Carmen nos llama para contar "la forma peculiar" en que su padre aprendió a nadar. "Eran unos cursillos en seco en Gijón", algo que ella señala como curioso porque "para algo tenemos playa". Y explica en que consistían las clases: "Les ponían encima de una banqueta, tumbados con la tripa sobre el asiento, y les daban caldero con agua para aprender a respirar".
Desde Ceuta, Luisa nos dice que aprendió en el puerto. "Siempre nos llevaba mi padre, que era un forofo de la natación", cuenta, y recuerda que "iba con un miedo horroroso pensando que los peces me iban a comer", pero que desde entonces se pasa "todo el día en el agua".
En el lago de Sanabria comenzó a nadar Jesús, que rememora el día en que su padre les llevó a él y a su hermano a dar un paseo en patín por el lago. "Llegó un momento en que nos sentó en el borde y nos empujó al agua", cuenta. Asegura que fue "una terapia de choque" pero que "así nos quitamos el miedo".
Y Alfredo nos cuenta la historia de cómo aprendió su madre, cuando él era pequeño. "Le pusimos la cámara de un neumático como flotador porque ella era gordita", recuerda, y destaca que fue todo un caos: "Se la hinchamos con ella puesta y luego no cabía por la escalerilla de la piscina, así que se calló de cabeza al agua". Como no conseguían sacarla, dice Alfredo que "buceaba para ver si estaba viva", y añade cuando su madre salió del agua "abría tanto la boca para respirar que se doblaban hasta los árboles", bromea.