Historias del valle sin retorno: El lado positivo / The silver lining
La mayor concentración mundial de animales salvajes que te puedan comer vivo se encuentra en territorio de Estados Unidos. En las montañas de Wyoming. Al sur de Montana. Un poco al este del famoso parque nacional de Yellowstone. Ahora, la verdad sea dicha, con excepción de la pantera o el puma, a quienes les fascina la idea de cazar humanos, la mayoría de los ataques de las fieras se producen en defensa propia.
Porque un incauto decide acariciar a un osezno o porque un idiota le tira de la cola a una serpiente de cascabel para hacerse con ella un selfie. “En el campo” le cuenta el Cóndor a su nieto, “no hay nada peor que un green horn.” “¿Un cuerno verde?” pregunta Mickey” “Sí, un novato” le aclara su abuelo. “Allá arriba, la mayoría mueren simplemente por pisar donde no debieran.” Mickey abre los ojos intrigado. “Yellowstone está plagado de carteles que avisan
Jose Hulio observa a su mujer tomar asiento en el estrado para declarar. Primero es Amon Katz quien la interroga. Le pregunta si conoce al acusado y Anna dice que sí, que han coincidido en varias ocasiones. John Donahue se revuelve inquieto en el asiento: ¿es que todo el mundo se encontraba al tanto de la relación extramatrimonial de su mujer? Cuando Anna afirma que su hermana estaba locamente enamorada del doctor y que éste la trataba como a una reina, el password, que está sentado cerca de su cuñado, se sonroja y baja la cabeza incapaz de sostenerle la mirada. Parece obvio que la estrategia de Katz pasa por demostrar una impecable relación amorosa entre su cliente y la fallecida para probar la incapacidad de Sanders de causarle a Kathy ningún daño.
“Señora Gutiérrez” interviene entonces la fiscal. “Cuando su hermana Kathy le informó que estaba viviendo un affaire con el acusado, ¿no le resultó algo extraño?” “¿A qué se refiere?” pregunta Anna incomodada. “Tal vez al hecho de que su amante fuera de raza negra.” “Objection!” se levanta indignado Katz. “Sustained” le apoya el juez Kane. “Está bien” se excusa Sareena Guasaco. “Reformularé mi pregunta, señoría.”
“Señora Gutiérrez, ¿puede decirnos cuál es su apellido de soltera?” “Hill” responde Anna. “Anna Mitchell Hill” aclara. “Y ¿podría decirle a este tribunal de donde son oriundos los Hill, su familia?” “De Carolina del Sur. Mi hermana y yo crecimos en Nueva York, pero íbamos a visitar a los abuelos a Charleston todos los veranos.” “Y ¿sus abuelos tenían help/servicio doméstico?” “Sí, tenían sirvientes negros.” “¿Y cómo le parece a usted que les trataban?” “Objection!” grita Amon Katz; pero el juez parece estar interesado en ver a dónde conduce todo aquello y no admite la protesta. “Overruled! Responda a la pregunta, por favor, señora Gutiérrez.”
“Bien. Creo que les trataban bien.” “¿Bien? ¿Cómo de bien? Porque yo tengo entendido que no les dirigían la palabra… más que para darles órdenes, claro.” “Eran las costumbres de allí…”
se excusa Anna. “¿Las costumbres de allí? Entonces, usted y su hermana, señora Hill, sí que hablarían con el servicio, ¿no?” “No… No lo hacíamos tampoco” reconoce la mujer de José Hulio. Se escuchan murmullos en la sala. “¿Y eso?” insiste la fiscal. “Mi abuelo no nos lo permitía. Decía que nosotros, los notherners, estábamos malacostumbrando a los negros a base de querer entablar conversación con ellos.” “¿Podría decirse, según eso, señora Gutiérrez, que usted y su hermana Kathy crecieron en un entorno racista?” “Objection!” “Overruled!” Anna murmura algo inteligible y comienza a gimotear. “¿Podría alzar la voz y repetir su respuesta, señora Gutiérrez? No la hemos podido escuchar.” Anna no consigue serenarse y, entre gimoteos, se sorprende a sí misma escuchando su respuesta: “…el viaje entre Charleston y New York eran 800 millas… Lo normal habría sido no hacerlo de un tirón… parar a comer en algún sitio… pero empacábamos comida, las sobras del día anterior, para no tener que mezclarnos en un restaurante...” “¿Para no tener que mezclarse en un restaurante con quién, señora Gutierrez?” “Para no mezclarnos… con gente de color…”
Brooklyn tiene opossums, el único marsupial de Norteamérica. Ratas del tamaño de un gato con pelo desmadejado que duermen colgadas de la cola en las ramas de los árboles. Merodean la basura en busca de comida y, cuando se sienten en peligro, se desmayan. Pueden permanecer inconscientes entre 40 minutos y 4 horas, con lo cual hacen creer a sus depredadores que están muertas y estos pierden interés en hacerles daño. Por eso, en inglés, hacerse el muerto se dice play opossum.
Manhattan alberga majestuosos halcones de cola roja que habitan en los aleros de los rascacielos y sobrevuelan Central Park. En El Bronx, camadas de coyotes patrullan los campos de golf y los cementerios. Queens está plagado de zorros. Y en Staten Island hay ciervos para aburrirse. “¡Mira, abuelo, una mofeta!” señala a la orilla el chaval con entusiasmo. “Espero que no se acerque. Tú sabes lo que hacen las mofetas, ¿no?” “Sí, abuelo” responde Mickey con una sonrisa pícara. “Se tiran pedos que huelen a marihuana” “Hey, knuckle head! ¿Quién te ha enseñado a ti eso, cabeza hueca?” “Abuelo, please, que yo no soy un green horn…”El jurado está ahora convencido de que Kathy Donahue en el fondo era racista y que, aunque atraída por la posición y el encanto del cirujano, al quedar embarazada le saltaron las alarmas y no pudo superar la idea de dar a luz a un hijo negro. Algo que a su amante le repugnó de tal manera… que decidió acabar con su vida. El lado positivo de la historia, the silver lining, piensa el homicida, es lo extremadamente fácil que le resultó ejecutar su plan.
A John Donahue le vibra el móvil. Mira la pantalla y sale fuera de la sala. “¿Qué quieres ahora?” pregunta al auricular. “Ya lo sabes” le contesta una voz metálica. “Ya te he dicho que eso no es posible. Ha sido un error. Todo ha sido un error. Es mejor que lo olvidemos.” “¿Qué lo olvidemos, después de todo lo que yo he hecho por nosotros?”