Enrique García Gómez: "Plantar 100 árboles no es plantar un bosque, como poner a 100 personas en fila no es hacer una sociedad"
Es ingeniero forestal, doctor en medio ambiente y autor, entre otros, de un libro titulado: ‘La inteligencia de los bosques. "Si no fuera por los árboles, no estaríamos aquí", asegura
Jaime Cantizano ha salido hoy del estudio de 'Por fin no es lunes'. Al menos virtualmente. Y se ha trasladado al bosque. Cuando estamos en plena naturaleza, no somos conscientes de la cantidad de procesos vitales que están sucediendo a nuestro alrededor. Tampoco de lo importante que es cuidarla.
Para convencer y concienciar a los oyentes, ha querido hacer su excursión acompañado de Enrique García Gómez, ingeniero forestal, doctor en medio ambiente y autor, entre otros, de un libro titulado: ‘La inteligencia de los bosques'.
"A nivel individual, cada vez estamos más concienciados, pero a nivel colectivo todo cuesta más trabajo", asegura Enrique sobre el cuidado de la naturaleza.
El libro recoge una frase de Unamuno: “Hubo árboles antes de que hubiera libros, y cuando acaben los libros continuarán los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado de cultura tal que no necesite libros, pero siempre necesitará de árboles, y entonces abonará los árboles con libros”. ¿Así de importantes son los árboles? "Sin ellos, tú y yo no podríamos estar hablando ahora", ha resumido Enrique.
Una de las cosas que hacen los árboles por nosotros es fijar el dióxido de carbono (CO2). El 50%, de hecho, de la masa de un árbol es dióxido de carbono. Y, obviamente, todo el dióxido de carbono que almacene el árbol, es dióxido de carbono que nos evitamos respirar. La madera actúa como almacén. Incluso la madera de una ventana, por ejemplo. "Deberíamos cuidarlos casi por egoísmo, porque generan vida", asegura.
Los árboles se relacionan entre sí. Es otra de las cosas que nos ha contado nuestro invitado. Se escucha mucho la frase: “se ha plantado un bosque”, pero no es real. Lo que se han plantado son árboles. No es lo mismo. "Si tú plantas 100 árboles, no tienes un bosque. Igual que si pones a 100 personas en fila, no tienes una sociedad"
Los árboles también son capaces de comunicarse. De avisarse si hay un peligro. Pasa en la sabana, por ejemplo, con las jirafas. Cuando empiezan a comerse las hojas de una acacia, las acacias próximas empiezan a segregar una toxina que cambia el sabor de sus hojas para que no guste a la jirafa. También es un fenómeno que tienen más que comprobado los pastores de animales herbívoros. Siempre avanzan pastando contra el viento porque han aprendido que a favor del viento es tóxico.
Un elemento de unión, de relación entre árboles son las micorrizas, responsables del 80 o el 90% de las relaciones que se establecen en el bosque. Son hongos que extienden el mallazo de raíces para captar agua y nutrientes. En el libro se cita el caso de un abeto de 94 años al que le encontraron conexiones con otros 47 árboles.
También se pelean. Por el Sol, por el agua, por los nutrientes, por conseguir desarrollar el hongo más idóneo… Los que dominan son los que mejor mutan. Esta lucha se da entre especies y entre congéneres.
Y se ayudan, por supuesto. A diferencia de otros, como el hombre, los árboles buscan perpetuarse como especie. En sus últimos momentos de vida, los árboles, a través de las raíces, ceden partes de sus reservas a los ejemplares más jóvenes. De hecho, existe el concepto de “árbol madre” o “árbol nodriza”, explica Enrique García Gómez.
Las agallas, un término que generalmente asociamos a los peces, tienen que ver también con los árboles. En este caso las agallas son unas bolas, del tamaño de una nuez. Muy típicas en los robles, por ejemplo. Y son la reacción del árbol a un insecto que pone allí sus huevos. La forma de las agallas es distinta según el insecto que la haya provocado. Hay incluso árboles o plantas que toman su nombre de la forma de sus agalla, como la cornicabra, de la familia del pistacho, cuyas agallas tienen forma de cuerno.
García Gómez ha pedido también a los ayuntamientos que se informen antes de plantar árboles. "No vale simplemente con ver un árbol en otro pueblo y decir "qué bonitos, voy a plantarlos yo también" porque igual en tu pueblo no valen. Las consecuencias pueden ser medioambientales -porque esos ejemplares pueden acabar muriendo-, económicas -porque se destinan recursos a plantar árboles que no sobrevivirán- e incluso de salud pública. Una mala elección de árboles puede provocar (y ha pasado, de hecho) que aumente el número de alérgicos en una ciudad.