El oficio de profeta es de alto riesgo. A Ezequiel lo apedrearon, a Jeremías lo lapidaron. Otros augures del Antiguo Testamento eran aserrados cuando se equivocaban. Ya dijo Maquiavelo todos los profetas amados han triunfado y los desarmados han perecido.
Pedro Sánchez se burlaba de los profetas del Apocalipsis y del caos diciéndoles que "España ni se hunde ni se rompe" y hacía sus propias profecías. En una de ellas anunciaba su Gobierno sin tacha ni corrupción y en la otra decía que todo el mundo sabe que el independentismo nunca practicó la corrupción. En las dos profecías se ha equivocado.
Mientras los de Puigdemont negociaban con el Gobierno la ley de amnistía, el Tribunal Supremo por unanimidad abría una causa contra el prófugo por terrorismo en el Tsunami. El alto Tribunal califica las acciones de terrorismo callejero como la Kale Borroka de Euskadi y dicen que el expresidente de Cataluña animó a las movilizaciones violentas. El PP ha saludado la noticia diciendo que el Estado de Derecho es más fuerte que el Gobierno.
Respecto a la profecía de la ausencia de mordidas en su presidencia a Pedro Sánchez le ha estallado en su propia sede el Caso Koldo que lo deja al borde de la ruina. Nos descubre que se guindaron millones de euros de los fondos europeos y que convirtieron un ministerio en una cofradía de rateros. Se cobraron millones de euros en mordidas. También Pedro falló como profeta cuando dijo que el Tsunami no era terrorismo.
Creían los judíos que si los profetas se emborrachaban no los llegaba la palabra de Dios y bebían leche de cabra para no tambalearse y ser aserrados. Si se equivocaban más, sin vino, porque el mollate estimula la fantasía de la adivinación ¡Viva el vino!