En 1950 el cine de moda venía de Italia con el llamado cine neorrealista. Aunque había quienes no les gustaba esa denominación. Si se trataba de hacer cine sobre la miseria, en España había bastante con lo que inspirarse. La guerra y la autarquía habían hundido la economía española, que no remontaba, y en 1950 se inicia un gran éxodo rural de miles de familias que abandonaron sus pueblos para buscarse la vida en las grandes ciudades. Un escritor llamado Sergio del Molino, en su libro acaso algo conocido ‘La España vacía’, llama El Gran Trauma a este abandono forzoso de miles de españoles de sus hogares y municipios.
La película se llama ‘Surcos’, dirigida por José Antonio Nieves Conde, está de 70º cumpleaños y es interesante saber cómo pudo saltar la mayoría de las trabas de la censura, de 1951, nada menos. Porque es una película muy dura sobre el éxodo rural del Franquismo.
María ahora vive en Aravaca, un barrio de Madrid. Pero nació en Osuna, Sevilla y ha vivido toda su vida en Cataluña. Hacía allí se fue con 28 años, recién casada, a buscarse la vida, en un viaje que duró 24 horas desde Osuna a Barcelona.
Igual que miles de personas en España, María tiene su particular historia tipo ‘Surcos’. Todavía recuerda cómo fue su llegada a la ciudad, pues su primera noche en Barcelona la pasó con su marido, Antonio, en un prostíbulo del barrio chino, en una habitación que era de grande como la cama y "había que saltar por lo alto", recuerda entre risas María.
El viaje de ida y vuelta Osuna-Barcelona lo hicieron hasta tres veces durante toda su vida porque no acababan de abrirse camino en la capital barcelonesa. Sin embargo, volvían a su pueblo para descubrir que allí no había futuro, pero tampoco había presente. Les costó encontrar trabajo en Barcelona, pero acabaron viviendo en esa ciudad 50 años.
Al principio, vivieron en diferentes sitios y sufrieron la riada del Besós en 1962, cuando vivían en un sótano. En las inundaciones perdieron absolutamente todo. Lo único que lograron salvar fue elarca de María, tallada a mano, que le regalaron sus padres. Tras esa "amarga experiencia", María confiesa que "no quería ir a Barcelona ni en pintura". Sin embargo, no se ha separado de su arca, que ha viajado siempre con ella, de Osuna a Barcelona, de Barcelona a Osuna y luego a Madrid.
María supo adaptarse muy bien a la vida en una gran ciudad: "Yo me adapto a todo y, además, qué iba a hacer, si eso era lo que había", cuenta. Se convirtió en una mujer moderna que venía de pueblo, pero que supo hacerse a la ciudad: trabajaba, se tiñó el pelo de rubio e incluso aprendió algunas expresiones en catalán que, según cuenta, todavía le salen a veces al hablar.
Sin embargo, su marido Antonio nunca se adaptó a Cataluña. "El vivió siempre, cada día de su vida, con la nostalgia de regresar a su lugar", cuenta la periodista y escritora Mari Pau Domínguez, hija de María, y autora del libro sobre la historia de sus padres 'La nostalgia del limonero'. Cuando murió Antonio, que fue en Barcelona, le incineraron y repartieron sus cenizas entre Barcelona y Osuna. Allí, las lanzaron desde la parte más alta del pueblo, cumpliendo su deseo de regresar siempre a su lugar. Además, otras pocas cenizas las utilizó María para plantar un limonero, simbolizando la vuelta a las raíces, al lugar de pertenencia, al origen de todo: la tierra.