La escena me parece muy de este Parlamento. Entiéndase por Parlamento un lugar donde 350 señorías discuten, pero se hace lo que decide el jefe de la mayoría. Y, si la mayoría tiene que ser cualificada, se hace lo decidido por los jefes de dos partidos sobre algo que pactaron fuera del Parlamento.
A partir de esa definición suceden cosas; dejémoslo así, “cosas”. El diputado sometido a disciplina puede discrepar un poquito siempre que no llegue a la rebeldía y vote lo que le ordenan. Puede ser un Elorza y actuar de verso suelto, que es muy lucido, pero siempre con una condición: que no discuta la autoridad que en el Congreso, como en las viejas monarquías, parece proceder directamente de Dios.
Y la escena de ayer, con dos grupos que se ausentan, otros que se quejan y los terceros que se tapan la nariz es un homenaje al cinismo y a la elegante pérdida de tiempo. Porque pérdida de tiempo es simular que se vota libremente lo ya decidido sin posibilidad de revocación. Y cinismo es simular que se examina a unos señores cuando en realidad solo se les pide que digan en quince minutos que son los pintiparados para el altísimo Tribunal.
La gente dice: para ese teatrillo, que se nombren por decreto. Y yo digo: oigan, que esto no es un teatrillo; es un teatro solemne. Oigan, que esto será una vergüenza, palabra de Elorza, pero es una dignísima vergüenza: la de la sede y los representantes de la soberanía nacional. A ver si alguien tiene algo que suene mejor.