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El sexto sentido cuántico de las aves para orientarse

Muchos pájaros poseen un sistema de navegación de precisión, se orientan a través de una brújula magnética situada en una región del cerebro. Mario Viciosa nos ha descubierto cómo funciona y ha resuelto la duda de la semana: ¿Por qué se pierden los calcetines en la lavadora?

ondacero.es

Madrid | 14.11.2021 11:05

Cuántas veces no habremos echado de menos tener a mano un mapa o un navegador. Nos hemos perdido caminando por la ciudad, dando vueltas. Y eso que tenemos puntos de referencia constantes. Pero es verdad que, cuando te pierdes, parece que has pasado tres veces por delante del mismo árbol o que no hay manera de salir de una calleja.

Pues si es difícil en tierra firme, imaginemos en el aire o sobre el mar. Y, sin embargo, las aves migratorias parecen tener un sexto sentido, ¿cómo lo hacen? Pensemos en los murciélagos, que a falta de luz nocturna tienen su particular sónar, se orientan haciendo mapas de sonidos y el eco que rebota sobre todas las superficies, como si hicieran una resonancia magnética a la ciudad y el campo. Solo que magnética, magnética, en su caso, no lo es. Pero sí en otras aves, como sí descubrieron hace algunos años. Y es que muchos pájaros poseen un sistema de navegación de precisión, se orientan a través de una brújula magnética situada en una región del cerebro.

Hace ya más de diez años que demostraron que las aves no se orientan sólo a través del campo magnético de la Tierra, sino que pueden “ver” correctamente su dirección. Las aves poseen una brújula magnética que se encuentra en una región del cerebro, denominada ‘Clúster N’, en el ámbito de los centros visuales. O sea, sería como tener en el coche un soporte de esos en los que pones el navegador o el móvil con el GPS. Porque, por así decirlo, no es que echen un vistazo a la brújula como cuando antes salíamos al campo. Lo están viendo siempre. Sería parecido a una flecha que les dice adónde ir.

Es decir, claro que les sirve el Sol y las estrellas, pero también tienen esas brújulas y cartas de navegación. Incluso, mejores que las que podría tener cualquier humano en un barco del siglo XVIII. Porque ellas están ya inmersas en la tecnología del futuro. Son capaces de aprovechar los fenómenos cuánticos de sus ojos. Recordemos que la física cuántica es la física de lo enormemente pequeño. Porque cuando observamos fenómenos que pasan a escalas pequeñísimas, más pequeñas que un átomo, las cosas funcionan de otra manera, todo es muy loco. Por ejemplo, hay partículas que pueden estar en dos estados a la vez. Imagínate, como girando para un lado y girando para el contrario al mismo tiempo. A eso se le llama superposición cuántica. Y, claro, mientras eso pase a un nivel pequeñísimo, que no vemos, pues no pasa nada, como si no existiera. Pero, ¿y si de esa partícula, que puede estar haciendo una cosa y la contraria, depende que se accione un interruptor para soltar un gas tóxico en una sala? O sea, que el interruptor podría estar

tocándose y no tocándose por esa partícula al mismo tiempo ¿Y si en esa sala hay un gato? Pues, técnicamente, el gato está vivo y muerto a la vez. Intoxicado y no intoxicado. Este experimento mental absurdo se lo imaginó Erwin Schrodinger en 1935, justamente para decir que estas cosas del mundo de lo pequeñísimo no pueden saltar o aplicarse al mundo de lo grande como un gato. Pero ahora sabemos que sí. Que sí podemos aprovecharnos. Y que, de hecho, sin darse cuenta, las aves se valen de esas paradojas cuánticas para orientarse. Significa que usan un GPS de ultimísima tecnología.

Peter Hore y su equipo de la Universidad de Oxford han estudiado el llamado criptocromo 4 (CRY4). Es una proteína que se encuentra en las células de la visión de los petirrojos. Esa proteína tiene propiedades

magnéticas, así que ya tenemos una segunda brújula de pájaros. Pero esta brújula no funciona con hierro influido por campos magnéticos de la Tierra. Funciona con la luz. Y, adivina qué es

la luz… Son puñados de fotones, que no son otra cosa que partículas pequeñísimas, más pequeñas que el átomo y, por tanto, sometidas a las loquísimas leyes de la física cuántica.

Y en esa proteína, como en todas, hay electrones. Que son otras partículas sometidas a las leyes cuánticas. Y sus propiedades sí se ven alteradas por el magnetismo. Dicho de otro modo, han descubierto lo que parece el órgano del sexto sentido de la orientación… es el ojo. El equipo de Hore se dio cuenta, además, de que sólo le sacan partido a las propiedades cuánticas de la luz y el magnetismo algunas aves, como estos petirrojos europeos. En pollos no pudieron observar esta cualidad, por eso se pierden más, van… como pollo sin cabeza. O, mejor dicho, como pollo sin criptocromo 4.

Hay otros equipos que no descartan que esto les ocurra a abejas o ballenas. Incluso hay quien cree que los humanos también podríamos usar y percibir esos campos magnéticos, pero nadie ha demostrado los mecanismos. Y, por supuesto, no tiene esto nada que ver con pseudoterapias como el biomagnetismo, dentro de la lista de pseudociencias de Sanidad. Nadie ha podido demostrar con el método científico que una de

esas máquinas de biorresonancia cuántica que usan algunos vendedores de estas terapias curen enfermedad alguna y tengan efecto bueno o malo, más allá del efecto placebo. Se ha llegado a vender biomagnetismo para prevenir la covid. Y, mira, ya tenemos una cosa que funciona mucho mejor, incluso sin chips ni imanes dentro.

¿Por qué se pierden las parejas de los calcetines?

El físico John Bell explicó muy bien en qué consistía el entrelazamiento cuántico con dos calcetines. O sea, dos partículas que, estando separadas e incomunicadas, saben lo que le pasa a su pareja, como la magia de los gemelos separados al nacer. No nos vamos a enredar con esto, porque no sirve para evitar que se pierdan en la lavadora, pero algunos científicos han trabajado el tema, y lo resumen en una cuestión de estadística y psicología.

La ecuación de Ellis y Moore viene a decir que cuanto más grande es la colada y más tediosa nos parece, más aumenta la probabilidad de que tengamos desorden en la recogida y secado de la ropa, mientras que las parejas de calcetines se tienden a separar en el tambor de la lavadora. Por eso no se pierden a la vez. Y porque, una vez pierdes sólo uno, las probabilidades de deshacer otra pareja se disparan, salvo que compremos

inmediatamente otro par, cosa que normalmente no hacemos. Por eso nos da la sensación de que no tenemos más que calcetines perdidos.