en enterarse de lo que le está pasando.
El presidente del Consejo General del Poder Judicial (cabeza visible de la judicatura en España), cuya promoción fue pactada en una conversación telefónica entre Zapatero y Rajoy -”he pensado en Dívar, qué te parece”; “a mí me vale, comprado”: así de simples son estas cosas-, el presidente del Poder Judicial está abrasado. No dar explicaciones a tiempo y no terminar, al final, de darlas, hace que se dispare la sospecha y que ya no te baste con decir “todo el tiempo he sido honrado”, porque la gente se pregunta “si todo fue siempre tan trasparente, ¿por qué te esforzaste en hacerlo opaco? Si tus viajes siempre fueron oficiales, ¿por qué te cuesta tanto explicarlos? ¿Por qué una parte de la agenda del presidente del Supremo requiere de carácter reservado?” No son éstos buenos tiempos para andar regateando, intentando ganar tiempo y jugando la baza de los asuntos de Estado.
Lo que uno tenga que decir, lo dice. Porque la honradez y el escrupuloso manejo de los fondos públicos son (o deberían ser) condición necesaria para desempeñar puestos institucionales tan altos. Cuando las cosas se hacen tarde, pierden su efecto benéfico. Carlos Dívar no quiso salir a dar la cara la semana pasada, pese a que hubo dos reuniones monográficas del CGPJ para hablar de sus viajes, y envió a la portavoz Gabriela Bravo a decir nada. Porque nada puede decir la portavoz de una institución del contenido de unos viajes cuyo motivo sólo conoce, al parecer, el interesado. Y quienes le acompañaran a la mesa en los restaurantes que, según la descripción de Dívar, pueden parecer lujosos pero luego salen muy apañados.
El presidente del Consejo no sólo evitó responder a las preguntas de la prensa -que está en su mano hacerlo, pero es un grave error-, sino que había evitado antes responder a las preguntas de algunos de los vocales del Consejo. Algunos que no han puesto en duda que la fiscalización de sus viajes a Marbella se hiciera conforme al procedimiento, pero sí que el procedimiento permite pasar por viaje oficial y cena de trabajo cualquier cosa, puesto que no hay que especificar los motivos.
Es verdad que no hay que especificarlos para que te dén por bueno el gasto, pero si en el Consejo te piden que lo hagas, que cuentes (para despejar cualquier sombra de duda) a qué fuiste y con quién comiste, lo natural es que lo hagas, no que trates unos viajes de fin de semana a Marbella como si fueran misiones secretas del servicio nacional de inteligencia -de esto no puedo hablar, asunto de Estado, ni pregunten-.
La semana pasada Dívar se buscó una excusa para no hablar: la fiscalía aún no se había pronunciado sobre la denuncia de Gómez Benítez. Ni como excusa era buena, porque la fiscalía se pronunció el lunes (tumbando la denuncia), el Consejo se reunió en pleno el jueves y el presidente siguió sin dar respuestas. Como tampoco las ha dado hoy, en su comparecencia, hoy sí, ante la prensa. Ha negado irregularidad alguna -ni jurídica, ha dicho, ni moral-, ha afirmado que su conciencia está tranquila y que ni se ha planteado ni se plantea abandonar el cargo. Uno es esclavo de sus palabras. Y Dívar ha comprometido su crédito al afirmar que todos los viajes eran protocolarios, es decir, propios del cargo que desempeña y necesitados, dice, de carácter reservado por el contenido de los mismos. Caso de que llegara a probarse que esto no fue siempre así, que hubo viajes no oficiales o actividades ajenas al cargo, la renuncia de Dívar sería obligada.
Y no duden de que ya hay personas trabajando para intentar demostrar el carácter privado de alguno de aquellos viajes. Sobre todo porque son los propios vocales del Consejo (la mayoría de ellos) quienes en privado admiten que algo, aquí, no encaja. Que hay tema. Aunque la mayoría de los vocales haya intentado también, sin éxito, darle carpetazo. Por el camino ha dejado el presidente del Consejo algunas frases que vienen a revelar lo necesitado que está de un baño de realidad. Por ejemplo, que los hoteles en que se alojó no eran de lujo, sino de cuatro estrellas. O que dos fines de semana al mes tampoco son tantos.
El presidente Dívar, que en dos ocasiones empleó la palabra “quebranto” para describir su situación emocional y la situación del Consejo, está, en efecto, quebrado. Cuanto más tarde en asumirlo y echarse a un lado, más agrio, para él, será este serial. Es posible que estemos ante una venganza de Garzón contra el presidente del Supremo. Alguien puso al vocal Gómez Benítez, claro, sobre la pista. Pero la historia se escribe así. Dívar está quemado. Si esto ha sido una vendetta, el juez caído, Garzón, puede celebrar que ha triunfado.
La confianza es elemento imprescindible, no sólo en los mercados financieros y no sólo para colocar a buen precio la deuda de España. La prima de riesgo aún anda desmadrada; el gobierno busca aliados fuera casi casi a la desesperada. En tus manos me pongo, Soraya, le habrá dicho Rajoy a su vicepresidenta única cuando ésta salió de la Moncloa camino del avión que la ha llevado hoy hasta Washington. Allí tiene su despacho la señora Lagarde, jefa del Fondo Monetario Internacional que se ha puesto a los griegos en contra por decir que en lugar de lamentarse podían probar a empezar a pagar impuestos, y allí tiene su despacho el señor Geithner, que sigue siendo ministro de Finanzas de Barack Obama, sin duda el jefe de Estado que más ha apoyado la exigencia de Rajoy de que el Banco Central intervenga para enfriar el mercado de la deuda -lástima que Obama, como sabemos, no sea europeo-.
Hoy ha estado el condeDraco, Mario Draghi, en el Parlamento europeo y ha dicho tres cosas: primero, que él no tiene la culpa de lo que nos está pasando, sólo faltaría, él nunca se equivoca; segunda, que no piensa ponerse a comprar bonos por mucho que lo pida el gobierno de España; y tercera, que lo de Bankia se ha hecho no mal, sino peor. El gobierno empezó por subestimar el problema y luego fue ofreciendo evaluaciones diversas, cada vez más altas. Peor imposible, ha venido a decir el italiano --sólo le faltan los colmillos en la cara de Drácula que se le pone cuando habla, que parece que disfruta contando lo mal que vamos--. A estas alturas, la oposición más dura no la tiene Rajoy en la Carrera de San Jerónimo, sino en Bruselas y en Frankfurt. La comisión europea, diciéndole al presidente la política que tiene que hacer; el BCE, diciéndole lo mal que lo ha hecho. Con tanta colleja lo van a dejar sonado.
En fin, también suceden cosas buenas. Hoy han empezado a cobrar los proveedores y hoy ha cobrado George Lund... que es un señor que ahora tiene ochenta años, pero una vez tuvo muchos menos, quince años, y se ganó unas perras repartiendo periódicos en su barrio, donde tenían su residencia familiar los Truman y donde Bess, la primera dama, había dado instrucciones para que le hicieran llegar el Examiner, diario de referencia de Independence, en Misouri. El chaval llegaba con el diario, los agentes de seguridad lo cogían pero...se olvidaban de pagárselo. George Lund se pasó años contando esta anécdota, la deuda de siete dólares con cincuenta que contrajo con él, sin saberlo, el presidente Truman. Hasta que llegó a oídos de la Biblioteca Truman, que gestiona el legado del presidente, y decidió que era hora de saldarla. Le han abonado intereses de demora. Los siete dólares y medio se han convertido en casi 57.