La carta de Ónega al Papa Francisco: "Es contradictorio culpar a las parejas de no contribuir a la natalidad y prohibir a curas tener hijos"
Fernando Ónega dirige su carta al Papa Francisco.
Y buenas noches al Papa Francisco. La verdad es que no sé muy bien cómo tratarle. Es que decirle Santidad impone mucho: dan ganar de estarme santiguando todo el tiempo que tardo en escribirle. Señor Papa suena feo, es como si fuera el señor cura de Mosteiro. Querido Pontífice, quién soy yo para esa confianza, si ni siquiera me he confesado. Así que le diré Santidad, sin adjetivo, y deme por santiguado.
Es el caso que usted hizo una reflexión interesante y seria sobre la paternidad, la maternidad, los sacrificios que ello supone y lo cómodo que resulta adoptar mascotas. Creo que Su Santidad tiene toda la razón, faltaría más, pero esa reflexión suya, trasladada a titular periodístico, se pone así: “Muchas parejas no quieren tener hijos, pero quieren perros y gatos que ocupan su lugar”.
A continuación llévese el titular a las redes y salen comentarios como este: los que no tienen hijos, pero tampoco perros y gatos son el Papa, los curas y las monjas. Y tampoco le falta razón al tuitero.
Es una contradicción culpar a las parejas y matrimonios de no contribuir a la natalidad y prohibir a curas y monjas tener hijos, porque para ello habría que suprimir el celibato y cambiar una ortodoxia de 2.000 años. Y mire, Santidad: no le niego que haya comodidad en negarse a tener hijos.
No voy a discutirle su crítica, incluso la más doliente de acusarnos de renuncia a la humanidad. Pero qué le vamos a hacer: si usted lee un periódico que no sea l’Osservatore Romano, encontrará artículos sobre la terapia de las mascotas: entretienen, alegran, ayudan a soportar soledades. Y lo primero que se encuentra en Google, por ejemplo, es esto: “la terapia asistida por animales ayuda a recuperarse o afrontar mejor los problemas de salud, como las enfermedades cardiacas, el cáncer y los trastornos mentales”.
Dígame ahora, Santidad, durante cuántos años un hijo o una hija ayuda a soportar la soledad, sobre todo en esa edad en que vuelven a casa al amanecer y luego pasan el día durmiendo. Somos los padres los que resolvemos su soledad, casi siempre hasta los 30 años que deciden y pueden independizarse. Y dígame si cuesta lo mismo la educación de un crío, el idioma de un crío, la ropa de un crío y los vicios de un crío. Y todo eso, antes de que se casen y, si deciden darnos nietos, nos los entregan para que ellos, sobre todo ellas, puedan trabajar. Esa es la vida fuera de la sotana, Santidad.