PUNTA NORTE

Una cumbia sobre el mar

Hoy en Punta Norte aprender a perder. Javier Cancho nos acerca la figura de la poeta Elisabeth Bishop.

ondacero.es

Madrid | 27.03.2022 11:25

En el siglo XX, la década análoga a la que estamos viviendo fue la de los felices años 20. Aquello fue muy loco. O al menos esa es la sensación que ha quedado sobre cómo transcurrió aquel tiempo. De momento, en lo que llevamos de esta década la percepción es muy diferente. La concatenación de trances que hemos vivido la tenemos muy presente. Pandemia, confinamiento, enfermedad, inestabilidad económica, inestabilidad emocional, muerte, duelo por los que se fueron sin despedida, mascarillas para los que nos quedamos, empeoramiento de la pandemia, desconcierto, la emergencia climática que siendo el gran asunto se vive como un eterno aplazamiento, el volcán, la inflación, los problemas de la cadena de suministro, los efectos de la guerra de Rusia con Ucrania, la amenaza de un cataclismo nuclear. La incertidumbre por todos los frentes. Desde luego que podría hablarse de los agobiados años 20. Pero, ojo, también podemos hablar de la primavera.

El balance de nuestro malestar está ahí. Ya he dicho que no hace falta hacer memoria. Pero, la pregunta es cuántas veces hacemos balance de nuestro bienestar. Darle claridad a la mente es también una decisión. Puede ser una buena idea comprobar que el suelo sigue debajo de nosotros. Pisar con ganas el suelo puede ser incluso liberador. La sensación agradable del calor del sol sigue siendo posible. No hay nubarrones persistentes. El sol siempre reaparece. Hemos de tener en cuenta que los seres humanos podemos ser muy productivos recreando malos pensamientos. Pero, claro, también es posible pensar bien. Parece indispensable ser conscientes de algo relevante: si no sabemos lo que queremos, nunca estaremos satisfechos con lo que tenemos. Parece oportuno plantearse qué nos da la alegría. Y qué es lo que nos la quita. Igual…una opción, es leer con más calma, con más perspectiva, sobre lo que está pasando. Una opción puede ser leer menos últimas horas, cerrar el grifo de la manguera de la información que nos deja calados de la modernidad líquida que definió Zygmunt Bauman. Ese tiempo líquido donde no hay certezas. Donde perdemos el contacto con el suelo. No informamos al minuto, nos agobiamos al instante. Puede ser una buena idea dejar de mirar contenido apocalíptico. Puede ser una buena opción para estar informado elegir fuentes de información credibilidad. Una posibilidad es alejarse de Twitter, Instagram, Tiktok. Aléjense. Pruébenlo. Prueben a balizarse una cumbia ante la realidad.

Hay varios artículos publicados en los últimos años en el New York Times, en el Washington Post…en algunos de los medios más influyentes del mundo…donde se ha planteado la misma pregunta. Qué estarías haciendo si no estuvieras en Twitter o en Instagram, o en otras plataformas tecnológicas. Qué estarías haciendo. Quizá…leer un libro, dar un paseo por el campo, escuchar música, tomar un vino, hablar con un amigo al que le puedes ver la sonrisa, jugar con tus hijos, pensar en lo que hiciste el último verano, planificar lo que harás durante el próximo, besar a tu abuela, abrazar a tu padre, sumergirte en una piscina, relajarte, quitarte los zapatos, darte una ducha, elegir, decidir, contemplar, limpiar el desorden espacial y el mental. O utilizar el teléfono para llamar, para hablar con alguien a quien queremos y a quien hace meses que no escuchamos. Qué harías si liberases tu tiempo de ataduras que no te satisfacen tanto como crees.

También es indispensable aprender a perder. Por una razón fundamental: porque, desde la infancia, se enseña a la necesidad del triunfo. Por eso, resulta crucial dominar el arte de la pérdida. A perder nos enseñó la poeta Elisabeth Bishop. Perdió a su padre cuando sólo tenía 8 años. Previamente ya había perdido a su madre en un manicomio cuando Elisabet acaba de cumplir los 5. Pasó la infancia y la adolescencia en lugares ajenos, en hogares postizos. Y esa falta de arraigo le dejó traumas. Aquellos traumas se le hicieron una bola inmensa en la garganta cuando cumplió 40 años.

Era 1951 cuando Elisabeth Bishop se embargó en un carguero. Zarpó desde Nueva York. Se marchó, no con la idea de hacer turismo. Lo que pretendía era zafarse de su pasado. Se subió a un buque inmenso llamado Bowplate. El destino de aquel barco era la Tierra del Fuego. Aunque en la ruta hace paradas intermedias. Una de ellas era en el puerto brasileño de Santos en Río de Janeiro. Tenía sólo unas horas. Pero estando allí, quiso visitar a su María Carlota Costallat de Macedo Soares. A María la había conocido años atrás en Manhattan. Y María le abre las puertas de su casa de par en par. La hacienda se llamaba Samambaia (helecho gigante). María le pide a Elisabeth que no coja el barco, le pide que se quede un tiempo. Estando en Río Elisabeth había sufrido una intoxicación y María le pide que se quede hasta que se recupere. Y Elisabeth se quedó 15 años en Brasil. María Carlota Costallat de Macedo Soares era arquitecta y paisajista autodidacta, y manda edificar un estudio pensado específicamente para la poeta. Suspendido en el aire como un esbelto mirador de cristal. Aquel era un lugar mecido por las aguas de un riachuelo. María Carlota Costallat de Macedo estaba casada pero se enamoró de Elisabeth. Entre ambas hubo una intensa relación sentimental. Una relación que se quebró para siempre con la muerte precipitada de María.

Elisabet escribió: “A veces parece que solo las personas inteligentes son lo suficientemente estúpidas para enamorarse y que solo las estúpidas son lo suficientemente inteligentes para dejarse amar”. Para Elisabet la escritura era una labor tan rigurosa que llevar un poema a un punto aceptable, a ella, podía llevarle años. En cambio, perder, decía y escribía es algo sencillo: “Pierde algo cada día. Acepta el sobresalto de las llaves perdidas, de la hora malgastada. No es difícil -añadía- dominar el arte de perder”.