EL BLOG DEL LECTOR

Experiencias para leer y escuchar

Un nuevo experimento editorial a propósito de Las joyas del paraíso, de Donna Leon (Seix Barral), y una deliciosa novela con aires de FitzgeraldCapoteNormas de cortesía, de Amor Towles (Salamandra), forman el menú de esta semana en la Mesa de redacción de Julia en la Onda – Onda Cero. Para nuestra próxima cita queda El chico, de Steve Hamilton (Pàmies), Premio Edgar 2011, una más que interesante novela policiaca.

ondacero.es

Barcelona | 15.11.2012 16:02

Cecilia Barttolli. Mission | .

Las joyas del paraíso

La ópera es un escenario agradecido para la novela policiaca. Hace veinte años, una escritora norteamericana residente en Italia, Donna Leon, publicaba su primera novela, Muerte en la Fenice (Seix Barral). Su protagonista es un policía veneciano, el comisario Brunetti, y el escenario, el teatro de la Fenice, en donde un director de orquesta muere envenenado durante una representación de La Traviata.

Dos décadas después, Donna Leon abandona a Brunetti –tras 21 títulos, nada menos– pero se mantiene fiel a la ópera con una novela, Las joyas del paraíso (Seix Barral), que cuenta con una interesante novedad tecnológica bautizada con el pomposo nombre de “experiencia FI-DI”.

El argumento se centra en la investigación de la doctora Caterina Pellegrini, una experta en ópera barroca, sobre un olvidado compositor que vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII, Agostino Steffani.

Se trata de un personaje real. Sorprende que, con una vida como la que llevó, no lo hayan explotado más la literatura y el cine. Además de músico itinerante por varias cortes europeas, Steffani fue obispo –a pesar de que se sospechaba que era un castrato, algo incompatible con aquella dignidad–, diplomático, espía y presunto asesino o, al menos, cómplice en un asesinato.

Donna Leon parece rejuvenecer en esta novela y sentirse cómoda con este reto, en parte ficción en parte investigación histórica. Se la nota más mordaz, más aguda, más... suelta que en los últimos libros de Brunetti. Me da –y es solo una impresión personal– que está hasta las narices del comisario italiano. Llámenme psicólogo.

Para escribir Las joyas del paraíso,Leon ha indagado sobre la supuesta implicación de Agostino Steffani en el asesinato de Philipp von Königsmarck, un aristócrata y militar sueco al servicio de la corte de Hannover. Al parecer, el tipo era un ligón que se atrevió a tirarle el anzuelo hasta a la esposa de su jefe. Mala cosa siempre, mortal en aquella época.

La lectura se puede acompañar con la audición de un CD, Mission –que se vende por separado y cuya portada acongoja lo suyo–, en el que la cantante italiana Cecilia Bartoli reúne 25 arias e interludios musicales compuestos por Steffani, considerado una especie de eslabón perdido entre Monteverdi y Vivaldi.

Disco y libro nacieron juntos, de un proyecto literario-musical común, y se complementan. Gracias a un código, se puede acceder con cualquiera de ellos a contenidos extra a través de Internet. Es lo que la discográfica Universal llama “experiencia FI-DI” (por Físico-Digital), un formato que enriquece los libros y los CD con recursos digitales descargables. Una buena estrategia comercial para luchar contra las descargas ilegales.

En este sentido, hablamos hace tiempo de una nueva aplicación que se está implantando en Estados Unidos, el Booktrack. Permite escuchar sonidos y música de forma sincronizada con la lectura en un eReader. Una banda sonora para libros, más o menos; si un personaje entra en un club de jazz, por ejemplo, mientras leemos el párrafo escuchamos el ambiente del local y la música.

Si te lo dan todo hecho, para qué imaginarse nada. Ése si es un buen tema de debate.

 

Normas de cortesía

De tener que ponerle música a este libro, debería sonar Billie Holiday cantando Autumn in New York, una canción que juega un papel importante en Normas de cortesía, de Amor Towles (Salamandra).

Me lo he pasado muy bien con esta novela. Es una delicia, con ecos de Desayuno con diamantes y de El gran Gatsby.

Y es, también, un homenaje a la ciudad de Nueva York en uno de sus momentos más brillantes de su historia, la década de 1930. Su cultura, su música, su arquitectura y su vitalidad impregnan cada una de las páginas de la novela.

El argumento arranca en los años 60, cuando una mujer visita, junto a su marido, una exposición fotográfica –algunas de cuyas imágenes ilustran el libro–. Descubre dos fotografías impactantes del mismo hombre separadas por un año. En la primera, la más antigua, es un joven atractivo, rico y triunfador; en la posterior, aparece derrotado por la vida. Parecen dos individuos distintos y, de hecho, así se presentan en la muestra.

Somos testigos de esa caída en el abismo social a través de la mirada inteligente y aguda de Katey Kontent, hija de emigrantes rusos que empieza trabajando de secretaria en una empresa de transcripciones para abogados y que pronto acaba en una editorial exquisita.

En la Nochevieja de 1937, Katey y su mejor amiga, Eve, van a un club de jazz. Es un lugar para noctámbulos poco jaraneros, amantes de la buena música y de los destilados de alta graduación. Allí, sus vidas se cruzan con la del joven millonario Theodore Tinker Gray –nada que ver con el soseras Grey de las Sombras–.

Acompañando a Katey, Eve y Tinker nos sumergimos en las dos caras de la ciudad. Por un lado, la del glamour, las medias de seda, los martinis a media tarde y los grandes establecimientos de lujo. Por otro lado, la de los empleados que luchan por sobrevivir, los pisos compartidos y el Nueva York popular.

Es un libro lleno de pequeños detalles y de frases brillantes a las que Towles ha sabido impregnar de la elegancia de la época.

Vale, Amor Towles bebe de Scott Fitzgerald y de Truman Capote –a veces descaradamente–, pero puestos a beber de alguien, prefiero que sea de ellos y hasta la borrachera literaria.