Guerra fría, guerra caliente.
Una semana más llega Javier Cancho y Punta Norte. Hoy nuestro colaborador nos habla de la "Guerra Fría" y de la profesora Elise Sarotte de la Universidad Johns Hopkins.
Nuestro colaborador hoy empieza con un audio de la voz de Mary Elise Sarotte. Es profesora de historia de la Universidad Johns Hopkins. Es una de las académicas que más tiempo dedicó a estudiar la Guerra Fría. Uno de sus libros, se tituló ‘Ni una pulgada’. En sus páginas analizaba algunos de los episodios que ocurrieron en aquel periodo de máxima tensión entre las dos superpotencias.
La señora Sarotte cuenta que los pilotos estadounidenses tenían una consigna: mantener estables la velocidad, la altura y el rumbo, no variarlos ni una pulgada, cuando se encontraban con aviones soviéticos. Y los soviéticos hacían exactamente lo mismo. Eran vuelos de vigilancia, vigilancia recíproca.
Recuerden que Alaska pertenece a Estados Unidos, mientras que Chukotka es de Rusia. Son dos territorios separados por el estrecho de Bering, que tiene una anchura de 82 kilómetros. Y en mitad del estrecho hay dos islas que reciben el nombre de islas Diómedes. La isla occidental, Diómedes Mayor, pertenece a Rusia y la isla oriental, Diómedes Menor, es propiedad de Estados Unidos. La distancia que separa ambas islas no llega a 4 kilómetros. De modo que en esa zona del mundo, los pilotos de los helicópteros procedentes de las fragatas de la Marina de los Estados Unidos echaban un ojo a la flota soviética. En la década de los 80 había frecuentes vuelos de vigilancia. Se vigilaban recíprocamente sin intercambiar mensajes, sin ninguna comunicación, pero por ambas partes con el mismo patrón de conducta. Os cuento cómo era: normalmente, al cabo de unos 20 minutos de que los helicópteros yankis hubiesen despegado, dos helicópteros de combate soviéticos Mi-24 Hind les seguían, volando junto a los americanos durante unas dos horas. Era una situación bastante surrealista. Los pilotos estadounidenses y los soviéticos acataban un código de conducta tácito. Siendo enemigos, volaban al lado. Sin cambiar el rumbo ni una pulgada, manteniendo estable la altura y la velocidad. Al acabar el día, todos volvían a casa sanos y salvos. Aquello sucedió durante uno de los tramos más revueltos de la Guerra Fría.
La profesora Sarotte presagia una era que comienza con una enorme hostilidad. Considera que está Guerra Fría será mucho más intensa. Podríamos llamarla incluso guerra caliente. El mayor riesgo de la situación actual es el que ya existía en los peores episodios de la Guerra Fría. Treinta años después de aquello, Washington y Moscú siguen controlando más del 90 por ciento de las ojivas nucleares. Cuando todo ese arsenal es más que suficiente para arrasar la mayor parte de la vida en el planeta Tierra.
Sarotte, la profesora de historia en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, dice que estamos asistiendo al comienzo de otro periodo. En un artículo en el New York Times, la profesora expresaba un temor: teme profundamente que la imprudencia de Putin pueda causar que los años transcurridos entre la Guerra Fría y la pandemia parezcan un periodo feliz para los historiadores futuros, en comparación con lo que vino después, es decir con lo que va a pasar durante los próximos años. La historiadora dice temer que todos acabemos echando de menos la Guerra Fría. Este fue su primer discurso como presidentes soviético. Los que ya tenga cierta edad, seguramente recuerden las pobladas cejas de Leónidas Breznev que fue durante casi dos décadas el rostro de la Unión Soviética. Lo fue en un tiempo de tensiones constantes, de propaganda y miedo.
Los historiadores no se pone de acuerdo sobre cuál fue su verdadera influencia en aquellos años de riesgo de conflagración. Fíjense, Leónidas Breznev era ucraniano. Más allá de su procedencia, como presidente de la Unión Soviética, con Breznev, se dan algunas circunstancia paradójicas. Porque durante los 18 años de su mandato mantuvo contenido el enfrentamiento con Occidente. Y sin embargo, en la política interior, y respecto a la etapa de Nikita Kruschev, el tipo de las cejas pobladas, Breznev, aumentó mucho la represión interna, decretó el hostigamiento a los disidentes, recluyó al físico nuclear Sajarov, y ordenó -no lo olvidemos-…él ordenó el aplastamiento sin contemplaciones de la Primavera de Praga, en el legendario año de 1968.
En aquel año de 1968, justo antes de que las revueltas en Checoslovaquia fueran aplastadas, Miguel Delibes estuvo allí. Estuvo en Praga, por primavera y habló de la novela española en dos universidades checoslovacas, que le habían invitado. Pasó un tiempo en Praga. Y lo que allí percibió, lo que sintió, lo que escuchó, después, al llegar a España, lo escribió en seis artículos que se publicaron en la revista Triunfo. Delibes los firmó entre mayo y junio del 68.
Explicó cómo los jóvenes checoslovacos salían a la calle con un planteamiento: su mensaje consideraba posible compatibilizar libertad y justicia. Delibes también tenía la convicción de que revitalizando la ética todo iría mejor. Desde esa mirada, Delibes se detuvo en lo que la Revolución Rusa se dejó por el camino. Consideró que las aspiraciones fundamentales de igualdad en la educación, acceso al trabajo, reforma agraria, desmontaje de las oligarquías...todos esos planteamientos, escribió Delibes, deberían se aceptados como parte de los derechos humanos inalienables, sin que para ello, sin que para conseguirlo, haya una supresión de las libertades políticas o de la iniciativa privada. Delibes analizó lo que de bueno tuvo la búsqueda de la justicia para todos, pero también reparó en las causas del fracaso del comunismo, que consideró económicas e ideológicas
Alexander Dubček, líder del Partido Comunista de Checoslovaquia, planteó un proyecto de apertura en el que habló dotar de una cara humana al socialismo. Las intenciones de Dubček causaron alarma en Moscú cuando proclamó que aspiraba a crear una sociedad libre, moderna y profundamente humana. Un mes antes de que los tanques soviéticos convirtieran en invierno la primavera de Praga, un mes antes, Delibes escribió: “Praga – si no se pliega o si no la pliegan- puede alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro”. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un humanismo democrático; o puede fracasar, abrumada por las presiones de su vecino. En el peor de los casos, escribía Delibes, su esfuerzo, será un ejemplo de independencia…valeroso, civilizado y tenaz.
Delibes elogia a los estudiantes. Les comprende, frente a quienes ven en ellos a los quejicas de siempre. Los universitarios de todo el mundo -escribe Delibes- lo que quieren es aire puro y honradez. Quieren que los que mandan sean consecuentes con las ideas que dicen proteger. En Praga, por primavera, Delibes encontró sonrisas, y disposición a la amistad y la cultura. El propósito que alentaba aquellas protestas no consistía en derrocar al régimen comunista, la aspiración era transformarlo. No se quería vivir bajo una dictadura. Pero, la dictadura no lo permitió. Sobre la represión de la primavera de Praga, Delibes escribió que la invasión terminaría volviéndose contra la Unión Soviética. Y así fue como sucedió. Es un hecho que las armas sirven para matar personas, pero nunca sirvieron para matar ideas.