Territorio Negro: Antonio Ortiz. Así cazaba el pederasta de Madrid
Está en la cárcel acusado de atacar a cinco niñas e intentarlo con otras tres. Antonio Ortiz, un parado aficionado al culturismo, casado dos veces, padre de dos hijos de 19 y 17 años, es un trampero, un pederasta que pone trampas a sus víctimas para llevárselas. El sumario de la investigación contra él que hoy desbrozamos, muestra los trucos que usó para engañar a las niñas y también que no se trata de ninguna mente privilegiada ni de alguien especialmente audaz. Es un criminal despiadado al que hicieron frente cientos de policías, las niñas supervivientes y varios ciudadanos anónimos de los que vamos a hablar aquí.
Llamamos a Antonio Ortiz un pederasta trampero, alguien que usa trucos para engañar a las niñas. No las secuestra con violencia, por la fuerza, al principio. Ortiz no es un tipo muy listo, más bien lo contrario. Pero sí es un desalmado. A la primera niña china a la que engañó, en Coslada, en julio de 2013, la vio con una llave al cuello cruzando un semáforo. La madre la había enviado a comprar unas patatas. Fingió que hablaba por teléfono móvil y dijo en alto: “ya la veo, sí, yo la acompaño”…
A la niña dominicana a la que agredió en agosto de este año, su última víctima, le dijo que fuera con él para darle una sorpresa a su abuelo. Y a la cría española, que estaba con dos amigas junto a una tienda de chucherías, le dijo que su madre le había encargado probarse unos vestidos.
Esos trucos le funcionan con niñas pequeñas, claro, personas ingenuas y confiadas. Aunque ni siquiera le funcionaba siempre. El mismo día que atacó a la niña española lo intentó muy cerca con otra cría, a la que dijo que tenía que entregarle ropa para su madre. La niña dijo que se lo iba a consultar y que volvía. Ortiz huyó.
En agosto de 2014 también lo intentó con otra niña española que jugaba en un parque. Le dijo que sus padres, que estaban sentados muy cerca en una terraza, le habían dicho que se fuera con él, pero la niña le contestó que sus padres no le dejaban hablar con desconocidos.
Pero en otras ocasiones sí consiguió llevarse a las niñas. Y hacerlas vivir un calvario. Ortiz observaba a las niñas durante un rato. Elegía su víctima. Le gustaban las niñas de aspecto frágil. Cuando se lleva a la niña española, en abril, la cría está jugando con tres amigas, el pederasta las escucha y sabe el nombre de una de ellas. Se acerca y pregunta por ese nombre, pero la niña que levanta la mano no es la más frágil, no es la que le gusta y entonces improvisa y dice a ti no, pero a ti, y señala a la que ha elegido, me ha dicho tu mamá que te vengas a probar ropa de modelo.
Las dos niñas, dos heroínas, como su amiga, deciden seguir al pederasta, pero este se da la vuelta y les dice que esperen cinco minutos. Las crías van a la terraza cercana donde están sus padres y avisan de lo ocurrido, pero ya es tarde. Una de esas crías que se libró de un tormento terrible, por cierto, ha reconocido la cara de Antonio Ortiz.
En este caso, en el de la niña de Madrid, Ortiz también improvisa, porque no tiene dónde llevarla para torturarla. La niña se da cuenta del engaño, incluso después de que la obligue a tomarse pastillas de lorazepam. Ve que se aleja de sus padres y llora, ve como el hombre baja del coche, fuma un cigarrillo, llama por teléfono, vuelve a bajar. Intenta entonces escaparse pero Ortiz ha dejado el coche cerrado por fuera. Lo que estaba ocurriendo es que el pederasta había llamado por teléfono a su madre, con la que vivía en Madrid, para pedirle las llaves del piso vacío que tenía. Ortiz acudió a la casa de su madre, cogió las llaves y se llevó a la niña allí. No fue nada sofisticado, no había plan, es tan cotidiano como tremendo.
Y en ese piso hay la primera prueba científica definitiva contra Ortiz. Dos huellas de esa niña y una del propio Ortiz en el colchón. Es una prueba definitiva. Sitúa a la niña en el lugar donde fue agredida sexualmente. Y aun faltan análisis del vómito que recogió la policía en el piso (la cría recordó que había devuelto dos veces) La niña lo contó todo e impresiona leerlo. Dibujó todo, recordó hasta que el ascensor tenía un telefonillo para personas ciegas… En fin, es una verdadera campeona, una superviviente.
No vamos a dar aquí más detalles de lo que el desalmado de Ortiz le obligó a hacer. Solo, la cría lo cuenta así, que apareció desnudo con una toalla y le dijo “te voy a dar unas clases”. Horas después, la abandonó junto a la estación de metro de Canillejas, le abrió la puerta del coche y le dijo: “baja, que ahí está tu madre esperándote”.
Imaginen a esa niña, perdida, herida, en esa estación de metro. Ahí aparecen por fin algunas buenas personas. El dueño de un bar que estaba ya cerrando el local, hacia la una y cuarto de la madrugada, y dos clientes la ven desorientada, sola, llorando, con el puño cerrado apretando una bolsa de golosinas. Lleva la camiseta del revés. “A ver cariño, a dónde vas”, le pregunta. La niña dice, “mi mamá me está esperando”. Llega al lugar una mujer y acuden a los trabajadores del metro. La niña sigue llorando. Una empleada, diremos su nombre, lo merece, Concepción, se queda consolando a la niña hasta que llega la policía.
Y hay otra ocasión, en el mes de julio, en la que consigue que su madre le deje las llaves de la casa vacía. Y donde lleva a otra niña a la que secuestra. En julio el que ya era enemigo público número uno se acerca a una niña china que está sentada en la puerta de la tienda de sus padres haciendo pulseritas de goma. Ortiz le pregunta si ya sabe hacerlas, si puede enseñarle… La monta en el coche y se van hacia la casa de la madre del pederasta. Hacia las once y cuarto de la noche, una mujer vuelve a su casa tras pasear al perro y oye a una niña gritando, llamando a su mamá, quiero ir con mi mamá, dice. Se acerca a ayudarla, Adriana, así se llama esta joven, trata de consolarla, la abraza, le pregunta su nombre. La niña casi no responde, tiene el pelo húmedo y está temblando. Llaman a la policía. La niña no se separa de Adriana. Los policías le preguntan: ¿te has duchado? Mueve la cabeza para decir que sí. Luego le preguntan: ¿te has duchado sola? La niña mueve la cabeza: no.
Esa niña sufre lesiones gravísimas. Tiene que ser operada esa noche, la operación sale bien, pero la cría está muy mal, está rota. Hay un detalle que sirve para dibujar lo que sufrió esa niña y su madre. Dos policías acuden días después al hospital para interrogar a la madre, que no se separa del lecho de su hija. Cuando está preguntando en busca de pistas, el interrogatorio tiene que suspenderse. La niña se ha despertado y llama a gritos, llorando, a su mamá, que está en la habitación de al lado.
Sin embargo, a veces, la vida sale adelante. La niña mejoró mucho de sus lesiones, le dieron el alta y ha sido capaz incluso de participar en una rueda de reconocimiento. Le mostraron en una grabación una sala donde estaban Ortiz y otros cuatro hombres parecidos. La niña, que volvía a temblar y estaba incluso en brazos de la juez y de una mujer policía, señaló a Ortiz sin dudar: “ese es el hombre malo”.
Entonces dos niñas le han reconocido, además de las pruebas científicas, de las huellas de una de ellas en la casa. Y hay un ataque, la tercera agresión sexual, que se produce en agosto, en plena calle.
La madre de Ortiz no se fiaba de él, no le dejaba las llaves de casa, por suerte. De forma que el 22 de agosto, el pederasta asaltó a una niña dominicana a la que vio por la calle. Observó que un hombre mayor –el tío de la cría- estaba con ella y, en un despiste, se acercó a la cría y le preguntó: “estás con tu abuelo, vamos a darle una sorpresa”. Le propuso entrar en el coche, tumbarse en la parte de atrás y darle un susto a su familiar. Entonces arrancó hacia un descampado próximo a la M-40. Paró a comprar un bote de Nivea y siguió su camino.
Este último ataque lo comete improvisando, en un lugar poco visible pero por el que de cuando en cuando puede pasar gente. Otra vez vamos a contar muy poco: la niña recuerda que el tipo sudaba mucho, que le caían gotas de sudor del tipo encima de ella, y también que luego le tiró por encima una botella de agua antes de que se vistiera. La dejó abandonada allí.
Ortiz pasó siete años en prisión por secuestrar y agredir a una niña a la salida de un colegio. Se declaró inocente, pero su ADN estaba en la ropa de la cría, de forma que el tipo aprendió que no debía dejar huellas biológicas.
Pero en este ataque, el de la niña dominicana, hay también varias buenas personas, varios vecinos, que están a punto de dar caza al pederasta. Un chaval de raza negra ve a la niña llorando, sola. Le pregunta si le ocurre algo pero la niña no se atreve a decirle nada, contesta que no. La niña no se atreve porque Ortiz está a doscientos metros, no ha cogido todavía el coche. Poco después, un vigilante de seguridad de una empresa cercana acude en ayuda de la cría, que ya le cuenta lo que ha ocurrido.
Y hay una mujer, Itziar, que pasea por la zona con su bebé, en el carrito. La mujer cuenta que le llamó la atención porque vio como el hombre caminaba delante (después de la agresión tuvo que ser) sin preocuparse de la niña, que “le seguía como un perrito abandonado”. Pues bien, Itziar también ha reconocido a Ortiz en el juzgado y será otra testigo contra él.
En este caso, el teléfono del pederasta va a ayudar a condenarle. Cuando estaba con la niña, sonó su teléfono. La policía ha analizado las horas y los lugares y demuestra que Ortiz estaba donde se secuestró a la niña y donde se la agredió. Además, del reconocimiento de la niña y de la mamá testigo.
El teléfono de Ortiz le sitúa al menos en otros tres días y lugares de las agresiones, incluida la primera y de la que menos pruebas hay, a la niña china en Coslada, en julio de 2013. Ese mediodía, el móvil del pederasta estaba en Coslada a la hora de la agresión.
Pasa poco más de un año entre su primer ataque frustrado hasta su detención en Santander, donde se había escondido. Su madre, su entorno, no sospechaba nada. La madre no se fiaba de Ortiz, ya hemos visto que no le dejaba las llaves. Sabía que era un delincuente, lo mismo cobraba deudas, que daba una paliza, que participaba en un atraco. También sabía que había estado en prisión por agredir a una niña… Lo cierto es que tras las agresiones Ortiz iba a dormir a casa de su madre. Una tarde, incluso le comentó que la policía le había parado y le había pedido el DNI. La madre le contestó: será por el asunto del pederasta ese del barrio. La mujer tuvo un ataque de ansiedad cuando supo que su hijo era el monstruo que todos buscaban.
En cuanto a su entorno, Ortiz tenía una pareja a la que había conocido en prisión, con la que tenía una relación más o menos normal, entre pastillas, sexo duro y protección de animales. Ambos fueron, por ejemplo, a recoger un galgo abandonado en la provincia de Toledo. La madre de sus dos hijos, con la que discutía porque no le pasaba la pensión y no podían, por ejemplo, comprar los libros escolares para sus hijos. Uno de los chavales, por cierto, le dice a su padre que quiere ser policía. Y su segunda esposa, una mujer venezolana que le denunció dos veces por malos tratos, era la dueña del coche con el que cometió las primeras agresiones, el Toyota. Se lo vendió por 3.000 euros que Ortiz, por cierto, nunca le pagó.
Antonio Ortiz no tenía trabajo estable. Hacía chapuzas, de hecho se fue a Santander para ayudar a su tío en una obra, cobraba deudas, trapicheaba con anabolizantes y esteroides, recuperaba coches que no se habían pagado… y también cobraba el paro. De hecho, cuando se sentía ya presionado y decidió irse de Madrid, se olvidó de sellar el paro y le llamaron reclamándole los nueve días de prestaciones.
Y la pregunta del millón, ¿cuántos años va a pasar en la cárcel este hombre?
Faltan por analizarse todavía algunos pelos que se encontraron en el desagüe del piso, los restos del vómito, teléfonos, rastreos… Todo indica que no se libra de tres agresiones sexuales y secuestros o detenciones ilegales de menores: la niña española, la niña china y la dominicana. Eso, sí todo el mundo hace bien su trabajo, y otra vez sin entrar en detalles pero según el tipo de agresiones que cometió, deberían ser tres condenas de al menos 15 años cada una. Si se consigue, que confiamos que sí, condenarlo por la primera niña china de Coslada y otras dos más en Madrid, que fueron intentos frustrados, la pena de Ortiz aumentaría.
Otro tema es el tiempo que cumplirá. El pasado domingo un veterano policía que ha sido clave en las investigaciones nos decía entre escéptico y provocador: diez años de talego ya se va a comer. Cuando le dijimos que serán muchos más, nos dijo: “estos días me da gusto ver en la tele cómo va a ser la boda de Charles Manson”. Han pasado 43 años de los crímenes de Manson, que cumple 70 años y fue condenado a cadena perpetua. Se casará en prisión con una joven y la próxima vista para su posible libertad se celebra en 2027, cuando él cumpla los 83.