120 años de su nacimiento

Viajando por Chile a través de las casas de Pablo Neruda

En la web de la Universidad de Chile, están a disposición de todo el que quiera escuchar al Premio Nobel, los audios de Pablo Neruda, uno de los poetas más influyentes y más traducidos del siglo XX, recitando algunos de sus versos. Este 2024 se conmemoran los 120 años de su nacimiento, en sus tres casas principales hoy abiertas a las visitas.

Elena del Amo

Chile |

Poeta y Nobel de Literatura en 1971, Neruda también fue senador y precandidato a la presidencia de Chile, luchador por las libertades y los derechos humanos afiliado al partido comunista, embajador en Francia y cónsul desde en Ceylán y Birmania hasta en Barcelona y Madrid poco antes de la Guerra Civil. Y fiestero como pocos, coleccionista compulsivo, enamoradizo y mujeriego y divertidísimo tanto como amigo como enemigo. Este hijo de un obrero ferroviario y una maestra de escuela que, en realidad, no se llamaba Pablo Neruda, sino Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, dejó huella de toda esa intensidad en su obra y también en las casas en las que la escribió, donde se refleja su amor por la vida y su capacidad para encontrar belleza en lo cotidiano.

Santiago de Chile | Pexels - Willianjusten - 19821196

Su casa de Santiago será seguramente la más fácil de visitar

Es que está en pleno centro de la ciudad. Esta primera casa, bautizada como la Chascona, te la encuentras encajonada entre la vegetación a los pies del cerro San Cristóbal, por el barrio bohemio de Bellavista, que hoy tiene una zona repleta de cafés, de tiendas y galerías de arte entre casas de colores y muchísimo ambiente. Todo eso no debía estar, claro, cuando Neruda empezó a construir la Chascona en 1953 para su amor secreto de entonces, la cantante Matilde Urrutia, quien luego se convertiría en su tercera y última esposa. De hecho, “chascona”, que en el argot chileno significa ‘despeinada’, es el mote cariñoso que Neruda le puso tanto a la pelirroja Matilde como a la casa. Ella vivió sola allí mientras él seguía casado con su segunda mujer, Delia del Carril, una pintora argentina con mucho mundo y 20 años mayor que él. Ya separado, dos años más tarde, él se muda a la Chascona, una casa hecha como a retales, porque tiene 3 áreas en las que toca bajar al jardín para pasar de una a otra. Y si a Neruda se lo cataloga como el gran poeta del amor, en esta casa, más por la atmósfera que por los objetos a la vista, se palpa en cada detalle que ahí vivía una pareja enamorada.

La Chascona se abrió al público hace años y por ella aparece desde un retrato de Matilde con dos cabezas realizado por el muralista mexicano Diego Ribera hasta más cuadros y fotografías de artistas amigos; entre objetos cotidianos como las vajillas y el escritorio, la biblioteca o el bar, sacado por cierto de un barco. Pero quizá porque Neruda murió en 1973 y fue Matilde Urrutia quien siguió viviendo aquí hasta su muerte en 1985, en esta casa se refleja algo menos todo el imaginario del poeta. O quizá es porque la Chascona no fue su casa favorita.

Valparaíso (Chile) | Pexels - Unluiscreativo - 18020474

Tampoco fue su favorita la que puede visitarse en Valparaíso

Tampoco esa, bautizada como La Sebastiana en honor a su constructor, a 120 kilómetros de Santiago y que se llamaba Sebastián. ¡Y mira que le costó encontrarla! Porque Neruda, cuando andaba buscando un escondite en las laderas de Valparaíso, empezó, como haríamos cualquiera, a dar toques a los amigos por si se enteraban de algo, y les especificó todo lo siguiente:

“Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos, ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica. Lejos de todo pero cerca de la movilización. Independiente, pero con comercio cerca. Además tiene que ser muy barata ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?”

Milagrosamente y después de mucho buscar, ¡porque mira que no pedía cosas! Pero en 1959 compró la Sebastiana en uno de los cerros de esta ciudad frente al Pacífico. Era una casa disparatada y dicen por eso que le gustó tanto. Llena de escaleras y tan grande que la compró a medias con un matrimonio amigo. Neruda se quedó con los pisos tercero y cuarto, que eran un dolor para subir y bajar, pero tenía una vista increíble sobre la bahía y él, un apasionado del mar pero que se mareaba navegando, hizo de sus tres casas un especie de barco varado en tierra donde sentirse capitán. Por La Sebastiana, que fue una casa festiva donde organizó un montón encuentros delirantes con los amigos, ya se ven mapas, mascarones de proa y ojos de buey, botellas de colores y conchas que coleccionaba, como tantas otras cosas que arrojaba el mar y que él recogía, entre fotos de amigos o un retrato de Walt Whitman, uno de sus padres literarios. Pero su casa favorita, en la que escribió gran parte de su obra y su personalidad se refleja en cada rincón, queda también frente al mar, pero algo más al sur.

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En Isla Negra, que a pesar del nombre, no es una isla, sino una pequeña localidad a una hora y media de Santiago. Como los pescadores le decían así por las rocas oscuras de la costa, Neruda la bautizó como Isla Negra. Al filo de los rompientes, sobre una playa y un mar bravo que se podía quedar mirando durante horas, se levanta esta locura de casa con tantos cachivaches fantásticos que parece un gabinete de curiosidades. Coleccionaba caracolas e insectos, réplicas de veleros y zapatos viejos, dientes de cachalote, botellas con formas raras, máscaras de medio mundo, pipas, mascarones de proa. Cada uno cuidadosamente elegido y con su historia. Como el mascarón del pirata Morgan que compró en un anticuario de París y colocó enfrente de una mascarona a ver si se enamoraban, pero no hubo manera, según Neruda, porque ella siempre miraba al mar y ni se fijó en aquel pobre pirata de madera.

La verdad que te sientes un poco voyeur paseando entre todos estos trastos maravillosos traídos muchos de sus viajes por medio mundo. O avanzando entre pasillos estrechísimos y maderas que crujen hasta llegar a la mesa ante la que se encerraba a escribir y el comedor donde reunía a sus invitados. Porque en Isla Negra también celebró muchas de sus fiestas desternillantes, en las que lo mismo les leía poemas que era el primero en disfrazarse. Dice también muchísimo de él y de su sentido de la amistad cuando ves los nombres de amigos muertos que grabó en las vigas del bar para poder seguir bebiendo con ellos. En esta casa, que es la que me faltaba por conocer, porque las dos otras las había visto en un viaje anterior a Chile, se nota mucho más que, en lo personal, era todo un personaje.

Esta casa de Isla Negra se la había comprado en 1938 a un marino español y entonces no era más que una cabaña de piedra. Pero la fue ampliando en las siguientes décadas con más y más estancias locamente comunicadas y es aquí donde solía venir cuando quería concentrarse en la literatura y donde reunió la mayor parte de sus libros.

Neruda, que tenía cáncer de próstata pero todavía no tan avanzado, moría inesperadamente el 23 de septiembre de 1973, apenas 12 días después de que el golpe militar de Pinochet derrocara el gobierno de Allende. Siempre se sospechó si podía haber sido envenenado y en 2013 se exhumó su cuerpo para iniciar una investigación que se cerró hace poco, pero el pasado febrero la justicia chilena reabría el caso para dilucidar si realmente murió de cáncer o fue envenenado por la dictadura. Habrá que esperar para saber.

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Lo que es seguro es que, tras el golpe de Estado, las casas de Neruda fueron saqueadas por los afines a Pinochet y esta de Isla Negra fue expropiada. Solo en los 90, cuando volvió la democracia al país, se trajeron sus restos al lugar donde dejó escrito que quería ser enterrado. Y aquí sigue, al lado de Matilde Urrutia, bajo una sencilla inscripción ante esta casa donde hace ocho días, el 12 de julio, se reunieron intelectuales y políticos para conmemorar su 120 cumpleaños, con delante océano Pacífico que, escribió, “se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”.

Ya saben, si tienen en mente un viaje a Chile, no se olviden de este encuentro con uno de los poetas más universales del siglo XX en sus tres casas. Sobre todo, a hora y media de Santiago, en esta de Isla Negra.