Judith González: "Usar palabras como presidenta o médica puede gustarnos o no, pero no es un invento reciente"
Nuestra colaboradora Judith González, presidenta lingüista de Por fin no es lunes, nos intenta resolver esas dudas que nos surgen a la hora de usar el masculino o el femenino en palabras que designan a los altos cargos.
Esta semana hemos conocido los primeros resultados económicos de Inditex con Marta Ortega, la presidenta ha conseguido unos beneficios récord, logrando el primer mejor trimestre de la historia de la compañía. Cuando hay noticias de Inditex, del Santander, de IBM Europa, de Microsoft Ibérica o del grupo Prosegur, entre otras, yo siempre hago una lectura rápida de ellas. Estas compañías están presididas por mujeres y me suelo fijar en cómo nos referimos a ellas. Algunas personas me responderán que con la presidenta, la curva de uso de NGRANs de esta expresión no ha parado de crecer; pero otros responderán que con la presidente, porque es igualmente cierto que la curva de uso de esta otra fórmula es una montaña rusa total, que ha tenido grandes picos de subidas y de bajadas.
“Presidenta” es una de esas palabras que mucha gente duda al emplear, que cree que no es correcta o que no está bien decir. Bueno, pues vamos a dar unos datos sobre esta palabra, si queréis, y que cada uno saque sus propias conclusiones… Lo primero que hay que tener claro es que presidenta figura hoy en el Diccionario académico: presidente y presidenta, como masculino y femenino respectivamente, y que se definen como ‘persona que preside un Gobierno, consejo, tribunal, junta, sociedad, etc.’. El segundo dato que os traigo es que, ojo, esto no es ninguna novedad. Presidenta está recogido desde el Diccionario Usual de 1803. Cabe preguntarse, yo entiendo, cómo se definía presidenta en 1803, porque a poco que uno sepa es fácil esperar que la presidenta de aquel entonces fuera la mujer del presidente, igual que la médica (recogido desde 1787) era la señora que estaba casada con el doctor. Pues ya en 1803 la definición de presidenta era doble: ‘la mujer del presidente o la que manda y preside en alguna comunidad’. Por tanto, este femenino puede gustarnos, o no, (como tantas otras palabras) pero no es un invento reciente.
Pero hay mucha gente que aún así cree que las palabras que acaban en “-nte” no tienen femenino, que el canta es el cantante, el que ataca el atacante, etc., como si esa terminación “-nte” denotara de manera genérica al ser, sin marca de género… Nuestro sustantivo ente, ese sentido del ser, del agente, al que aludes, deriva de ens, entis, que es el participio de presente del verbo latino ser. Pero, atención, no es que el participio del verbo ser en latín tuviera esta forma acabada en entis, es que todos los participios de presente del latín tenían esta misma forma: e-ntis era el de ser, ama-ntis el de amar, lege-ntis el de leer, capie-ntis el de coger y así los que queráis. Para acabar de entenderlo, vamos a ver la alineación de estas palabras: en formas como amantis, tenemos por la banda izquierda la raíz del verbo y la llamada vocal temática (am-a) y, por la banda derecha, la terminación –is, que es la desistencia de caso genitivo. En el medio del campo (aman-tis) nos queda justamente la secuencia –nt–, un infijo, un elemento que se inserta en el interior de una palabra y que se usaba aquí como una marca morfológica para indicar el subtipo concreto de declinación.
Entonces, la terminación -nte no se toma de ente porque denote al ser. El hecho de que esta terminación aparezca en todos los participios de todos los verbos latinos e incluso en otros adjetivos (como prudentis, ‘prudente’), en sustantivos que nada tienen que ver con el ser (como /leontos/, ‘león’ en griego) e incluso en determinantes (como /panta/, ‘todo’ en griego) prueba que esa –nt– no ha sido nunca, a lo largo de su historia, marca de entidad o de existencia. Nunca, por sí sola, ha denotado al ser, al ente. Llegó a denotar, en latín, al ente al entrar en interacción con el verbo ser, pero entró en contacto con este verbo, como con todos los demás verbos latinos, pues no es más que una marca morfológica de un subtipo de declinación por el que se declinaban algunos sustantivos, adjetivos y determinantes y los participios de los verbos.
Entonces, lo que históricamente tenemos es un infijo “-nt-“ y no una terminación “-nte”. En formas como amantis la -is final es marca de caso genitivo, pero el genitivo es solo uno de los seis casos que tienen las declinaciones latinas. Las declinaciones establecen distintas terminaciones en función del caso, del género y del número (aquello del rosa-rosae…): un participio como entis podía tener potencialmente en latín hasta 24 desinencias, es decir, 24 terminaciones después del infijo –nt– (entem, entis, enti, entium, entia, etc.) y son estas terminaciones las que se encargan de marcar el caso o la función sintáctica, el número y el género. Por tanto, nada en la morfología histórica de este elemento –nt– impide que las palabras que se forman con él tengan una forma distinta para el género femenino; es más, históricamente este infijo ha formado parte de palabras que explícitamente diferenciaban el género.
Pero es cierto que el español conserva este infijo fundamentalmente en la terminación “-nte”. Y ahora que sabemos de donde viene esa -nt- podemos reconocerla en más sitios, porque el español actual la conserva como una mera marca gramatical: ¿de dónde creéis que procede la nt de mediante, la de durante o de bastante? Nada en la morfología histórica del español, ni tampoco lenguas más atrás, impide que las palabras que se tienen con este componente desarrollen una forma para el género femenino. Que un fenómeno sea más o menos frecuente no conlleva que sea automáticamente incorrecto cuando acontece. Nadie duda de que infanta sea una palabra correcta (1604), tampoco he oído nunca quejas de dependienta o de sirvienta. Los hablantes juzgamos con mucha celeridad y poca reflexión qué palabras nos suenan bien o mal, qué palabras son correctas y cuáles son un invento desdeñable. Tomamos esta decisión incluso por razones tan peregrinas como haberle oído la palabra a una persona cuya ideas no compartimos. Cada uno puede prohibirse a sí mismo las palabras que quiera por los motivos que quiera. Pero lo que espero haber podido mostrar es que detrás de esos juicios prematuros, más al fondo, hay una explicación y es en esa explicación, y en ningún otro sitio, donde un lingüista encuentra la solución.