Terrritorio Negro: Asuntos internos. Seis policías acusados de matar a Diego
Varios oyentes se han interesado por el caso que vamos a contar, una terrible historia protagonizada por un esquizofrénico, un pobre hombre, y seis policías de Cartagena que están en prisión, acusados de la muerte de ese ciudadano, ese vecino.
Empecemos hablando del malparado protagonista de esta historia, la víctima. ¿Quién era Diego Pérez Tomás? Diego tenía 43 años cuando murió, el pasado mes de marzo. Era un vecino de Las Seiscientas, una barriada bastante conflictiva de Cartagena, al que se le había diagnosticado esquizofrenia, una enfermedad que se complicaba porque tomaba cocaína. No era, ni mucho menos, un delincuente, más bien encajaba en la figura del loco o mal dicho, el tonto del pueblo.
Desaparece de su casa el pasado 11 de marzo. Unos vecinos pasan por la casa de Diego a las seis de la mañana y ven que tiene la puerta abierta y las luces encendidas. Los vecinos avisan entonces a la familia de Diego y estos denuncian la desaparición a la policía. Horas antes de su desaparición, además, el hombre andaba metido en problemas.
A las 21.28 del 10 de marzo Diego llama al 091 y habla en estos términos. Leemos la transcripción de la llamada: “Estoy aquí, que me quieren pegar, que me quieren pegar dos tiros y estoy aquí en mi casa encerrao”. El operador de la sala del 091 le pregunta quién le quiere pegar dos tiros. Y Diego contesta: “Una gente, porque cogí unas bicicletas sin darme cuenta y se las quiero pagar y no me hacen caso”. El operador manda un coche patrulla a su casa y el Z54 comunica minutos después que ha ido al lugar indicado y que está todo normal. El asunto parece zanjado.
Parece, pero no es así, porque horas después, en plena madrugada, este hombre vuelve a llamar a la policía pidiendo ayuda. El operador habla con la dotación del zeta que había ido horas antes a la casa de Diego: “me ha vuelto a llamar y dice que están allí con escopetas”. Los patrulleros se toman el tema con bastante chufla: “le había robado las bicicletas a unos y lógicamente los otros habían ido a matarlo, así que nosotros hemos dicho, pues es lo legal, Dios lo ampare en su gloria”.
El operador del 091 sigue preocupado y reflexiona en voz alta: “Ya, por eso no sé qué credibilidad darle al zumbado éste”. Y sus compañeros, desde el zeta, le contestan: “hombre, tenía pinta de estar un poco… tenía un libro de la biblia, iba leyendo por si lo mataban para que Dios lo acogiera en su seno”. Minutos después, los agentes del coche patrulla comunican que han estado con Diego y le han dicho que se tranquilice.
Y esa llamada de Diego es lo último que se sabe de él hasta que quince días después su cuerpo es hallado en la playa de Cala Cortina. Y el examen del cadáver de Diego deja claro que no ha sufrido un accidente: antes de sumergirse en el agua le partieron varias vértebras cervicales, es decir, le rompieron el cuello. Además, presenta varias señales de golpes antemortem, que indican que le dieron una buena paliza.
La policía comprueba que, efectivamente, Diego había robado dos bicicletas de los hijos de una vecina y que un hombre llamado Alberto le había dicho que le iba a dar dos bofetadas. Pero no había ni un solo indicio que apuntase a la culpabilidad de esa familia en el crimen. Así que las investigaciones quedan en dique seco hasta dos meses y medio después, cuando la policía encuentra un testigo muy valioso, tanto que se convierte en el testigo protegido B83.
El 6 de junio declara y cuenta que a las 4.25 de la madrugada de aquel 11 de marzo pudo ver delante de la casa de Diego a tres coches de la policía. El testigo cuenta que fuera de los coches había cinco agentes con un hombre, al que estaban cacheando. Uno de los policías, el que llevaba la voz cantante y al que describe como “moreno, con el pelo corto, con entradas pronunciadas y de complexión fuerte”, le decía: “¿qué llevas? ¿Y esto? ¿Lo has robado? ¿Te estás riendo de mí?”.
El testigo cuenta que a continuación, el policía dio al hombre un bofetón en la cara, a lo que el agredido contestó: “Acho, ¿estás loco o qué?”. Después, los policías se subieron a los coches e hicieron subirse al hombre a uno de los vehículos. Y en ese momento, el testigo oyó un diálogo inquietante: “¿Lo llevamos a comisaría?” “No, lo llevamos a la guarida”.
Ese testigo protegido, hace cambiar el rumbo de la investigación. A partir de ese momento, comienza a colaborar con la comisaría de Cartagena y el grupo de Homicidios de la Brigada de Murcia la Unidad de Asuntos Internos de la Policía. Los investigadores ponen el foco en los componentes de tres de zetas de la comisaría de Cartagena que la noche de los hechos estaban trabajando: Z54, Z56 y Z57. En total, seis policías, los que presumiblemente vio el testigo protegido en la puerta de la casa de la víctima. Se intervienen sus teléfonos y se ponen micrófonos en los coches patrulla.
Las escuchas no duran mucho, porque en el mes de agosto, dos meses después de que comiencen, un sindicato policial descubre los micrófonos instalados en los coches. Pero ya hay material suficiente para hacernos una idea de la clase de policías que estaban siendo vigilados.
El atestado dice que de las conversaciones se evidencia “un perfil orientado a un injustificado e innecesario empleo de la fuerza en su devenir profesional”. Por ejemplo, al referirse a un ratero que andaba mirando en el interior de los coche aparcados, dos de los sospechosos dicen: “Se ve que no le han dado bien”, “le vamos a dar una de estas que se va a cagar”, “el sábado que viene voy a coger la goma (la porra, la defensa) y con las mismas hacerle el rodaje con el gordo ese”. “Y empezar a tirarle sartenazos”. “A las rodillas”. “Con ese vamos a disfrutar, con el gordo vamos a disfrutar”.
Los dos mismos policías, una semana después, paran a un tipo que estaba consumiendo droga en la calle. Le piden que saque los estupefacientes que lleve encima y le dan un tortazo que se oye perfectamente, acompañado de estas palabras: “¿Tú crees que somos gilipollas?, como sigas sacando, te voy dando, al mismo compás”.
Aquí, semana a semana, destacamos y agradecemos el trabajo de muchos policías. Por eso, el comportamiento de estos indigna aún más y entiendo que debe indignar especialmente a sus compañeros.
Preparando este Territorio Negro hablamos con varios zeteros, gente de seguridad ciudadana, que hace el mismo trabajo que esos tipos y estaban muy cabreados: matones de tres al cuarto, mafia de barrio, macarras… Eran los calificativos que dedicaban a sus compañeros, aunque, eso sí, defendían su presunción de inocencia en lo que respecta a la muerte de Diego.
Pero debe haber motivos suficientes para que estén en prisión. Los investigadores recogen hasta 25 indicios. Las cámaras de seguridad sitúan a los sospechosos en casa de Diego y en el lugar desde el que presuntamente este hombre fue arrojado al mar; los posicionamientos de sus teléfonos también los colocan en los escenarios clave; los componentes del coche que acudió a la primera llamada de auxilio de Diego, el Z54, declararon que las dos veces que fueron a verle estuvieron solos, cuando en la segunda ocasión, al menos, había otros dos coches patrulla…
Y con todos estos indicios, el pasado 6 de octubre, los seis policías son detenidos. Los seis dieron una versión casi idéntica de los hechos: dijeron que, en efecto, durante la instrucción mintieron. Que se llevaron a Diego desde su casa hasta Cala Cortina para que se tranquilizara y se le pasara la paranoia, pero que el tipo salió corriendo, perdiéndole de vista. Dijeron que no dieron cuenta de lo ocurrido ni ese día, ni los siguientes, ni siquiera cuando fue encontrado el cadáver de Diego, “por miedo”. También, naturalmente, negaron haberle pegado.
Hasta ahora, la jueza mantiene en prisión a los seis agentes. La línea de defensa más sólida que mantienen sus abogados es la de los tiempos: los policías solo tuvieron entre tres y cinco minutos para matar y arrojar a Diego al mar. Para ello, han pedido que la Guardia Civil, no la policía, haga una reconstrucción de los hechos para ver si cuadran los tiempos. Además, uno de los abogados defensores sostiene que el policía que dice que tiene una pistola para los trabajos sucios no es un policía, sino un vigilante de seguridad y por eso ha pedido una prueba de voz. Por último, la defensa de tres de los policías dice que hay contradicciones entre la descripción de la ropa de Diego que hace el testigo protegido y la que llevaba el cadáver de la víctima cuando fue hallado.