Historia del Valle sin Retorno: Echarle sal a la herida / To add insult to injury
Bill Clinton dijo una vez que “cualquiera de los grandes problemas que acechan a Estados Unidos… ya ha sido resuelto en algún lugar de Estados Unidos.” Sólo hay que molestarse en buscar. Por eso su mujer, Hillary Clinton, contó en la cena benéfica a la que asistió Guss Sanders que, si ganaba las elecciones de noviembre 2016, la labor de su esposo como primer caballero, sería la de salir a buscar soluciones por todos los rincones de América.
Rosy Donahue, la hija mayor de los Donahue, piensa que algo de cierto en esa filosofía sí que hay. Por ejemplo, desde que el periodismo de investigación entró en crisis porque las redacciones no tienen ya presupuesto para Woodwards y Bernsteins, en Estados Unidos han surgido unas 100 ONGs que se dedican a ello. Organizaciones, en su mayoría dirigidas por prestigiosos profesionales que provienen de medios como el Wall Street Journal, el Washington Post o el New York Times, financiadas por filántropos que creen en la libertad de prensa. Instituciones tan prestigiosas como el Schuster Institute for Investigative (invéstigatif) Journalism / Instituto Schuster de Periodismo de Investigación, con sede en la Universidad liberal de Brandeis.
La iniciativa Innocence Project / Proyecto Inocencia pone sus recursos en favor de la investigación, levantan la liebre, y luego se la presentan a la prensa convencional para que le siga el rastro. De este modo, se han denunciado muchas corruptelas. Gracias a este método, se han sacado de las cárceles a muchos presos injustamente condenados.
¿Tú de verdad crees que el programa radiofónico Serial o la serie documental de Netflix Making a Murderer son fenómenos aislados? ¿Qué están ahí sólo porque una mañana una determinada reportera tuvo la feliz idea en un taxi? Bueno, quizás una mañana una reportera tuvo la feliz idea en un taxi, no te digo yo que no; pero déjame asegurarte que sin el camino abierto por organizaciones tan sólidas como Innocence Project donde muchos abogados trabajan pro bono, o sea, gratis, les hubiera resultado imposible. “¿Quieres alucinar?” le pregunta a Rosy Donahue la abogada que ha traído el caso que investigan ahora los periodistas de Schuster. Pues escucha que te voy a dar una primicia.
El próximo caso del que vas a oír hablar muy pronto es el de George Perrot. Presta atención al nombre, porque va a hacer mucho ruido. George D. Perrot, 48 años, raza blanca. Lleva 30 años entre rejas, condenado por violar a una anciana de 78. Ahora está en manos de un juez de Massachusetts, Robert J. Kane, la posibilidad de hacer historia y declarar nulo el juicio por pruebas incriminatorias falsas. Si esto ocurre, George va a sentar un precedente contra la llamada Junk Science. La ciencia basura salida del laboratorio forense del FBI. Y a partir de ahora, ya nunca se podrá detener a nadie por los pelos… sin pruebas de ADN.
La justicia norteamericana ha condenado a 32 personas a la pena de muerte, basándose exclusivamente en un pelo encontrado en la escena del crimen que, supuestamente, correspondía al acusado. De estos seres humanos, 9 han sido ejecutados y 5 han muerto en prisión. Muchos de ellos, como George, han gritado hasta la saciedad su inocencia sin encontrar más respuesta que el eco de su propia desesperación. Hasta que, en abril de 2014, la unidad de comparación microscópica del laboratorio del FBI reconocía, en una carta enviada a cada uno de los reos condenados por esta causa, que había manipulado en favor del ministerio fiscal las evidencias. En inglés, que habían overstated the science. Para entendernos, el FBI reconocía que no hay manera científica de identificar, si no es con una prueba de ADN, al dueño de un pelo suelto.
Afirmar que un pelo es tuyo o mío, aún bajo la lupa del microscopio, obedece a un criterio puramente subjetivo. Lo que para uno es negro puede parecerle a otro pelirrojo. Lo que a ti se te antoja rizado, a mí me da que es más bien liso. Además, una misma cabellera contiene ejemplos de diferentes tonos y texturas varias.
El escándalo empezó en 2009, cuando la Academia Norteamericana de las Ciencias publicó un informe asegurando que la comparación de dos pelos, basándose en el examen microscópico de uno de ellos, no podía considerarse ciencia. En 2012, el FBI decidió revisar todos los casos juzgados con antelación al 2000, año en que las pruebas de ADN se establecieron de forma oficial. A día de hoy, de los juicios revisados en los que un forense del Laboratorio Criminal aportó una prueba testimonial en contra del acusado, se han encontrado afirmaciones erróneas en el 96 por ciento de los casos.
Rosy Donahue no da crédito a lo que está escuchando.
Lo de George Perrot (“recuerda el nombre porque pronto te vas a hartar de escucharlo”, le repite la abogada) resulta todavía más sangrante. Se le condenó en contra del testimonio de la propia víctima, que testificó en el juicio a su favor, alegando que conocía a George personalmente, porque eran vecinos, y que, de ninguna manera, había sido él quien la violó. Afirmó que su atacante estaba afeitado y el Perrot que detuvo la policía al poco de cometerse el delito, tenía barba tupida. Pues la acusación, alucina, convenció al jurado de que la señora chocheaba y que a la pobre se le iba la cabeza.
Ah, y espera que hay más. Cuando surgieron las pruebas de ADN, George solicitó que se le practicase una al cabello presentado como prueba. Pero le dijeron que lo sentían ya que la prueba se había perdido. Petición denegada.
Ahora George espera a que el juez decida si ha de celebrarse un nuevo juicio. Si es así, podría ser que el fiscal retirase los cargos para evitarse la vergüenza de reconocer su error en público. Disculparse, ya sabemos, es algo para lo que no está programado el sistema judicial norteamericano. Lo bueno es que George saldrá libre, sentando un precedente para el resto de prisioneros injustamente condenados por una justicia cogida por los pelos. Lo malo es que, para empeorar las cosas, they add insult to injury… se añade sal a la herida. George saldrá de la cárcel sin tener ninguna preparación de ningún tipo para reintegrarse a la libertad. La cárcel, se supone, que está inventada para rehabilitar a los presos. Sí, pero a los presos que van a salir algún día. A los condenados a cadena perpetua, al menos en Estados Unidos, no se les suele preparar para nada.