El asesinato del Comandante Pascual
Vamos a contar la historia de un militar jubilado, el comandante Ángel Pascual. Un tipo solitario que vivía en su chalé de Las Matas, cerca de Madrid. Vivía, hasta que alguien entró en su casa, le golpeó con un martillo y le clavó un cuchillo. Le mataron a él y a su perro. Luis Rendueles y Manu Marlasca nos cuentan en este primer territorio negro del año los pasos de la investigación de ese crimen que permitieron a los agentes de Homicidios de la Guardia Civil de Madrid dar con el asesino de ese militar retirado.
Viajamos al lugar y la escena del crimen. El 2 de mayo de 2014, una hija del comandante Pascual avisa a la Guardia Civil. Su padre no contesta a sus llamadas. Al entrar, descubren el cuerpo del hombre con un cuchillo en el cuello.
Y la escena del crimen, y también los cadáveres, siempre hablan, siempre cuentan cosas, decía el profesor García Andrade. En este caso, hay dos cadáveres, el del militar Ángel Pascual, que tenía 78 años, y el de su perro. Los dos han recibido muchos golpes con un objeto romo, posiblemente un martillo. Los guardias civiles ven también que la puerta del chalé no ha sido forzada. Ya tienen una primera pista: la víctima conocía posiblemente al asesino o asesina, le había abierto la puerta.
También podía tratarse de un repartidor a domicilio, un mensajero, o simplemente un exceso de confianza del comandante al abrir la puerta. Pero la Guardia Civil encuentra más cosas en la escena del crimen: el asesino se ha dejado en la casa dos carteras con unos 400 euros. Y en la planta de arriba las camas están deshechas, hay un cenicero lleno de colillas y ceniza y también dos preservativos usados en el suelo. Parece que todo apunta a un asesinato con un móvil o al menos un componente sexual.
En cuanto a si el comandante pudiera haber abierto la puerta a algún desconocido, los datos que fue encontrando la Guardia Civil al hablar con su familia y sus vecinos parecían desmentirlo: el militar jubilado era un tipo desconfiado y muy metódico. No dejaba entrar a nadie en su casa y cuando salía colgaba un cartel en la puerta en el que dejaba escrito: “La policía está llegando a este chalet. Ha sonado la alarma en comisaría y en Prosegur”.
La investigación de la Guardia Civil de Madrid buscó recabar datos de la familia, hijos y hermanos. Pero ocurre como en muchas familias. El comandante Pascual no tiene muy buena relación con sus tres hermanos. Llevaba una vida bastante solitaria desde que se había jubilado. Todos los hermanos Pascual admiten que no hay buena relación entre ellos. Ninguno, por ejemplo, conoce a sus sobrinos. No se invitan, por ejemplo, a las bodas de sus hijos.
Uno de los cuatro hermanos explica a la Guardia Civil un dato muy interesante. El militar jubilado solía “presumir” de que le gustaban las mujeres jóvenes y también de que tenía relaciones sexuales con su asistenta, una mujer veinte años más joven que él con la que, leemos la declaración del hermano, “se lo pasaba muy bien”, y a la que pagaba cien euros extra para que fuera a verlo dos veces por semana. Y que además, esa mujer podía estar molesta porque el hombre, ya casi bordeando los ochenta años, le había pedido que fuera solo una vez por semana porque no resistía físicamente esos encuentros.
La Guardia Civil interrogó a la asistenta del comandante y ella misma confesó que mantenían relaciones sexuales en la casa, pero añadió que nunca usaban preservativos y que tampoco se acostaban en la cama de matrimonio por respeto “a su difunta esposa”.
La mujer tenía además coartada para el día del crimen. La Guardia Civil dedujo entonces que todo era una pista falsa: el preservativo colocado en la habitación del matrimonio, la cama deshecha… y las colillas y las cenizas, porque el comandante no fumaba ni tampoco dejaba que se fumara dentro de su casa.
Va a ser uno de sus hermanos pequeños, Francisco Pascual, de 74 años, cuatro menos que la víctima, el que se explaye más con los investigadores de Homicidios que, como dicen, se mostraron encantados de darle carrete y escucharle.
Francisco, el hermano pequeño, vive en Béjar, en la provincia de Salamanca, y les cuenta que las malas relaciones familiares fueron por culpa de Ángel. Que apenas un mes antes de que lo mataran, el comandante Pascual se insinuó a su cuñada y le ofreció incluso irse a vivir con él. “Le dijo a la mujer de nuestro otro hermano que se fuera con él, que iba a estar mejor con él que con mi hermano. A partir de esto, rompieron la relación”. El cuarto hermano también había salido mal con el militar por unas diferencias sobre el valor de unas monedas de colección que el militar le había dado.
Francisco dijo que tenía buena relación con el militar asesinado. Habían coincidido en el Sáhara entonces español, como militares. Su hermano Ángel hizo carrera en el ejército y Francisco salió mal de allí y acabó ganándose la vida como mecánico. Los dos se jubilaron y, eso sí, al ex militar le quedó una pensión más saneada. Su hermano pequeño confesó a la Guardia Civil que dos meses antes de la muerte de Ángel, le había pedido dos o tres mil euros para arreglar el coche, a lo que el militar se había negado.
La Guardia Civil encontró un calendario donde, sobre el día en que iba a morir, el 2 de mayo de 2014, el comandante Pascual había escrito: “viene Paco, de Béjar, a las siete horas”. También encontraron otra hoja, aparte, donde el militar escribía sus planes para ese día: “ir a la Plaza Mayor, comer en la estación de Príncipe Pío”.
Los investigadores preguntaron a Francisco por esa cita, pero él negó haber viajado a Madrid esa mañana. Les contó que había hablado por teléfono con su hermano para verse, pero que al final no habían acordado ninguna cita. Él se había quedado en Béjar, en su casa, y había ido al supermercado a comprar comida para su perro. En efecto, aporta un ticket del supermercado donde la compró.
Entonces Francisco, este hermano tan hablador con la Guardia Civil, invita a otro hermano a su casa, en Béjar. Este tercer hermano, que vive muy cerquita de aquí, en Alcobendas, estaba preocupado porque las investigaciones sobre el crimen de Ángel no avanzaban y Francisco le ofreció irse unos días al pueblo. Allí, casi en plena navidad, los dos hermanos hablaron y se reconciliaron. Y el madrileño le dijo que tenía miedo de que le entraran en casa como a su hermano, le dio una llave y le contó además –“por si me pasa algo”, le dijo– que tenía 10.000 euros escondidos detrás de la lavadora y otros 4.000 euros más ocultos en varias cajas de DVDs. Se les hace de noche bebiendo y hablando y el tercer hermano decide volverse a Madrid, a pesar de que no se encuentra muy bien.
El tercer hermano coge el coche y sucede algo muy inquietante. Nota que se va quedando dormido, se encuentra mal, acaba perdiendo el control del coche y tiene un accidente de tráfico. Pasa dos días ingresado en el hospital y cuando regresa a casa ya no está el dinero detrás de la lavadora ni el de la caja de los dvds. Acude entonces a la comisaría de policía y asegura que s hermano le invitó a su casa del pueblo, que allí le dio algún tipo de droga en la bebida y le provocó el accidente. Que luego había entrado en su casa para robarle.
Francisco se convierte en sospechoso. Él tenía cáncer de próstata bastante avanzado, usaba pañales. No parecía ser capaz de un crimen tan elaborado, de hacerse 216 kilómetros de Béjar a Madrid, otros tantos de regreso y aparecer de vuelta en su pueblo para comprar comida para su perro, y además se había dejado dinero en el lugar del asesinato. Francisco no fue, por ejemplo, al entierro de su hermano asesinado. Tampoco fue a ver al hospital a su otro hermano, aunque, eso sí, lo llamó por teléfono para ver qué tal estaba. Pero los hechos lo señalaban, de forma que la Guardia Civil acudió a buscarle otra vez para interrogarlo, pero Francisco, con sus pañales, su cáncer, había volado de su casa en la provincia de Salamanca.
Un sospechoso de asesinato de 74 años, con cáncer de próstata y pañales, sin demasiado dinero… No parece que pudiera ir muy lejos. Pero fue bastante lejos. En estos territorios negros casi siempre nos llevamos sorpresas. Una vez que vieron que no volvía por Béjar, ni tampoco por Madrid, ni por casa de sus hijos, los investigadores pensaron que lo más sencillo sería simplemente esperar que Francisco acudiera a un banco, a un cajero automático, a sacar dinero para sobrevivir.
Lo hicieron, y lo vieron sacar dinero de varios cajeros automáticos cercanos a Madrid. El hombre tenía la fuerza de voluntad de hacerse casi 700 kilómetros en coche y de madrugada para sacar el dinero de su pensión del banco. La Guardia Civil pensaba que estaría oculto cerca de donde sacaba el dinero, o al menos no tan lejos.
Se fue a un lugar bastante discreto en el parque natural del Cabo de Gata, en Almería. Francisco Pascual se inscribió en el camping Los Escullos, en pleno desierto de Níjar. Se instaló como un jubilado en el bungalow más alejado de la puerta. Y hasta allí llegó la Guardia Civil de Madrid para detenerlo. Cuando aquella mañana los agentes llegaron a buscarlo, Francisco estaba viendo en televisión, en la sexta, un programa sobre crímenes sin resolver, donde se explican algunos errores que cometen los asesinos más inexpertos.
Nadie sabe cómo la Guardia Civil había dado con él. Comentamos literalmente lo que nos han dicho a nosotros: si nos quejamos de los programas de televisión que dan pistas a los asesinos para que no cometan errores, no vamos a contároslo en un programa de radio. Sí diremos dos detalles: nuestro jubilado no siempre viajaba tan lejos para cobrar su pensión y tenía una afición desmedida por las quinielas, gastaba hasta 2.000 euros en una semana. Allí donde estuviera, echaba una o varias quinielas por el procedimiento del reducido.
En el bungalow, los guardias civiles encontraron varios botes con tintes para el pelo, porque nuestro jubilado se había teñido y tenía pelo y barba negra, en lugar de la suya, blanca, usaba gafas de sol. También encontraron unos cuantos folios escritos por Francisco, una especie de diario sobre sus últimos meses de fugitivo.
En este diario no hay nada definitivo, según nos han dicho. En esos folios Francisco critica a sus hijos, de los que dice que solo le quieren para sacarle dinero, y también da a entender que echa de menos a su hermano mayor, cierto arrepentimiento, pero no confiesa el crimen, ni mucho menos.
Cuando van a la provincia de Salamanca a investigar encuentran muchas pistas. Hay varios relojes y sables que pertenecían al militar asesinado, aficionado al coleccionismo. También encuentran un martillo, que pudo ser una de las armas con las que mataron al militar y a su perro, también asesinado aquel día.
Y aquí va a ser otro perro el que ayude a descubrir al asesino de un perro y de un hombre. Un perro de la Guardia Civil que se llama Fatal y pertenece al servicio cinológico, lo que sería la unidad canina de la Guardia Civil, junto a sus compañeros Pipo, Dzana y Elton, del que hemos hablado aquí en una ocasión porque ayudó a resolver el asesinato de una mujer en Pinto, Madrid. Pues bien, el agente Fatal, que como sus compañeros de unidad es un pastor belga malinois, viajó a la casa del sospechoso y allí marcó la caja de herramientas y el martillo con el que está acusado de golpear a Ángel Pascual y a su perro. También marcó restos de sangre en la ropa del supuesto asesino y en uno de sus zapatos.