Esta tarde y mañana desde primera hora lo de la huella de carbono en el eje Madrid-Londres dejará empequeñecida la contaminación acústica de la señorita Taylor allá por donde va. Es más fácil que se estandarice el uso del SAF o combustible verde para aviones a que el Madrid se resista a meterse cada 2 por 3 en la final de la Champions.
Viento de cola, velocidad de crucero y con la tripulación en estado óptimo salvo la gripe de Lunnin. Todos asumen, todos reman, todos conjuran esa magia especial que nutre una vitrina sin parangón. La única turbulencia ha sido la creada por Rodrygo al echar piropos a otra camiseta y a otra filosofía. Si el brasileño desea un cambio de aires, planear por otro campo, la verdad, no creo que encuentre mucha resistencia.
Eso es lo que desea el Dortmund alemán, frenar ímpetus y bajar los humos del gigante blanco plantándose en Wembley con la piel de un corderito. Algo anárquicos, con debilidades atrás, pero con esa inocencia postural que los puede hacer peligrosos. Suena extraño, pero lo veo así: el Real Madrid no está esta vez preparado para tropezar.
Otro alemán prota de la semana es el nuevo capataz del Barça. Una vez barrido el “Xavismo” con equis, Hansi Flick aterriza en los dominios de Laporta con la encomiable tarea de construir desde la modestia económica. Los jóvenes son el puntal, pero cuidado con poner exceso de equipaje en sus espaldas en pleno crecimiento.
Y aunque la final londinense lo acapara casi todo, veremos si Leganés o Eibar ascienden, si perfilamos la final de la ACB, si Alcaraz es digno heredero como rey de París mientras Piqué… pues ya sabes… con el piloto automático.