Sexo, mentiras y sicarios en la funeraria
La historia de Territorio Negro empieza como un triángulo sentimental: hablamos de dos hombres, empleados de una de las empresas funerarias más importantes de España, que tienen relaciones con la misma mujer, recepcionista también en esa misma empresa. Dos de esos tres personajes están en prisión, acusados de planear la muerte del dueño de la funeraria, Mariano López Plaza, ex vicepresidente de la empresa constructora ACS. Trataremos de explicar este laberinto de mentiras, crimen y sexo en una funeraria madrileña.
Bien, vamos a empezar a narrar esta historia. Ya hemos contado que cualquier lugar puede ser el escenario de un crimen o de una conspiración para un crimen, pero nunca habíamos hablado de crímenes en una funeraria. ¿Cómo se destapa toda esta historia, todo este triángulo que en principio afectaba solo a la vida privada de tres empleados?
Los agentes de la policía judicial de Alcalá de Henares, en Madrid, citan en la comisaría a José Antonio Pérez, un empleado de la funeraria Servisa, una de las más potentes de España, con sede en 17 provincias. Es el 3 de febrero de 2009 y los policías le comunican que han detenido a Ana Belén Elvira, una compañera de trabajo casada con la que el mantenía una relación sentimental.
José Antonio está impresionado, mucho más cuando los policías le explican que su amante está en los calabozos porque había encargado que le mataran: primero a él y luego a su jefe, el constructor y dueño de la empresa de pompas fúnebres, Mariano López Plaza. Ante semejante papeleta, el hombre solo acierta a decir que su relación con la mujer iba cada vez mejor. La cosa se pone negra cuando los policías le comunican que su amiga también tenía relaciones con otro compañero de trabajo, Jesús Moreno, al que llaman Suso, y que es el yerno del jefe. Los policías le explican que Ana y Suso iban a matar a su jefe para que éste, que era su yerno, heredara el control de las empresas. Le dicen con toda la diplomacia posible que a él, simplemente, iban a matarlo porque podía sospechar de ellos.
Hasta llegar a ese momento, donde se avisa a un inocente de que su novia o su pareja ha planeado pagar para que le maten, hay una investigación, un proceso. Tres semanas antes, el 27 de enero de 2009, un hombre que trabaja de vigilante jurado y dice haber sido confidente de cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, se presenta en la comisaría de Alcalá de Henares, en Madrid. Allí cuenta que una vieja amiga de adolescencia, Ana Belén Elvira Gómez, que en ese momento tenía 36 años, le ha ofrecido 4.000 euros por matar a su jefe en la funeraria y otros 4.000 más por eliminar a José Antonio, un compañero de trabajo que dijo que la acosaba sexualmente. Esa vieja amiga, explica, le pide que busque personas para hacer el trabajo, el doble crimen.
El testigo protegido, el sicario arrepentido, explica que Ana sabía que él había trabajado de portero de discoteca durante algún tiempo y que pensó que podía conocer a algunos matones para hacer el encargo. Los dos se conocían desde hace 23 años. El hombre era un radioaficionado que iba a jugar a los dardos al bar del padre de la mujer. Ella, Ana Belén, explicó en sus declaraciones que diez años después de conocerse en aquel bar familiar ambos empezaron a tener sexo telefónico.
Esta mujer, la recepcionista de la funeraria, recurrió para matar a su jefe a un guardia jurado con el que tenía sexo telefónico desde hacía años. Parece un dudoso criterio de selección de personal, pero ella lo negó todo. Su versión, que el tribunal no creyó, es que este hombre la hacía chantaje porque tenía grabaciones y fotografías eróticas suyas. Que la amenazaba con contárselo a su marido, a su familia y a sus amigos. Y que por eso aceptó pagarle 3.000 euros a cambio de su silencio. Eso sí, no denunció ese chantaje.
La Audiencia Provincial de Madrid, que condenó este verano a Ana Belén a diez años de cárcel, escribe en su sentencia que la acusada tiene “facilidad para mantener y simultanear relaciones sentimentales y sexuales”. Ella, cuando fue detenida, explicó que además de sus relaciones con dos compañeros, tenía sexo telefónico por gusto, no por dinero, con muchos conocidos, y lo dijo con otras palabras: “Quizá yo sea un poco promiscua, o como se dice vulgarmente, quizá yo sea un putón verbenero, no estoy orgullosa”.
O sea, la mujer reconoce que tenía relaciones con el yerno del dueño de la funeraria, pero no que organizó el crimen. Ana Belén sí tenía, según comprobó la policía, una afición intensa por el sexo telefónico con hombres. Y, claro, como no cobraba, nunca le faltaron amigos o conocidos para practicarlo. Para que su marido no sospechara, usaba un teléfono prepago, pero es que llegaba a gastar 600 euros al mes en esas conversaciones. La policía encontró también los mensajes (más de 2.300) que se cruzó con Jesús Moreno, uno de sus amantes, ahora condenado a seis años de prisión. Vamos a leer algunos para meternos en situación. Ella fantasea con que ambos se queden a trabajar solos en la funeraria y escribe: “Me encantaría que me pusieras nerviosa y besarte entre frase y frase y lamer todo tu cuerpo entre llamada y llamada y hacer el amor entre servicio y servicio”. Servicio fúnebre, se entiende.
El hombre, en pleno delirio erótico criminal, porque ya están pensando en matar a su suegro, le escribe: “te amo, el día que te vea te voy a dejar seca. Estaría todo el día pegado a ti como un perrito faldero”. Ella es un poco más poética y responde: “necesito locamente tenerte a mi lado aunque sea un segundo, pero realmente kiero tenerte a mi lado el resto de mi vida”, pero también más práctica: “tenemos pendiente lo del día 26”.
¿Qué es lo del día 26? Que tenían que hacer ese día esta pareja tan apasionada de la funeraria de Alcalá de Henares? La policía siguió la pista del dinero y comprobó que el 26 de enero de 2009, Jesús Moreno sacó 3.000 euros en efectivo de una cuenta corriente que tenía abierta en una sucursal de Banesto. Tres días antes, el hombre había pasado allí el dinero desde una cuenta que tenía con su mujer en ING. El hombre admitió que entregó esa cantidad a su amante, aunque solo para ayudarla con sus problemas económicos.
Jesús utilizó también el dinero de su mujer y de su suegro, para pagar alguna estancia en hoteles y balnearios con su amante. Incluso cargó algunos de esos gastos a la cuenta de su lista de bodas, abierta en El Corte Inglés.
Bien, con esos 3.000 euros, esta mujer se cita con su antiguo amigo, el vigilante jurado, ese mismo día. Quedan en un bar llamado Tupamaro, en el barrio del Chorrillo, en Alcalá de Henares. Ana le entrega a su amigo un sobre con 3.000 euros en billetes de cincuenta, también le da un juego de tres llaves marca JMA y dos fotos: una es una imagen de la cena de Navidad de los empleados de la funeraria donde se ve a José Antonio, que debía ser el primero en morir, y luego le envía una fotografía al teléfono móvil donde se ve a Mariano López, el dueño y el segundo objetivo de su plan.
Los 3.000 euros por anticipado se completarían luego con 1.000 euros tras cometer el primer asesinato.. Ana le dio también la portada de una revista de crucigramas llamada Colección de Cruzadas, (el título se refiere a los pasatiempos de palabras cruzadas) concretamente el número 155. Y en la contraportada de la revista escribió de su puño y letra como luego confesaría: “Merche S500 4MATIC Azul Marino CSN. X-J Tarde” y debajo escribió la dirección exacta, que aquí no vamos a reproducir, de la oficina y el domicilio de Mariano López Plaza, en una lujosa urbanización del oeste de Madrid.
Y la policía investiga todo, también esa revista de crucigramas, cuándo y dónde se vendió…Y hay suerte, porque es una revista que se vendió solo en México, al precio de 19 dólares. Y ni Ana Belén ni su amante han estado en ese país. Fue el propio suegro, don Mariano, que era muy aficionado a los crucigramas, el que compró la revista que luego su recepcionista utilizaría para encargar su asesinato.
Merche S500 es un Mercedes y la matrícula del coche del hombre a quien debían matar. Y X-J tarde son los días (miércoles y jueves por la tarde) que don Mariano no iba a trabajar a la empresa. La mujer animó al sicario al decirle algo que también era cierto y que solo los familiares de don Mariano sabían: que no conectaba nunca las alarmas de su chalé. La idea era que lo mataran en su casa o en su oficina.
Parece claro que el móvil de encargar el crimen de don Mariano, del constructor, del jefe de la funeraria, era el dinero. Así lo relató el sicario. Ana Belén le explicó que mientras viviera don Mariano, el yerno no disfrutaba de la fortuna familiar, apenas recibía algún dinero para gastos o le pagaban algún viaje, pero si moría don Mariano, su amante, el yerno, heredaría la gestión de los negocios del hombre y controlaría muchas empresas de López Plaza, no solo la funeraria, a través de su esposa, María, que no sospechaba nada y por lo visto estaba totalmente enamorada de su marido.
El suegro no llegó nunca a fiarse del yerno y le obligó a firmar la separación de bienes cuando se casó con su hija. La sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, firmada el 24 de julio de este año, explica que el suegro describía al marido de su hija como “carente de conocimiento ni preparación” para hacerse cargo de otros negocios familiares. Y que esto “fue motivo de un seguro resentimiento en el acusado que se fraguó a lo largo del noviazgo con su hija que duró siete u ocho años y que se concretó al casarse con ella”.
Este constructor, este hombre que fuera nada menos que vicepresidente de ACS con Florentino Pérez al mando, debía ser la segunda persona en morir. En esa revista de crucigramas no se escribe nada de la primera víctima, de José Antonio.
El plan era asesinarlo en el aparcamiento de la funeraria y el sicario ya tenía la foto. También le dirían los turnos de trabajo y las horas a las que salía. En un principio, además, la mujer pensó en envenenar a su compañero, pero algo falló. La policía encontró en el ordenador del cómplice, de Jesús Moreno, varias páginas web sobre cómo suicidarse sin dejar huella usando venenos como la estricnina. Pese a las coartadas que dieron los dos acusados, no parece que ninguno estuviera pensando en el suicidio.
Han acabado condenados. Ella a diez años de prisión y él a seis años, ¿por qué esa diferencia? La sentencia está recurrida y será el Tribunal Supremo el que decida, pero de momento los dos amantes de la funeraria, Ana Belén y Jesús, están en la cárcel. Ella cumple una condena de diez años; le han caído cinco años por cada proposición de asesinato. El tribunal absolvió a Jesús del segundo plan, el de matar a su compañero, y solo lo condena por encargar matar a su suegro. Le han caído cinco años de prisión más uno por lo que se llama agravante de parentesco, no es lo mismo querer matar a un desconocido que a un pariente, aunque sea el suegro, así que su condena es de seis años de prisión.
En cuanto a Jesús Moreno, el yerno, los tres jueces (dos de ellos son mujeres) califican su historia, su intento de coartada, de “endeble”. Es un tipo bastante simple, por lo visto su suegro tenía razón. Diferente es la valoración que hacen los jueces de Ana Belén, la mujer fatal de esta historia, en quien advierten “una clara demostración de su capacidad intelectual de manipulación y fabulación”. Apreciaron en ella también “la especial habilidad” para mentir e improvisar, su capacidad para “urdir situaciones delicadas y secretas”. En el juicio, por cierto, la mujer se refirió a su otro amante, José Antonio, al que también encargó matar, como un “osito” y negó haber tenido relaciones con él. Y un final tierno. Por los pasillos de la Audiencia de Madrid, por cierto, y antes de conocer su veredicto, Ana Belén y Jesús iban cogidos de la mano.