Historias del Valle Sin Retorno: Las veinticuatro horas / Twentyfourseven
El segundo apellido más utilizado en Estados Unidos se pronuncia Marinés, con acento en la e.Un nombre que, seguramente, no te dirá nada si lo escuchas de labios, digamos, de un tipo de Dakota del Norte. Pero cuando lo veas escrito, Martínez, con acento en la i, quizás se te abran algunos interrogantes sobre las profundas raíces de lo español a este lado del Atlántico. Gutiérrez, el apellido de José julio, le sigue a la zaga.
Sumido en estas reflexiones se encuentra el profesor medio gallego/medio yanqui de Historia de América, cuando solicita a sus alumnos que abran el libro que les ha recomendado esta semana para lectura por la página marcada. Título: Entender el tiempo para torpes. Editorial: Oberon práctico. Autor: Roberto Brasero. Con ilustraciones de Antonio Fraguas, el Forges. "A ver, Donald, lea usted el segundo párrafo en alto, por favor."El alumno se pone en pie y ejecuta la orden: "El mar es un elemento de cambio determinante en las predicciones meteorológicas. Por eso, resulta mucho más sencillo predecir el tiempo en Estados Unidos que en Europa. Nuestro continente está rodeado de agua mientras que, la enorme masa continental de América, hace que sus vientos difícilmente alteren su rumbo de forma brusca y cambien radicalmente las previsiones del hombre del tiempo."
A continuación, House Hulio les señala la cita que ha apuntado en la pizarra: “America is a great story and there is a river on every page of it. Estados Unidos es una gran historia y hay un río escrito en cada una de sus páginas.” Firmado: Charles Kuralt, el cronista que acompañó a Walter Cronkite en la CBS durante muchas de las célebres noches que el Evening News se mantuvo en la cadena.
“Pensaba que esta era una clase de Ciencias Políticas” protesta en voz alta una joven desde el pupitre. “No hemos venido aquí para aprender geografía.” “Estoy de acuerdo” media el profesor, “pero los hombres se definen por los lugares que habitan y quiero que ustedes entiendan porqué en este país los ricos viven en el norte y los pobres en el sur.” “Eso no es una novedad” vuelve a quejarse la misma chica. “En Europa también gozan de una economía más saneada los escandinavos que los mediterráneos.” “No me refiero a eso, señorita” ataja House Hulio con una mueca intrigante. “No hablo del norte o del sur del continente, ni del país en general. Me refiero al norte y al sur de cualquier ciudad, de cualquier pueblo, del más pequeño asentamiento. ¿Se han preguntado alguna vez porqué en Chicago, o en Washington DC, o en Minneapolis, el barrio residencial exclusivo está al noroeste y el barrio marginal al sureste?” En ese instante todos los alumnos abandonan las páginas de Brasero y levantan la mirada en espera de una respuesta.
House Hulio había caído en la cuenta tan sólo un puñado de días antes. La semana pasada, Anna y él habían decidido conducir hasta Westfield, New Jersey, para visitar la tumba de Kathy y anticiparse así a las aglomeraciones previstas en los cementerios norteamericanos durante el puente de Memorial Day. El Cóndor había zanjado de un plumazo la indecisión de su yerno sobre el destino final que deberían darle a las cenizas de su hija, y se llevó la urna de Kathy para enterrarla junto a los restos de su difunta esposa, la Katherine original, en el pueblo de Nueva Jersey que las viera crecer a ambas. Un cartel de madera con letras labradas en pan de oro le dio al matrimonio la bienvenida: “Welcome to Fairview cemetery and arboretum. A lasting memorial. A fitting tribute. Open dawn to dusk.”
Aparcaron siguiendo las instrucciones del mapa, abandonaron el vehículo y apenas avanzaron… no unos metros, sino unas yardas, porque en Estados Unidos la longitud no la marca la diezmillonésima parte de la distancia que separa el polo de la línea del ecuador terrestre, sino unas medidas arcaicas basadas en las proporciones del cuerpo de un antiguo rey de Inglaterra. Una pulgada, one inch, la anchura del pulgar real. Un pie, one foot, la longitud de la peana de su majestad. Y una yarda, one yard, la extensión del paso del mencionado monarca. La distancia entre sus pies. Así que, ya digo, House Hulio y su esposa apenas avanzaron unas yardas… cuando un guarda jurado les interceptó el paso.
“Where are you headed to? ¿A dónde van ustedes?” les preguntó con cortesía. “A la tumba de mi hermana, Kathy Donahue” le respondió Anna sin entender a cuenta de qué venía aquello. “I´ll escort you. Les acompaño.” El hombre hizo un ademán para que le siguieran y con deferencia les mostró el camino hasta la lápida. Tras agradecérselo, el guarda, por respetar su privacidad, algo que en un cementerio se considera sagrado, retrocedió unos veinte pies que, a tres pies por yarda, vienen a ser, al cambio, algo más de seis metros… pero, eso sí, sin perderles de vista en ningún momento.
“¿De qué va ese tipo?” le susurró mosqueada Anna a su marido. “Mira a tu derecha” le respondió House Hulio. “En la fila 30.” Anna paneó discretamente su mirada hasta descubrir el mármol de color rojo. Tenía la forma de la llama de una vela y, en su centro, enmarcado en un corazón sobresaliente, el rostro de Whitney E. Houston, La Voz. Debajo, una leyenda rezaba: “I will always love you.” “La enterraron con todas sus joyas, ¿no te acuerdas?” le susurró de vuelta su marido. “Vigilan a esta faraona las 24 horas, no vaya a ser que los del lado sur de la valla se animen a convertirse en saqueadores de pirámides.”
La visita resultó corta y emotiva. Luego almorzaron en Westfield, el campo del oeste, al norte del río Rahway, en la terraza de uno de los restaurantes chics que albergan los bellos edificios de ladrillo de la calle principal. “Una maravilla de sitio” le comentó Anna a José Julio. “Nos ha jodido mayo” le respondió su marido. “Estamos en el noroeste de Elizabeth town. Y en el noroeste es donde viven los ricos.” “¿Podría explicarse mejor, profesor?” le increpa Donald. “Sí, sí, perdón” le responde House Hulio volviendo en sí de sus pensamientos.
“Conecten la información que les he proporcionado. América creció junto a los ríos. La industria de las colonias fueron los molinos que se instalaron siempre sobre la fuerza de los caudales. Por eso Manhattan, que no tiene ríos de importancia, se salvó de la industria y toda vino a New Jersey, lugar que hoy desprecian los neoyorquinos por considerarlo sinónimo de zona contaminada. También acaban de aprender que en Estados Unidos los vientos son constantes y soplan de poniente. Entonces…” “So?” repite descreída la alumna guerrera. “So, los olores asquerosos de las máquinas se los lleva siempre el aire hacia la orilla sureste. Los ricos se quedan en la margen noroeste, donde no les llegan los malos humos. Any questions?” Suena la campana. Class dismissed. No hay tiempo para preguntas.