El villano que vendió dos veces la Torre Eiffel
Javier Cancho nos trae siempre historias curiosas y desconocidas. Hoy la de Víctor Lustig, un hombre con un gran poder de convicción.
Se llamó Víctor Lustig. Fue tratado como conde. Fue admirado, casi reverenciado. Siendo como también fue el hombre más buscado del mundo. Se decía de él que tenía una cultura exquisita. Se contaba que era de esos tipos que caían bien desde el primer instante. Estaba dotado de un especial magnetismo. Era algo así como un encantador de seres humanos. Un agente de la CIA le describió como un criminal evanescente. Desaparecía como el humo de los cigarrillos. Tanto fue así que a día de hoy se desconoce su verdadero nombre.
Viena 1925. En un café de la capital un hombre vestido con esmoquin celebra su triunfo. Sus ojos brillan, se le percibe una sonrisa casi pérfida. Su mirada transpira engaño. Acaba de conseguir el timo del siglo. Acaba de completar la mayor estafa jamás conocida. Su identidad real nadie la conoce. Aunque hubo muchos que le dieran consideración de conde. Era el gran Victor Lustig. Diez años después de aquel instante en la capital austriaca, diez años después un agente del FBI redactaba un informe describiendo a Lustig como un delincuente buscado durante décadas. En ese expediente que fue secreto durante muchos años se reseñaban los nombres que alguna vez había utilizado. Algunos de esos nombres los había empleado para registrarse en hoteles o embarcarse en navíos de recreo. En el expediente aparecía una descripción física, su edad aproximada, dos fotografías: una de frente y otra de perfil. Además de su historial de arrestos. En las fotos se ve a un hombre de mediana edad, con bigote y poco pelo. También se anotaba que entre muchos fue conocido como el diablo hermoso.
A día de hoy ni siquiera se sabe dónde nació. Aunque el FBI especulaba con la posibilidad de que hubiera venido al mundo a comienzos de la última década del siglo XIX en algún lugar del Imperio Austrohúngaro. Los hechos investigados dicen que su verdadera identidad nunca fue localizada. No aparece en ningún registro oficial. No hay registros sobre quién fue Lustig; aunque, sí se sabe que su nombre estaba en los registros de la legendaria prisión de Alcatraz. La década de 1920 en Estados Unidos fue el tiempo de los desenfrenados, de los locos años 20. Y en ese país también el periodo de de la ley seca, de Al Capone y del jazz. En aquel tiempo es en el que Victor Lustig desembarca en Nueva York. Fue la época del apogeo del jazz, y de la fiebre del dólar. Había negocios por todas partes.
También había engaños de guante blanco. La delincuencia y la criminalidad ponían tapete de terciopelo en los garitos donde sonaba una música que terminaría siendo legendaria. Y en esos círculos se movía con elegancia y soltura Victor Lustig. Al poco de llegar, ya desplegó sus habilidades, desplumando a diestro y siniestro. En el primer expediente policial en Estados Unidos, se le puso el sobrenombre de El Cicatriz. Tenía un tajo muy apreciable en su mejilla izquierda, que le hicieron en una pelea en París. Aquel primer expediente policial en los Estados Unidos llegó a circular por 40 ciudades de todo el país. Uno de sus primeros timos fue la llamada caja de dinero rumana. Era muy bueno convenciendo a la gente de que podía multiplicar sus capitales. Usaba una suerte de prestidigitación con el lenguaje y su refinada educación. Embaucaba incautos haciéndoles ver lo que no existía. Con la caja rumana metía un billete en el mecanismo que él mismo había diseñado, haciendo creer al estafado que la caja podía duplicar cada billete. Metía uno y salían dos. Repetía el truco varias veces hasta que se convencían, después acompañaba a los engañados al banco para que les certificaran que los billetes eran de curso legal. Finalmente vendía la caja a los pasmados por considerables sumas de dinero de la época. La caja rumana sólo fue el primero de sus malabares.
Volviendo al año 1925, con el que iniciábamos esta historia… pronto se cumplirán cien años de su estafa más memorable. Cuentan las memorias del agente del servicio secreto estadounidense James Johnson, que Lustig llegó a París en mayo de 1925. Falsificó documentación con el sello oficial del gobierno francés y se presentó en la recepción del lujoso Hôtel de Crillon, en la Plaza de la Concordia. Allí se hizo pasar por un alto funcionario del gobierno francés. Escribió a algunos representantes de la industria metálica de Francia invitándoles a una reunión en el hotel Concordia. Escribió sólo a algunos, no a todos entre los importantes. Les explicó, con un tono solemne, surtido de un lenguaje técnico salpimentado de una retórica majestuosa…les explicó que debido a fallos graves de ingeniería, que comportaban costosas reparaciones, así como problemas políticos que -dijo- no poder discutir con ellos…se hacía obligatoria la destrucción de la Torre Eiffel.
La Torre sería vendida al mejor postor, anunció el sibilino Lustig. En su descargo hemos de recordar el viejo lema de los estafadores: el lema dice así: “amigos, no se puede timar a un hombre honesto”. Todos los asistentes a aquel cónclave de empresarios de la metalurgia pensaron que estaban ante un gran negocio. Y hubo una alianza entre todos ellos sumando en total una cantidad enorme. Piensen en que sólo la estructura metálica de la torre pesa 7.300 toneladas. Claro está, Lustig se movía como nadie en los territorios de la penumbra e hizo prometer a los que allí estaban para culminar la operación a buen precio deberían ser discretos. Todos guardaron silencio. Unos cuantos entre los estafados ni siquiera hablaron con la policía, temiendo ser acusados de usureros por la sociedad francesa. Mientras los primeros engañados, con el paso de las semanas, iban descubriendo, el embuste, la burla, el fraude. Mientras ese proceso transcurría, Lustig engañó a los empresarios del metal que no había convocado a la primera reunión. Astucia, sigilo y fiesta.
Recuerden lo que les contábamos al principio, acuérdense de aquel tipo que en 1925 celebraba su triunfo en un café de Viena. Era Victor Lustig. Después, transcurridos unos años, regresó a Estados Unidos. Ya saben, tras los locos años 20 llegó la Gran Depresión. Lustig perdió mucho patrimonio con la pérdida del valor del dinero. Pero él no se deprimió, empezó a imprimir su propio dinero. Hasta que fue detenido. Y recluido en el Centro Federal de Detención de Manhattan. No duró mucho tiempo allí. Logró escaparse haciendo una cuerda con sábanas. En su celda, bajo la almohada había una frase. Luego se supo que era una cita de "Los Miserables”, de Victor Hugo. La sentencia decía: ”La ley no fue hecha por Dios y el hombre puede equivocarse.
Tiempo después, en tras una persecución en coche, dos agentes federales lograron detener el vehículo en el que iba el conde. Victor salió del vehículo diciendo: bueno, chicos, aquí me tenéis. El FBI lo recluyó en Alcatraz donde acabó sus días una de las mentes más inteligentes del siglo XX. Nunca reveló su verdadero nombre. Si lo tienes, quieres compartirlo; si lo compartes, no lo tienes. Victor Lustig nunca compartió su secreto. Sólo reveló que nunca fue tan feliz como cuando vendió la Torre Eiffel, en dos ocasiones.