Las estrategias del antifeminismo detrás del discurso de Luis Rubiales
Las palabras de Luis Rubiales para justificar sus hechos en la final de Sídney, durante la Asamblea de la RFEF, tenían detrás una línea que seguía el discurso antifeminista desgranado por Michael Flood, Molly Dragiewicz y Bob Pease.
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El discurso del expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, ante su Asamblea General se ha constituido en una especie de antimanual al recurrir a todas las estrategias del antifeminista. Fueron Michael Flood, Molly Dragiewicz y Bob Pease quienes desgranaron los mecanismos discursivos del antifeminismo que, por desgracia, nada tienen de excepcional.
Así que nos detenemos en identificar estas estrategias en el discurso, pasando de la más sutil a la más agresiva.
1. Negación.
"El antifeminista negará que exista un problema de desigualdad o sexismo –que es tratar a las personas de forma diferente según su sexo– o rechazará que sea legítimo exigir un cambio", dicen Flood, Dragiewicz y Pease. La negación del problema o de la necesidad de cambiarlo es un elemento muy común de resistencia a las iniciativas de igualdad de género: "Fue espontáneo, mutuo y consentido. Tengo una gran relación con todas las jugadoras y tuvimos momentos muy cariñosos en esta concentración”.
2. Rechazo.
"El antifeminista se cerrará en banda a reconocer la responsabilidad de abordar un problema de desigualdad".
Rubiales se presentó ante la asamblea dispuesto a "dar explicaciones", sí, pero solo ante el órgano que le eligió y no por lo que está siendo criticado. Él no entiende el comunicado de la jugadora, en el que dice que se sintió “vulnerable y víctima de una agresión”. Rubiales insiste: "No se está tratando de hacer justicia. Eso es falso".
3. Inacción.
"Asimismo, el antifeminista rechazará la implementación de una iniciativa de cambio hacia la igualdad". Rubiales acudió a dicha reunión con la intención, precisamente, de poner en su sitio a la jugadora y a quienes la apoyan para que nada cambiara.
4. Apropiación.
"El antifeminista simulará que ha habido alguna mejora mientras socava de forma encubierta el cambio real hacia la igualdad". En su comunicado, Rubiales pide perdón “sin paliativos”. Eso sí, solo por “un hecho que ocurrió en el palco" en un momento de "euforia" al agarrarse "esa parte del cuerpo".
5. Cooptación.
"El antifeminista utilizará el lenguaje de las propuestas y metas progresistas y usará palabras del discurso feminista, pero solo para ayudar a mantener estructuras y prácticas desiguales".
Rubiales, de hecho, empieza apelando a "todas las asambleístas y todos los asambleístas". Además, usa en su discurso la palabra “feminismo” y sus derivadas ocho veces; “igualdad” cuatro veces, y “justicia” seis veces. Pero más adelante apadrina el plural masculino, que “incluye tanto a mujeres como a hombres”. Por lo tanto, exhorta a los y las presentes, “no nos acomplejemos y sigamos utilizando ‘campeones’ para hablar de hombres y mujeres”.
Sin embargo, la palabra que domina el discurso es “dimisión” y sus derivadas (nueve veces), que ocupan la parte central de su discurso, como se ve en la gráfica. Otras palabras frecuentes son “cacería”, “asesinato”, “presión”, “sufrimiento” y “matar”, y sus derivadas, todas referidas a él y a quienes le apoyan.
“Las denuncias de victimización masculina y discriminación inversa también son elementos comunes de resistencia antifeminista. Muchos hombres se sienten amenazados por el feminismo y llaman la atención sobre lo que ven como formas de desventaja masculina”, dicen Flood, Dragiewicz y Pease.
Las estrategias antifeministas incluyen redefinir el problema de forma que parezca insignificante. Según Rubiales, la complicación no fue su comportamiento con la jugadora Jennifer Hermoso –el pico–, sino blandir sus genitales cerca de la reina de España y la infanta, por lo que pide perdón.
Los antifeministas –según explican Flood, Dragiewicz y Pease– tratan de revertir el problema adoptando una posición de víctima, alegando una discriminación inversa. A este recurso apela Rubiales varias veces: él es la víctima. “Se está ejecutando un asesinato social. A mí se me está tratando de matar”, dice.
“Hemos sufrido mucho. Hemos pasado por mucho. Hemos tragado mucho. Pero hemos estado juntos. Tú y yo y tu equipo, que agradezco que esté aquí”, dice Rubiales al entrenador de la selección de fútbol, Jorge Vilda, también cuestionado en el pasado.
En su lenguaje no verbal (dando la mano a los presentes) y verbal (repartiendo salarios, apelando a las personas por sus nombres), Rubiales también se hace fuerte incluyendo a sus compañeros de fatigas. “Lo mejor del fútbol sois vosotros. Está aquí: esta gente que me ha confiado poder ser presidente estos cinco años”, afirma, asegurando también haber recibido la solidaridad y apoyo de muchos.
Rubiales determina qué es y qué no es el feminismo. Exigir responsabilidades por lo ocurrido es “falso feminismo”, que es “la gran lacra de este país”. “La igualdad no es diferenciar cuando hay una opinión entre lo que dice el hombre y lo que dice la mujer. Hay que diferenciar entre la verdad y la mentira. Y yo estoy diciendo la verdad”, dice Rubiales, sin que quede muy claro qué es lo que ha querido definir, excepto que hay que creerle a él.
Rubiales también se atribuye la facultad de determinar qué es agresión. “¿Qué pensará una mujer (a la) que de verdad se le ha obligado y se le ha agredido sexualmente?”, se pregunta.
6. Represión.
Flood, Dragiewicz y Pease indican que “el antifeminista trata de revertir o desmantelar una iniciativa de cambio una vez que ha comenzado su implementación”. La sorprendente declaración de que Rubiales no dimitiría, cuando todo el mundo esperaba lo contrario, tiene ese propósito: revertir una situación que parecía precipitarse en su contra.
Además, “el antifeminista atacará la credibilidad de quienes impulsan el cambio impugnando sus motivos y marginándolo como grupo de interés especial” dicen Flood, Dragiewicz y Pease. Para Rubiales, el “falso feminismo” está “vendiendo otra cosa en muchos de los medios”, tiene su propia agenda que, sin embargo, él no revela. Se trata de un complot contra él y contra los hombres “felices” y “plenos” (repetido tres veces) como él.
7. Violencia.
“El antifeminista usa el lenguaje de la violencia, acoso y abuso contra personas subordinadas –dicen Flood, Dragiewicz y Pease–. Trata de echar la culpa a quienes son sus víctimas; niega la credibilidad del mensaje sobre la base de que es irracional, falso o exagerado”.
Para Rubiales, la agresión contra alguien que se puede considerar subordinada no es más que “un pico” paternal. Un gesto sin deseo ni dominio por su parte. Sin embargo, su explicación roza el erotismo al describir con todo lujo de detalles cómo fue Hermoso quien lo cogió “por las caderas, por las piernas”, le “levantó” del suelo, le “acercó a su cuerpo”, etc.
Asimismo, usa otro recurso típico del antifeminista y personaliza los ataques. Señala a “la señora (ministra de Trabajo en funciones, Yolanda) Díaz, la señora (ministra de Igualdad en funciones, Irene) Montero, la señora (ministra de Derechos Sociales en funciones, Ione) Belarra, el señor (exdiputado de Podemos, Pablo) Echenique” como parte de una conjura en su contra.
El antifeminismo es la oposición hacia ideologías, principios o movimientos feministas que luchan por la igualdad. Los antifeministas pueden no estar de acuerdo con aspectos específicos del feminismo o rechazarlo por completo; sus objeciones pueden surgir de sus preocupaciones sobre el impacto de la igualdad en los roles de género tradicionales –que los antifeministas intentan proteger–, escepticismo sobre afirmaciones feministas específicas o desacuerdo con propuestas políticas feministas para lograr la igualdad.
Los aplausos que recibe Rubiales al final de su discurso corroboran lo que dicen Flood, Dragiewicz y Pease, y que muchas investigadoras hemos comprobado una y otra vez en estudios cientíticos: el antifeminismo –o machismo– no es anecdótico, sino muy extendido; una verdadera lacra social.
Miren Gutiérrez, Investigadora, activismo de datos, Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.