INCENDIOS

Prevención de incendios forestales: ¿algún país lo está haciendo bien?

Los incendios son la consecuencia ineludible de vivir en un mundo con plantas terrestres, oxígeno y fuentes de ignición como rayos y volcanes, u otras de origen antropogénico. No se pueden eliminar, pero sí aprender a vivir con ellos y controlar su intensidad.

Víctor Resco de Dios, Universitat de Lleida

Madrid |

Prevención de incendios forestales: ¿algún país lo está haciendo bien? | EFE / Álvaro Del Olmo

Los incendios de estos días muestran cómo el fuego corre nuevamente desbocado en varias partes del mundo. Se ha hablado mucho acerca de los problemas que acarrea el cambio climático, el abandono rural y un largo etcétera pero, ¿existe algún lugar dónde se hagan las cosas bien? Esto es, ¿ha logrado alguien domar el fuego para que no sea tan destructivo?

Por suerte, sí. A continuación explicaremos uno de estos casos de éxito.

El fuego en el mundo

Los incendios cabalgan por la Tierra desde hace más de 400 millones de años, mucho antes de la aparición de los primeros humanos. Son la consecuencia ineludible de vivir en un mundo con plantas terrestres, oxígeno y fuentes de ignición como rayos y volcanes, u otras de origen antropogénico.

Si quisiéramos deshacernos de los incendios, antes deberíamos eliminar el oxígeno, las plantas terrestres, los rayos y los volcanes. Esto no es algo que esté en nuestra mano y, además, nos extinguiríamos antes de conseguir deshacernos del oxígeno o de las plantas.

La receta del fuego

No podemos eliminar los incendios, pero sí aprender a convivir con ellos. Esto es, podemos modificar su intensidad, y lograr que sean menos destructivos e, incluso, beneficiosos. ¿Cómo?

Los grandes incendios se cocinan con 4 ingredientes: la cantidad de combustible (es decir, la vegetación a ras de suelo y la hojarasca), la disponibilidad de ese combustible (léase, que esté seco y listo para arder), una fuente de ignición y las condiciones meteorológicas para que propague (principalmente mucho calor y/o viento).

De estos 4 ingredientes, podemos actuar a corto plazo sobre el primero: la cantidad de combustible. A través de la actividad forestal podemos disminuir las acumulaciones de combustibles en el paisaje. Y esto es lo que llevan haciendo desde hace décadas en el oeste de Australia.

El oeste de Australia

Desde la década de los cincuenta, en Australia han implantado un sistema donde anualmente queman, prescritamente, más de cien mil hectáreas. Una quema prescrita es una obra de ingeniería que permite recrear el fuego natural, pero controlando tanto sus efectos como sus impactos.

En la actualidad, el 80 % de lo que allí arde lo hace a través de quemas prescritas, que no impactan de forma tan negativa ni sobre las personas ni sobre los ecosistemas.

Esto no quiere decir que no existan los incendios catastróficos, sino que se ha logrado minimizar su ocurrencia. Tal vez en alguna ocasión le hayan llegado noticias sobre incendios catastróficos en zonas como Sidney o Melbourne, en el sudeste australiano. Sin embargo, la zona de Perth, en el oeste, rara vez es noticia por sus incendios.

Una quema prescrita no es exactamente lo mismo que una quema controlada, como las desarrolladas por agricultores y comunidades indígenas desde tiempos inmemorables. Las quemas tradicionales se basan en la experiencia. La quema prescrita parte de este conocimiento tradicional, lo perfecciona gracias al tamiz de la ciencia y se concreta en un proyecto ingenieril que ha sido previamente testado y validado.

Efectos de las quemas prescritas

Los incendios existirán siempre, pero a través de estas quemas premeditadas y controladas podemos disminuir su intensidad. Las quemas prescritas eliminan el combustible y, de esta forma, aportan una oportunidad para la extinción.

Además, pueden llegar incluso a aumentar la disponibilidad de agua y su calidad y la biodiversidad. Algunos efectos negativos son inevitables, como el humo o las emisiones de CO₂, pero suelen ser menores que en incendios descontrolados.

Se ha criticado que las quemas prescritas son poco efectivas, que requieren el tratamiento de grandes extensiones. En el oeste de Australia, su eficiencia es de 1 a 3. Esto significa que debemos quemar prescritamente 3 hectáreas para reducir en 1 hectárea el área quemada en incendios. En Portugal, la eficiencia es aún menor: de 1 a 5.

En España arden entre las 100 000 hectáreas de media y las 300 000 hectáreas de 2022 (el máximo de los últimos 30 años). Por tanto, deberíamos gestionar en torno a las 900 000 hectáreas con esta técnica para volver a doblegar el fuego.

Si está leyendo esto desde otro país, multiplique por 3 el récord reciente en área quemada en su zona para conocer la superficie a tratar.

Estadísticamente, los incendios son raros. En ambientes forestales, por lo general menos del 0,5 % de la superficie se ve afectada anualmente por incendios. Debemos tratar una gran extensión de terreno ya que, de otra forma, será poco probable que el incendio se encuentre con una zona que ha sido previamente gestionada.

Y aunque es raro que el incendio intercepte una zona tratada, es muy probable que la intensidad del incendio disminuya cuando se encuentra con dicha zona y que su comportamiento sea menos fiero, lo que permitirá su control.

A pesar de esta aparente ineficiencia, la prevención sigue presentando costes menores. Apagar una hectárea en Cataluña, por ejemplo, cuesta unos 19 000 €/ha, mientras que las quemas prescritas suponen apenas unos cientos de euros. Si incluimos los problemas sociales, económicos y ecosistémicos de los megaincendios, la balanza es clara: sí sale a cuenta.

En el oeste de Australia lo han logrado. En otras partes del globo también y, aparte de las quemas prescritas, contamos con otras medidas para domesticar a las llamas.

Nosotros también podemos domar el fuego, pero dependerá de la voluntad política y, sobre todo, de la social. Todavía existe demasiada presión por frenar actuaciones como las quemas prescritas o la actividad forestal en general.

Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.