Fíjate tú: La Leyenda de la Brecha de Rolando
En el "Fíjate tú" de Por Fin no es Lunes te contamos hoy una leyenda que existe en el corazón de los Pirineos, en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, un paso natural hacia Francia. Una brecha, un hueco en la montaña. Parece como si alguien hubiera partido la montaña con una espada. Pero eso sería imposible ¿o no?
En Por fin no es lunes viajamos con "Fíjate tú" a uno de los lugares más bonitos de España. El Parque Nacional de OrdesaParque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Justo donde se unen España y Francia, Patrimonio Mundial de la UNESCO, al norte de Huesca. Ahí se puede ver, a 3000 metros de altura, una curiosa franja en los Pirineos, un corte, una grieta enorme en la montaña, como si hubieran abierto de agujero que sirviera de paso a Francia, como si alguien le hubiera dado un gigantesco golpe de espada a la montaña para romperla en dos, pero, ¿y si alguien hubiera realmente partido los Pirineos en dos con una espada, de un gigantesco golpe? ¿Y si fuera verdad?
Eso es lo que dice la Leyenda de la Brecha de Rolando que nace a finales del Siglo I. Un comandante francés llamado Rolando, sobrino de Carlomagno, testigo directo de la batalla de Roncesvalles donde perdieron prácticamente todo su ejército, ya de retirada volvían derrotados y cansados a su reino, pero sus enemigos no estaban del todo saciados, a pesar de la victoria así que, entre los bosques de Roncesvalles, aún recibieron muchas emboscadas que iban reduciendo todavía más, el ejército de Carlomagno. Era un valeroso comandante, de la confianza de su tío Carlomagno, así que le encargó que vigilara la retaguardia mientras volvían a casa y no era un puesto fácil.
Mientras Carlomagno sufría emboscadas por los bosques, Rolando recibía ataques despiadados por detrás. 20.000 soldados formaban esa retaguardia, que parecen muchos, pero es que cuando quisieron echar la vista atrás, vieron cómo 400.000 enemigos cabreados venían directos hacia ellos.
Rolando no quiso pedir ayuda a Carlomagno, a quien consideraba ya casi a salvo, así que, a pesar de contar con un número mucho menor de soldados que sus oponentes, decidió enfrentarse a ellos. 20.000 soldados, uno a uno, pasaron a mejor vida en una batalla realmente cruel y desigual. Rolando, cuenta la leyenda, luchó como un jabato con su poderosa espada, llamada Durandarte, porque a las espadas se les pone nombre. Luchó hasta caer desfallecido. Justo antes de perder el conocimiento hizo sonar su olifante para avisar a Carlomagno de la escabechina que habían sufrido en su retaguardia… ya no para que les vinieran a ayudar, sino para que los cuerpos de esos 20.000 hombres no fuera profanados y recibieran una sepultura acorde con sus creencias.
Y Carlomagno volvió, lo que pasa es que al llegar y ver 20.000 cadáveres, incluido el de su sobrino Rolando, pensó que era casi mejor dejarlos allí como abono para las plantas y se marchó. Pero Rolando muerto no estaba. Se despertó, aturdido y cuando miró a su alrededor, enfadado, con un esfuerzo sobrenatural, se puso en pie ayudado por su espada Durandarte, apoyándose en una roca en la que incluso hoy en día se pueden ver las marcas de sus dedos de la fuerza que ejerció, solitario, herido, rabioso huyó a Francia, pero su incansable enemigo, le seguía los pasos. Dos días de huida hasta que llegó al valle de Ordesa.
Ya casi tocando Francia, desde el último repecho de la montaña, podía ver perfectamente cómo venían a por él, que ya es ensañamiento, pero bueno, Rolando, ya se veía que aquello, como poco, pintaba feo. Una pared montañosa infranqueable delante de él que le separaba de su Francia natal, un ejército con ganas de conseguir su cabeza como trofeo y un Rolando casi sin fuerzas, sólo le quedaba su espada: Durandarte. La miró, y con una fuerza de nuevo sobre natural, quiso enviarla al otro lado de la montaña para que no la cogiera el enemigo y como saludo a su tierra. Con tal fuerza la lanzó, que la espada partió literalmente la montaña en dos, abriendo una grieta, una brecha, dejando un pasillo para que Rolando pudiera huir a Francia antes de morir.
Durandarte está clavada en una pared de Rocamadour, a unos 400 kilómetros del Valle de Ordesa, esa fue la fuerza de Rolando.