Ónega a los exiliados del 36: "Dadle las gracias a Pablo Iglesias que hizo que este país os recordara"
Fernando Ónega dedica la carta con la que pone punto y final a La Brújula a los exiliados españoles de 1936 y 1939 tras la comparación de Pablo Iglesias de su situación con la de Puigdemont.
Os escribo a vosotros, exiliados republicanos españoles. Los que os fuisteis en 1936; el mayor número, según recoge Andrés Trapiello de Julián Marías. Y los que no tuvisteis más remedio que escapar en el 39, al ver lo que os esperaba al final de la guerra. Si algunos sobrevivís, si a algunos os llega el eco de mi carta, dadle las gracias a Pablo Iglesias, porque hizo que este país os recordara. Os equiparó con Puigdemont, como si el fugado catalán hubiera pasado las penurias que cientos de miles de vosotros habéis pasado en los campos de concentración del sur de Francia; como si hubiera salido huyendo, como vosotros, de una pena de muerte segura; como si él hubiera estado en esas fotos terribles de los aquellos hombres y mujeres que embarcaron en los puertos sin saber a dónde iban; como si Puigdemont fuese uno de esos puntos negros que se veían cruzando a pie los Pirineos; como si fuese un nuevo Antonio Machado, pobre, enfermo, definitivamente ligero de equipaje, camino de la caridad francesa. “Con los sacos al hombro, escribió Pablo Neruda, emprendieron la larga marcha”. Medio millón llegaron al país vecino y muchos fueron devueltos a España. Decenas de miles llegaron a México. Y a Argentina. Y a Venezuela. Y a Cuba. Y a Estados Unidos. Y al norte de África. Salieron a pie, salieron en barco, se fueron con lo puesto. “La España inmortal de la sangre”, que escribió León Felipe. El tantos años silenciado León Felipe, que lo contó así: “Por esa puerta salí yo, / todos los poetas del destierro / y todos los españoles del éxodo y el llanto”. Pocas veces tantos españoles lloraron al mismo tiempo. Pocas veces en nuestra agitada historia España se rompió en dos, los vencedores y los vencidos. Los exiliados, a los que habría que añadir los escondidos, y los que los hicieron huir. La mayoría murieron lejos y algunos dejaron hijos como la alcaldesa de París. Algunos volvieron cuando supieron que en su patria se había reconquistado la libertad. Y volvieron, Carrillo, Pasionaria, Alberti para arrimar el hombro a la nueva democracia, no con espíritu de venganza. Sirva esta disculpa del señor Iglesias para recordaros, ejército del último exilio español. Vuestro sacrificio no se puede comparar con nadie y es blasfemo igualaros con quien vive plácidamente en Waterloo.