Dicho con la debida discreción, yo también le pregunté al rey Juan Carlos, como todo el mundo que habló con él, por su regreso. No me atrevo a entrecomillar su respuesta, pero ha sido algo así: “eso no depende solo de mí”.
Traducción: el emérito está en Abu Dabi porque le mandaron estar lejos.
Deducción lógica: volverá cuando el gobierno o la Casa Real le digan que puede volver o cuando la Justicia reclame su presencia, tal como se dijo en la nota oficial que se emitió después de su salida.
Personalmente, entiendo que hay más posibilidades próximas de una llamada a declarar que de un levantamiento de la expatriación ordenada. Y digo más: si no fuese por el espectáculo de la pena de telediario que supondría ver a Su Majestad en un recinto judicial, ya empieza a ser urgente que la Justicia diga algo, más allá del goteo de exclusivas de desconocida procedencia. En lo que se publica hay noticias ciertas y noticias falsas.
Hay filtraciones de investigaciones ciertamente efectuadas y hay intoxicaciones de intencionalidad política. Hay atribuciones de supuestos delitos y hay venganzas de corazón despechado. Y hay, al mismo tiempo, una clamorosa, también dolorosa, indefensión del rey expatriado. Para la salud democrática de este país, es positivo que se investigue toda sospecha de delito. Y a Juan Carlos, por el hecho de ser rey, no se le debiera negar la presunción de inocencia. Que, entre paréntesis, es la gran ausente del juicio paralelo a Su Majestad.