Domingo Expósito murió por su hija
Este territorio negro, de los que le gustaba escribir a Juan Luis Álvarez, a Fiti, cuenta la historia de una niña española, África, y de sus padres, el malagueño Domingo Expósito y la argentina Nadia Kasen. Una historia que termina mal, y en la que nada es lo que parece.
Todo empieza el 8 de noviembre de 2010. Un padre malagueño, Domingo Expósito, va a una guardería de Fuengirola a recoger a su hija, África. Pero la niña no está allí. Y muy pronto, ese padre supo quién se la había llevado.
Domingo sospechó inmediatamente de su ex pareja, Nadia Kasen, la madre de la niña. Los dos se habían conocido tres años atrás y se habían enamorado. Pero la historia había acabado, y había acabado mal, unos meses atrás. Estaban separados y no era la primera vez que Domingo tenía que pasar por comisaría.
La separación había sido muy poco amistosa. La madre, Nadia, denunció a su ex marido por malos tratos, denuncia que fue archivada. Entonces, cuando el tema de la custodia está en los juzgados, la mujer se lleva a su hija a Argentina. Pero el padre va a luchar.
El padre, Domingo Expósito, que es un hombre de una familia humilde, el menor de cinco hermanos, decide dejarlo todo y trasladarse a Argentina para poder seguir viendo a su hija, al menos un par de veces a la semana.
Domingo Expósito, que entonces tenía 27 años, dejó su familia y su país y se fue al otro lado del mundo, casi a la Patagonia argentina. Allí, al menos, podía seguir viendo a su hija, que entonces tenía cuatro años, mientras la justicia decidía con quién debía vivir la niña. Debió ser muy difícil. Domingo, que había trabajado como camarero en Fuengirola, consiguió un empleo en la cocina de un restaurante en la localidad de Comodoro Rivadabia. Al principio, le dejaban ver a su hija, África, a la que iba a recoger a sus clases de ballet.
Y este padre español va sobreviviendo en Argentina. Y la vida da entonces un giro en esas clases de ballet. La profesora de ballet de su hija se llama Carolina Gaya. Es una mujer separada, con un niño pequeño. Carolina y Domingo se conocen cuando él va a buscar a su hija a las clases. A los dos les gusta el flamenco, se caen bien y en octubre de 2012, más de un año después, empiezan a salir juntos. Carolina recordaría luego que Domingo era una persona con mucha luz. Sus amigos argentinos conocían su batalla por recuperar a su hija y le respaldaban: organizaban, por ejemplo, comidas para recaudar dinero con el que el pudiera seguir viviendo en Argentina y luchar por su hija.
Las cosas se van complicando. La madre también había rehecho su vida. Incluso había tratado de ocultarse y había cambiado de colegio a la niña. En un programa de radio en Argentina, la mujer dijo que su ex marido “era un hombre empeñado en joderme la vida. Yo siempre intenté tener el mejor diálogo posible con él, por África, porque somos adultos y tenemos una nena. Yo quería que nos lleváramos bien. El siempre decía que sí y después hacia todo lo contrario”. En ese mismo programa de radio argentino, donde insistía en que había sido maltratada en España y que tenía miedo de volver, la ex mujer apuntaba ya cierta fijación con la nueva pareja de Domingo: “Él nunca se hizo cargo como padre, se la dejaba todo el día a Carolina. No era mal padre, quería a la nena, pero siempre había problemas”.
Llega 2014 y la justicia da la razón a Domingo Expósito. Le otorga la custodia de su hija y puede regresar, por fin, a España. Una jueza de Fuengirola decidió en febrero de 2014 darle la custodia al padre. Además la magistrada ordenaba que la niña, que ya tenía siete años, debía estar de vuelta en España antes del 22 de marzo de ese año. Domingo se puso manos a la obra (porque no tenía dinero para los billetes de avión) y sus amigos volvieron a ayudarle: entre todos reunieron 2.900 euros. El hombre compró tres billetes de avión: para él, para su hija y para su pareja. La fecha era casi simbólica: el 19 de marzo, día del Padre.
Pero el padre y la niña no cogieron ese avión. La madre no entregó a la cría. Entonces denunció que unos días antes le habían robado el bolso. Contó que dentro del bolso estaba el pasaporte de la niña. Sin pasaporte, no pudieron volver a España. Domingo no se rindió. Pidió un nuevo pasaporte para su hija en el consulado español en Bahía Blanca. La juez amplió el plazo: la madre debía entregar a la niña antes del 30 de junio de 2014.
Estamos en marzo, la justicia ha decidido que el padre debe recuperar a su hija. Pero a la madre le han robado, dice, el pasaporte. Domingo tiene que quedarse tres meses más en Argentina mientras se resuelve el papeleo. Y no van a ser tres meses fáciles
El padre de África comenzó entonces a recibir mensajes con amenazas en su teléfono móvil. Su nueva pareja, Carolina, recibe también mensajes de texto que le anunciaban: “te vas a quedar sola”.
Una tarde, cuando Domingo acude a ver a su hija, hay un incidente revelador. Normalmente, se la entregaban a la puerta de la casa de la abuela materna, pero ese día dos hombres le dicen que pase: Domingo sabe que no debe, si entra le pueden acusar de incumplir el régimen de visitas. Y decide quedarse fuera y esperar. Los hombres le dicen que si no pasa, no ve a su hija. Domingo lo graba todo con su teléfono móvil, pero decide no pasar, le queda muy poco para recuperar a su hija y cree que todo es una provocación para retrasar las cosas.
El tiempo corría, ahora sí, a favor del padre de África. Y llegó por fin el mes de junio, cuando tenían que entregársela. Pero el día 25, cuando va hacia su casa en Argentina, un coche le sigue. Domingo va con su pareja, Carolina, y el hijo de ella, de cuatro años. El otro coche, un Volkswagen Golf, va detrás. Les siguen hasta su casa, en el barrio 13 de diciembre de Comodoro Rivadabia. Cuando aparcan, el otro coche aparca detrás. Un hombre alto y encapuchado sale del coche y se dirige hacia ellos. Domingo pregunta: ¿qué pasa? El encapuchado saca un Magnum del 44 y le dispara tres veces, en el cuello y en la espalda cuando trata de huir. Se mete en el coche y huye. En el suelo, escondidos tras una furgoneta, están Carolina con su hijo en brazos: “¿Mamá está muerto?”, le pregunta el crío.
Domingo Expósito murió allí, en una calle argentina, cinco días antes de recuperar a su hija. Su pareja, Carolina, tuvo el valor de proteger a su hijo y también de anotar la matrícula del coche en el que huyó el asesino. Era un Volkswagen golf de color gris con matrícula FSN 655. Carolina, la pareja de Domingo, recordó que lo había visto aparcado semanas antes cerca de la casa de la madre. La policía argentina investigó el asesinato. Sus pesquisas constan resumidas en un atestado de 153 páginas que tiene como primera pista el hallazgo del coche, abandonado, tres días después del asesinato, en un barrio complicado llamado las 1008 viviendas.
La dueña del coche era una mujer, pero que no tiene nada que ver con este asunto. En realidad, esa ciudadana argentina contó a la policía que en marzo había vendido por Internet el coche, que estaba bastante cascado, a un tipo apellidado Solís y que le pagó 38.000 pesos. Lo que había ocurrido es que el comprador no había comunicado el cambio de dueño del coche, que seguía registrado a su nombre.
Solís podía muy bien ser Sergio Solís, el nuevo novio de la madre de África. La policía argentina encuentra un testigo que dice que lo vio conduciendo ese coche apenas una semana antes del asesinato. Pero hay un problema: tanto Sergio Solís como Nadia, la madre de África, la ex mujer del español asesinado en Argentina, tienen coartada para el momento del crimen. Ellos no lo hicieron.
Recordemos el testimonio de Carolina: el asesino es un hombre alto y fuerte encapuchado. Carolina, eso sí, contó a la policía que “Cuando vi a ese hombre encapuchado, alto y fuerte, vestido todo de negro, bajar del coche y venir hacia nosotros, supe que iban a matar a Domingo y también supe por qué”. Era una muerte muy oportuna para la madre: cinco días antes de entregar a su hija, el padre era asesinado, pero la policía debía encontrar pruebas.
Y ponen la lupa sobre la ex mujer del español asesinado y sobre su novio, ese tal Solís. Se repasan teléfonos y ordenadores. Así descubren, por ejemplo, que la ex mujer del español había buscado en Google, en marzo de 2014, cuando la justicia le ordenaba entregar a su hija: “ácido que disuelve la carne y hueso”.
La policía rescata también conversaciones de whatsapp en las que habla con su amiga Cintia. Le anuncia que la niña tiene que irse en marzo a España, pero le dice: “voy a hacer de todo, y si no, el plan B”. La amiga le contesta si alguien le ha dicho que sabe de un sicario. Y la ex mujer de Domingo Expósito responde: “todos lo quieren muerto”.
Y de los teléfonos de Nadia y su novio se rescata un detalle curioso: han borrado los números de dos personas. Uno es el de Domingo Expósito, claro, ya está muerto. El otro número que han hecho desaparecer de sus agendas los dos sospechosos es el de un hombre que se llama Miguel Ángel González, que es hermanastro de Solís, el sospechoso novio de la madre. La policía argentina descubrió que una hora después del asesinato del español, a las once y cuatro minutos de la noche de aquel 25 de junio, González escribió a Solís un mensaje muy breve: “Yaaa estáaaaa”, con muchas aaas. Ellos dos y otros dos amigos más crearon un grupo de whatsapp donde se daban consejos sobre como “manejarse” y qué decir si les llamaba la policía.
Y falta un hombre todavía en esta trama para matar al padre español. El hombre que escribe, cuando se entera de que la policía tiene el coche en el que ha huido el sicario, un mensaje muy clarito. “Ojalá no saquen nuestras huellas, yo voy a necesitar moneda, no tengo abogado, hay como siete de la científica”. Se refiere a siete agentes de policía argentina que están registrando el coche. Ese era el autor material del asesinato de Domingo Expósito. El problema era que el teléfono desde el que se enviaba el mensaje era lo que en Argentina llaman “un chip volado”, una tarjeta prepago que no estaba a nombre de nadie. La policía encontró el usuario, un tal Gonzalo Velázquez. Semanas después, los resultados de policía científica permitieron identificar una huella en el coche. Era de un tal Gonzalo Velázquez.
Y dieciséis meses después del asesinato de Domingo Expósito, en octubre de este año, la policía argentina detiene a todo un grupo criminal. Su ex mujer, Nadia, y su pareja, Sergio Solís, están acusados de ser los autores intelectuales, los que encargaron el crimen. Y los otros dos tipos, Miguel ángel González y Gonzalo Velazquez, están acusados de ser los que fueron a cometerlo: uno condujo el coche y otro bajó y disparó al español. Todos dicen ser inocentes. En casa de la mujer, por cierto, se encontró aquel pasaporte de la niña que dijo que le habían robado para evitar que volvieran a España. Los cuatro están en prisión esperando el juicio. En Argentina se enfrentan a cadena perpetua (se castiga más un crimen por el parentesco y por lo que llaman remuneración económica).
La policía sí tiene el testimonio de un confidente que asegura que se ofrecían “50.000 pesos por matar al español”, es decir, la vida de Domingo Expósito valía 4.675 euros.
La cría, que cumplirá ocho años pronto, vivió con la madre hasta que fue detenida por matar a su padre. Ahora, con la madre en prisión, sigue viviendo en Argentina, en casa de la abuela materna. En Málaga, la otra abuela, la paterna, doña Josefa, sigue luchando con su abogado Manuel Huerta para lograr aquello que no pudo conseguir Domingo Expósito, traer a la cría de vuelta a España y por fin volver a verla.