Nuevos residentes en los hospitales: la generación de la pandemia
Son el futuro de nuestra sanidad pública, la nueva promoción de sanitarios especializados, entre ellos los MIR, Médicos Internos Residentes y los EIR, Enfermeros Internos Residentes. Tras una larga carrera de, al menos, seis años, ahora les toca enfrentarse al examen más importante de su vida: trabajar con pacientes reales
Llegaron nerviosos, con vértigo por vestir esa temida y deseada bata blanca por primera vez. Las aulas se habían convertido en consultas, pasillos llenos de pacientes y quirófanos. Aunque para muchos de ellos, su primer contacto con un hospital de verdad fue en plena pandemia y menudo momento para hacerlo.
El año pasado, muchos de ellos se metieron de lleno en un hospital sin saber cómo actuar ni qué esperar de aquello. Aunque sin duda, y en esto coinciden todos, fue la experiencia de sus vidas. Tanto para bien como para mal, salieron más fuertes y conscientes que nunca. Por desgracia, la situación no ha cambiado mucho desde entonces. La quinta ola y la persistencia del coronavirus en los hospitales han marcado, de nuevo, este verano.
En esta ocasión han tenido que hacer frente a un obstáculo más: el ministerio de Sanidad les ha cambiado la forma de elección, tradicionalmente presencial, por una telemática y sin poder comprobar las plazas que iban quedando vacantes. Sus protestas, manifestaciones de batas blancas frente al Ministerio, lograron flexibilizar algo el modelo, pero en esta promoción de FSE, la mayor de la historia, cientos de plazas han quedado desiertas por la renuncia de quienes las eligieron sin demasiado convencimiento.
Un año caótico
Sabemos o podemos intuir que los primeros días son complicados. Los nuevos y jóvenes residentes entran con miedo por lo que se van a encontrar pero con ganas de aprender todo lo que puedan. Necesitan implicarse y absorber toda la información, porque eso les ayudará en el futuro. En ese momento es cuando inician una carrera de fondo para alcanzar su sueño.
Desde pequeña Lourdes quería ser médico, le gustaban los quirófanos. Varias lesiones en la rodilla avivaron su interés por la traumatología. Quería saber más. Saber cómo se podía ayudar a un paciente traumatológico, si necesitaba una operación o simplemente algo de rehabilitación. Ahora, durante sus primeros días trabaja en la URPA (Unidad de Reanimación Postanestésica) con pacientes recién operados. Aunque no siempre es así.
Debido a la presión hospitalaria, la URPA recibe pacientes procedentes de todas las áreas, lo que supone un reto para todos los médicos.
Está claro que la presión hospitalaria es uno de los factores que más afecta a la formación de los residentes, aún así no se olvidan de mencionar el apoyo que reciben de los médicos adjuntos. Marisa Martínez es neuróloga en el Gregorio Marañón y acompaña a los residentes del área de psiquiatría y neurología en sus primeros días. “Están muy implicados, con buena predisposición y muchas ganas. Ven que el ambiente de trabajo es agradable y el verano permite una relación más cercana con los residentes”, así describe Marisa a los jóvenes que hacen la residencia en su área.
La medicina es vocación
Sabemos o podemos intuir que los primeros días son complicados. Los nuevos y jóvenes residentes entran con miedo por lo que se van a encontrar pero con ganas de aprender todo lo que puedan. Necesitan implicarse y absorber toda la información, porque eso les ayudará en el futuro. En ese momento es cuando inician una carrera de fondo para alcanzar su sueño.
En la especialidad de psiquiatría se encuentra Roberto. La primera vez que cruzó las puertas del hospital, esperaba seguir con su rol de estudiante. Acompañar de aquí para allá a los médicos más veteranos y hacer poca cosa. “Esperaba una entrada más paulatina y aburrida” aseguraba Roberto, “pero no ha sido así, tienes que buscarte la vida tú solo todo el rato para sacar las cosas adelante. De verdad que la curva de aprendizaje es altísima”
Roberto Crespo empezó a estudiar medicina por vocación, dice. Fue ahí cuando se empezó a interesar por la psiquiatría y la salud mental. Cree que es una rama de la medicina donde se puede marcar la diferencia, ayudar realmente a las personas en su día a día. Haciéndoles la vida más funcional.
La sensación que todos los residentes quieren experimentar es trabajar solos y ver hasta dónde pueden llegar en cualquier situación. La teoría ya la saben, como dicen los médicos adjuntos, pero lo que les falta para ser futuros médicos y enfermeros es la práctica. Eso sólo se consigue con trabajo y esfuerzo diario.
Eso es lo que hace María del Pilar Montero. Es la residente que menos tiempo lleva en el Gregorio Marañón, apenas diez días desde que comenzó. Siempre ha querido ser farmaceútica. Por eso eligió la farmacia hospitalaria, un terreno algo desconocido para muchos pero que en estos momentos es de vital importancia. “Debemos tener el número de vacunas adecuado, conservarlas en frigoríficos y hacer que los medicamentos lleguen a tiempo para todos” explicaba María del Pilar.
La última parada es el área de maternidad y pediatría. Una de las zonas más especiales, sin duda, para Elena. Desde muy pequeña, confiesa, tenía claro que su futuro iba a estar aquí. No paraba de ver vídeos sobre partos y cada vez que se cruzaba con una embarazada algo le decía que ese era su camino. Eligió enfermería y a día de hoy es residente en el área de maternidad, donde se forma para ser matrona.
Elena Martínez es de Murcia, pero se ha trasladado hasta Madrid porque tenía claro que su residencia la iba a hacer en el Gregorio Marañón. Para ella cada día en el hospital es como una montaña rusa. “En el poco tiempo que llevo aquí pienso si de verdad esto es lo que quiero. Tanta responsabilidad y cosas que pueden salir mal. Pero al final todo sale bien, eso es muy bonito y muy gratificante” confesaba Elena muy emocionada.
Y es que al final, medicina, enfermería, farmacia hospitalaria… Todas y cada una de ellas son profesiones de vocación y dedicación. Se nota en cada palabra con la que los jóvenes residentes relatan su experiencia en este hospital. Con una situación atípica y turnos de doce horas demasiado largos, al final del día cuando están agotados física y mentalmente, la sensación que les queda es haber ayudado a los demás y saber que están en el lugar dónde quieren estar.