El destino de Lorena Aguirre comenzó a escribirse cuando era una niña con Bioko, el gorila de espalda plateada del zoo de Madrid. Su abuelo le llevaba un domingo al mes para poder verle y sentarse al otro lado del cristal. Nada le hacía más feliz. Aquel amor por los animales se acrecentó con su películas favoritas Mogambo y Gorilas en la niebla. Pronto las paredes de su habitación se cubrieron de fotos de animales y mapas de África. Finalmente, Lorena tuvo la misma oportunidad que Sigourney Weaver, la protagonista de Gorilas en la Niebla y viajó al corazón de África.
Llegó al Congo siendo “Dada”, apodo cariñoso que le otorgaron por su jovialidad y cercanía. Tenía 27 años, era “alocada” y “llevaba tiempo con la cabeza perdida entre las nubes de África”. Aquella joven aterrizó en su tierra soñada con un cargo bajo el brazo - directora de misión de la ONG Coopera - y con mucho trabajo por hacer. Se puso al frente de un programa de conservación comunitario llamado Mazingila cuya joya de la corona es el Centro de Rehabilitación de Primates de Lwiro. Un santuario especializado en salvar a los primates del tráfico ilegal de especies exóticas y de los que comercian con la carne de animales salvajes.
Hoy como “Mamá Lorena” vive intentando ser fiel a la vocación que le llevó hasta allí: proteger a los animales y a las personas que sufren. A su trabajo con los chimpancés, se une la atención a mujeres y niñas víctimas de violaciones y agresiones extremas, sanación de niños soldados y su empeño personal de centrarse en la salud mental para hacer un mundo mejor y más feliz. Ahora Lorena Aguirre recoge sus experiencias y su historia de superación en República Democrática del Congo en un libro que lleva por título “Amores animales”. En Por fin no es lunes hemos hablado con ella.