Madrid | 22.04.2021 07:54
Pues sí llegué a verlo, preocupado director. Lo que no se hace por gusto se hace por obligación. Mi mujer me decía: Fernando, que casi te tienes que levantar. Yo le decía: es que lo mismo me pregunta Alsina. Y va y me pregunta, lo sabía. Y, si no colmó mis expectativas, tampoco las defraudó.
Disfruté mucho con las caras de Isabel Ayuso, que alcanzó la categoría que le dio Raúl del Pozo, artista del cine mudo. Para desesperación de Iglesias, gana, al menos no pierde, por las caras que pone. Sentí ternura por el condenado por las encuestas, Edmundo Bal, a ver si moría en directo, y como soy muy de centro, me pareció un tipo razonable.
Había tal ambiente joven, que Gabilondo desentonaba como un senador romano en una asamblea de influencers y fue el mayor cambio de la noche: de “con ese Iglesias no” pasó al “nos quedan doce días para ganar, Pablo”. Iglesias actuó todavía como vicepresidente de Sánchez y los datos que daba demostraban cuáles son las terminales mediáticas de Podemos. Mónica García no pudo con Ayuso, pero demostró por qué tendrá más votos que Iglesias, que esa será la humillación del 4-M. Y Rocío Monasterio tiene un valor: no tendrá razón, pero defiende el cartel de los menas y la abuela, provoca rechazo, pero ella está convencida.
Los insultos fueron ajustados; las mentiras, las habituales; las críticas, las esperables; la cercada por todos, de rojo y blanco, empató el partido, y con la sensación de que nada había cambiado, me envolví en el edredón.