Historias del valle sin retorno: El dique seco / The dry levee
“En realidad no soy un transgender” le explica Kingston a Grace. “Soy un gender fluid” “¿Género fluido?” Repite en voz alta Grace un poco sorprendida por la nueva terminología. “Y ¿cuál es la diferencia?” “Trangéneros son los que no se identifican con su sexo biológico. Los que pasan de chico a chica o de chica a chico.
Los gender fluid no nos identificamos con ningún género en particular… podemos sentirnos a gusto con uno o con otro según las situaciones.” “Pero…” Grace hace una pausa temerosa de ofender con la pregunta, traga saliva, y por fin se atreve a continuar. “Tú eres un chico, ¿no?” “Mi sexo biológico dice que soy una chica. Y mi carné de conducir también: Victoria. Pero yo no me siento chica. Bueno... no siempre. Por eso prefiero que me llamen Kingston. Todo el mundo lo hace; menos mis padres que se empeñan en seguir llamándome Tory.”
Desde que le escuchó presentarse en la biblioteca de la universidad, a Grace Donahue le picó profundamente la curiosidad por saber más sobre… sobre ellos. Ellos vivía al norte del estado de Nueva York, según les había contado, y eso le sirvió a la chica de disculpa para acercarse después a saludarle. ¿O a saludarles? “Hey, yo, what´s up? Me temo que somos casi vecinos. I guess we´re almost neighbors.” A penas unos minutos de conversación bastaron para que Grace se olvidara del billete pagado de autobús y aceptara compartir en el coche del gender fluid las diez horas del trayecto de vuelta a casa. “Pero la gasolina a medias, ¿eh?” dejó claro la muchacha para marcar desde el principio las distancias. “Done deal.” Trato hecho.
En Michigan el galón de gasolina está a un dólar con 78. Para entendernos: a 50 céntimos de euro el litro. Con esos precios, a nadie le asusta afrontar la carretera. Motivo por el cual están en auge las ventas de campers que, en Estados Unidos, antes de que llegaran los zapatos de la familia Fluxá, es como se ha llamado de toda la vida a las caravanas que enganchas al coche para irte a hacer camping. Campers.
Kingston y Grace planean el itinerario. De Detroit, bordeando el lago Eri, a Búfalo. Y, desde allí, todo seguido hacia el oeste: Rochester, Siracusa, Albany y casa.
No sé si lo he explicado alguna vez, pero el Valle Sin Retorno queda al noroeste del estado de Massachusetts. En un triángulo montañoso que hace frontera con el estado de Nueva York por la izquierda y con el de Vermont por la parte de arriba. Al borde de un parque nacional que se extiende hacia el oeste hasta alcanzar, ya en el estado de New Hampshire, la cabaña donde se escondió Bryan Cranston en los últimos episodios de Breaking Bad.
Ellos, Kingston, vive en New Hampshire, un estado que sólo aparece en el mapa cada cuatro años: cuando hay primarias. Mucha gente de Boston elige New Hampshire para la jubilación por la cercanía a su ciudad, la frondosidad de su naturaleza y, también hay que tenerlo en cuenta, porque no se pagan prácticamente impuestos. Y muchos de esos jubilados de Boston, sobre todo profesores de universidad con un buen retiro, se sorprenden cuando, tras mudarse al estado cuyo lema es Live Free or Die / Libertad o muerte, preguntan a sus vecinos: “¿cuándo pasan a recoger aquí la basura?” “En New Hampshire no pasa nadie a recoger la basura.” “¿Y eso?” “Muy sencillo: no hay impuestos, no hay servicios. La basura la tienes que llevar tú, machote, personalmente al vertedero.”