“¿Que me declare culpable y acepte una condena a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional? ¿Están todos ustedes locos?”
Katz trató de renegociar la fianza, pero su señoría había tomado una decisión rápida e irrevocable. Rápida, por la gravedad de los hechos. Irrevocable, porque en media hora tenía el tee time en el campo de golf y no podía entretenerse ni un minuto más si quería llegar a tiempo.
Sentado entre los bancos del público, John Donahue piensa en su esposa y la recuerda sonriente, recién salida de la ducha, en la mañana en que ella le pidió un favor: “when I get old, please don´t let me grow whiskers / por favor, cuando me haga vieja, no dejes que me crezcan pelos en el bigote.” Hasta donde John sabía, ese pensamiento tan sencillo era lo único que le aterraba a Kathy. Tenían planeado envejecer juntos y, de pronto… John descubre con sorpresa que tiene las manos empapadas en sudor. Y eso que el aire acondicionado de la Corte Suprema de Nueva York se traga a borbotones la humedad de un verano infernal que está batiendo records de temperatura en la costa Este. Deben de ser los nervios, recapacita, mientras le pide un pañuelo a su hija Grace, que permanece inmóvil, callada, como una muñeca sin vida a su lado. Es Rosy la que rebusca en el bolso y encuentra un paquete de Kleenex que le pasa a su padre. A John le destroza el corazón verlas en ese estado.
The prosecutor, la fiscal, Sareena Guasaco, llama a declarar al acusado. Guss Sanders jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad ante una Biblia.
“Señor Sanders, a usted le gustan los coches, ¿verdad?” comienza Guasaco su interregotario. “Como a todo el mundo” reconoce Sanders. “No, digamos que algo más, puesto que usted conduce un deportivo…” “Objection!” protesta el abogado defensor. “Señoría, los gustos de mi cliente en materia de transporte no son relevantes para este caso” argumenta Katz. “Puedo probar que sí son determinantes, señoría” se justifica Guasaco. “Pues si es así, sentencia el juez, más vale que lo haga de inmediato. Overruled!” “Señor Sanders,” continúa Sareena mostrándole un puñado de revistas, “¿reconoce usted estas publicaciones?” “Objection!” insiste Katz. “Overruled!” repite el juez. “Son revistas del mundo del motor” responde Sanders. “Revistas de coches que fueron recogidas en su casa durante una de las inspecciones que realizó el FBI. Señoría me gustaría que el jurado pudiera observarlas y comprobar que en cada una de ellas aparece el nombre y la dirección postal del acusado lo que prueba que está suscrito a todas ellas.” “Objection!” protesta de nuevo Katz. “Señora fiscal haga el favor de terminar su argumento.” “Señor Sanders, ¿se considera usted un experto en mecánica?” “Me
gusta…” “¿Y es esta una pasión que compartía con la fallecida señora Donahue?” “Sí…” “¿Le ayudó en alguna ocasión a Katherine Donahue a montar el motor de su coche deportivo?” “Sí, en alguna ocasión trabajamos juntos en el montaje del Packard Caribe” reconoce Sanders.
John Donahue se quiere morir. ¿Cuántos secretos más sobre su mujer va a descubrir en este humillante juicio?
“¿No es cierto señor Sanders que, como usted conocía a la perfección la mecánica del vehículo de la fallecida... le resultó fácil alterar los frenos del Packard para provocar un accidente mortal y deshacerse así de la mujer que le había rechazado?” “Objection!” grita Katz desesperado. “Sustained!” mantiene el juez solicitando a ambos letrados que se aproximen. “Señorita Guasaco” le recrimina su señoría a la fiscal, “no voy a permitir que el jurado escuche suposiciones que no están basadas en ninguna prueba que le conste a este tribunal.” “Señoría, la acusación puede aportar una prueba pericial de que los frenos del coche de la fallecida fueron alterados.” “Le concedo 12 horas para que remita esa prueba al tribunal. Se suspende la vista hasta mañana a las nueve.”
“¿Qué ha pasado le pregunta Rosy a su padre?” “No lo sé” se encoge de hombros John confundido. Rosy se abraza a su hermana y rompe a llorar mientras los asistentes abandonan la sala. “Loin des yeux, loins du coeur.” Ojos que no ven, corazón que no siente. Algunas filas más atrás, una joven con maxi gafas de sol practica francés en su móvil. “L´herbe est toujours plus verte chez le voisin / The grass is always greener on the other side.” Grace la observa intrigada; como intentando poner en perspectiva un rostro que le resulta extrañamente familiar. ¿Dónde la ha visto antes?