Manuel Gallardo, enfermero: "Nunca vi a tanta gente morir como en la tercera ola"
Hace un año en Más de uno creamos el Diario de la pandemia, donde los oyentes nos contaban sus historias durante el confinamiento. Un año después, Manuel Gallardo, enfermero que en marzo del 2020 nos confesaba que su mayor miedo era contagiar a su familia, nos cuenta ahora cómo ha sido su vida durante todo este tiempo.
Hace un año en Más de uno creamos el Diario de la pandemia, donde los oyentes nos contaban sus historias durante el confinamiento. Un año después, nos ponemos en contacto con ellos para que nos escriban de nuevo, con la perspectiva que da todo este tiempo que ha pasado y nos cuenten cómo ha cambiado su vida por el coronavirus.
Manuel Gallardo es un enfermero, trabaja en un hospital, y a finales de marzo del 2020 nos escribió para hablarnos del miedo que sentía a llevar a su casa el virus y contagiar a su familia. Ésta es la carta de Manuel, un año después.
Su carta un año después
Un 24 de marzo de 2020 os escribía acerca de mi aturdimiento y mi tristeza por la situación que recién acababa de comenzar, y que ni en el peor de nuestros sueños hubiéramos imaginado. Os relaté mi miedo acerca de poder contagiar a mi esposa y a mis hijos, ya que trabajaba en el hospital y el riesgo de adquirir la enfermedad era muy alto. Mi hija Eva estaba recién nacida. Precisamente ayer cumplió un añito. De estos doce meses, durante más de dos no la tuve en mis brazos, no la besé, no la mimé. No quería acercarme a ella para preservar su salud. A mi pequeño Adrián, que dentro de poco tendrá cinco años, le expliqué que no podía acercarse a mí, a pesar de que se lanzaba (y se lanza aún) hacia mí siempre que llego de trabajar del hospital. Tengo que decirle: ‘¡No, peque! Espera que me duche y me cambie de ropa’. Y por supuesto, a mi Ester, la mujer con la que comparto mi vida, afectada como dije por una enfermedad autoinmune, también la protegía. Yo usaba un aseo propio, lavaba mi ropa aparte de la de ella y los niños, e infinidad de cosas más para procurar que ellos estuviesen y estén bien.
Parecía llevar bien esta situación, intentando transmitir optimismo y cierta alegría (que es lo que se merecen los niños). Pero a la larga, a mediados de octubre, mi ansiedad ya tratada desde hacía años empeoró. Un tratamiento que estaba en vías de suspenderse tuvo que ser aumentado en dosis para controlar mi nivel de estrés y depresión. Así es. Esos primeros meses de pandemia en los que no podía tener contacto con mi familia, aunque no me diese cuenta, estaban dejando una huella muy importante en mí, una huella dolorosa que se vio empeorada por todo lo que iba ocurriendo, por todo lo que iba viendo. Segunda ola. Otra vez a sufrir. Y tercera ola: nunca vi nada igual, nunca tuve tanta carga de trabajo, nunca vi a tanta gente padecer. Como a todo ser humano, hay casos que te impactan, que te marcan, que te afectan más por alguna causa irracional, pero así es. Y como profesional, me sentí impotente por no poder dar la mejor atención posible, por no poder estar cuando una persona se encuentra sola en sus últimos minutos de vida. Cuando eso ocurre, suelo darle la mano para que sienta que no está sola. En esta tercera ola he visto a personas a punto de apagarse, pero no tuve tiempo de parar a acompañarlas, sino que tuve que seguir atendiendo durante horas a pacientes contagiados que precisaban cuidados. Tras atenderlos, volvía a la habitación de ese paciente al que no pude ofrecer mi compañía, viendo su cuerpo inerte en una cama de un hospital. En la más absoluta soledad.
El personal sanitario tiene que reponerse de todo esto, porque al día siguiente se vuelve a trabajar, y se vuelven a dar casos así. Pero no, no podemos reponernos mentalmente de todo esto tan fácilmente. Muchos estamos y nos sentimos mal. Muchos necesitamos atención psicológica. Y muchos la necesitarán en un tiempo.
Como momento alegre que me marcó en 2020, tengo que citar mi visita exprés a Sevilla, pues es allí es donde residen mis padres, mi hermana, mis sobrinos, etc., y es mi tierra natal (actualmente resido en un pueblo de Alicante). Fue en los primeros días de septiembre, con conocimiento de que en octubre la segunda ola alcanzaría el pico máximo de contagios. Aproveché para que mi familia de origen conociese a mi pequeña cinco meses después de nacer, para que viesen a mi pequeñajo, y para verlos a ellos y abrazarlos. Hubo lágrimas. No se pudieron contener, pero por primera vez desde el comienzo de la pandemia, fueron lágrimas de alegría.
Podría entrar en infinidad de detalles, pero son muchas cartas las que tenéis que leer. Sólo quiero agradeceros que leyeseis la mía hace un año en el que considero el mejor programa informativo de la actualidad. De hecho, es casi lo único que escucho, porque ha llegado un punto en el que no puedo poner noticias, pues necesito desconectar.
Enhorabuena a todo ese maravilloso e inmejorable equipo que hacéis Mas De Uno, enhorabuena a Carlos Alsina por ser, probablemente, el mejor periodista que hay en la actualidad.