Aparici en órbita: ¿Qué es la flecha del tiempo?
Alberto Aparici responde en Más de uno a las consultas de los oyentes sobre temas relacionados con la física. Hablamos sobre la flecha del tiempo, tecnología en la Antigua Grecia y el oído de los insectos. Además, aprendemos de historia junto a Javier Cancho, que nos explica qué fue la Máquina de Anticitera, y Marta García Aller nos cuenta la historia de las rotondas.
Alberto Aparici, el físico de referencia de Más de uno, responde a las consultas de los oyentes sobre noticias relacionadas con la física. La primera pregunta está relacionada con el modo de invertir "la flecha del tiempo", una noticia leída por uno de nuestros oyentes.
Aparici nos explica que "esto no tiene nada que ver con viajar en el tiempo", sino con que un ordenador simule el “movimiento hacia atrás” de un sistema. Es decir, se diseñó un programa en un ordenador cuántico de forma que una partícula pareciera “ir hacia atrás en el tiempo”. Lo que pasaba es que todo alrededor de esa partícula estaba preparado para que esas cosas improbables y rarísimas ocurrieran, y pareciera que la partícula iba hacia atrás. Pero en el momento en que miramos no sólo a la partícula sino también a sus alrededores nos daríamos cuenta en seguida de que todo es un “montaje” y en realidad el tiempo está corriendo hacia delante. "No es una ley física que nos diga que el tiempo ha de ir para delante, sino es una ley sensata que nos dice: las cosas probables suceden, las cosas improbables no suceden", explica el físico.
A petición de un oyente, Aparici comenta la Máquina de Anticitera, el mecanismo más desconcertante del mundo antiguo. Esta enigmática máquina fue descubierta en 1900 en mitad de una tormenta en alta mar, pero se creó cien años antes de Cristo.
La historia de la Máquina de Anticitera, por Javier Cancho
Como nos ha contado Javier Cancho, la Máquina de Anticitera es una computadora analógica que predecía las posiciones de los cuerpos celestes, pudiéndose calcular los eclipses, anticipar el futuro, el día, la hora, la dirección de la sombra y el color de la luna. La complejidad de este mecanismo continúa fascinando a la ciencia.
"Se sabe que las inquietudes de la filosofía griega superaban ya entonces las de la mayor parte de la humanidad de ahora", cuenta Javier Cancho. La cultura helenística necesitaba comprender y explicar los procesos del universo. "Tenemos ante nosotros un objeto de hace más de dos mil años cuya complejidad rompe las medidas del tiempo", dice el historiador. Los griegos crearon una máquina que es un alarde creativo de la observación, sabían cómo se movían los cuerpos celestiales, podían calcular sus distancias, conocían las medidas de sus órbitas. En definitiva, se trata de una máquina que contenía el conocimiento del mundo, del tiempo, del espacio y del universo.
Alberto cuenta que se trata de un mecanismo que iba dentro de una caja de madera de unos 30 centímetros. La caja se abría por delante y allí teníamos un par de “ruedas” en las que se indicaba la posición del Sol y la Luna y el día del año. Y por detrás tenía otra puertecita que daba acceso a otras dos ruedas: en una se veía cuándo la Luna y el Sol volverían a estar en la misma posición en el cielo; la otra permitía calcular cuándo se producirían los próximos eclipses de Sol y de Luna
Ahora el mecanismo está muy deteriorado y, desde luego, no puede funcionar, pero sigue conservando marcas en las ruedas que nos dan pistas de para qué servían: por ejemplo, las 235 marcas del ciclo metónico, o las 223 marcas del ciclo de los eclipses, conocidos por los babilonios y transmitidos de ahí a los griegos. Además, el mecanismo conserva muchas inscripciones en griego, no todas fáciles de interpretar, y una mención a nosotros: aparece la palabra “Ispania”
¿Cómo escuchan los insectos?
Alberto explica que la mayoría de los insectos son sordos, y que la capacidad de oír no es ancestral en ellos: los primeros insectos que salieron del mar probablemente eran sordos también. ¿Cómo sabemos esto? Alberto explica que todos los vertebrados terrestres tenemos órganos de audición similares, lo cual demuestra que nuestro antepasado común ya tenía algo similar a oídos. En cambio, entre los insectos muchos no pueden oír y los que sí pueden, oyen cada uno de una forma diferente. El oído ha evolucionado en los insectos de 10 ó 15 maneras diferentes.
Todos los oídos de los insectos provienen de órganos que originariamente servían para monitorizar el movimiento de las partes de su cuerpo, sobre todo las articulaciones. Con pequeñas modificaciones, esos órganos han adquirido una membrana que vibra cuando le llega sonido, y esa vibración les llega a unas neuronas que son las que convierten eso en un impulso nervioso.
Así que los insectos pueden tener oídos en casi cualquier parte del cuerpo: en las patas, en las antenas, en el tórax, en el abdomen. Podemos ver estos “oídos” como membranas planas, a veces situadas en pequeñas aberturas junto a una articulación. Esto demuestra que en cada grupo de insectos estos oídos parecen haber evolucionado por su cuenta. A veces para comunicarse con otros miembros de su especie, y otras para poder detectar a depredadores.
La historia de las rotondas, por Marta García Aller
Como la semana pasada, Marta García Aller nos habló del origen de los semáforos, hoy nos ha hablado de la historia de las rotondas. En Europa se atribuye la invención de la rotonda, o intersección giratoria, al arquitecto Eugène Hénard que las empezó a proyectar a finales del siglo XIX. La primera rotonda se inauguró en París en 1907, concretamente en la actual plaza de Charles de Gaulle.
Sin embargo, el origen de la rotonda también se le atribuye a William Phelps, quien en 1903 propuso una solución parecida alrededor del Columbus Circle de Nueva York, en la intersección de Brodway con la Octava Avenida.
Hénard, el francés, fue todo un visionario en la gestión del tráfico, que ya empezaba entonces a dar problemas. Él proponía tres niveles, tres capas de tráfico: arriba, al aire libre, que fueran los peatones y tranvías; por debajo, los vehículos y los transportes de mercancías; y, en el subsuelo, el metro. Pero, como su proyecto era muy caro, al final para el tráfico hubo que inventar la manera de resolver el conflicto entre trayectorias opuestas.
La solución a los primeros problemas de tráfico era obligar a los vehículos a rodear un obstáculo, vinieran de donde vinieran, todos en la misma dirección. El objetivo era el mismo que con los semáforos, evitar accidentes ante el boom de los vehículos motorizados que empezaban a colonizar las calles a principios del siglo XX.
Sin embargo, cuando de verdad se popularizaron las rotondas fue los años 60 en Reino Unido. Antes ya había rotondas, o círculos, como los llamaban a veces, a principios del siglo XX., pero eran muy caóticas. Fue en el Laboratorio de Investigación del Transporte en Reino Unido cuando, en los años 60, con el boom del automóvil en la clase media, desarrollan la llamada ‘regla de prioridad’: decidieron que la prioridad la tuvieran los que ya están dentro. Así, fue a partir de los años 70 cuando proliferan las rotondas modernas en el resto de Europa.