Madrid | 29.04.2021 07:50
Que una carta con balas llegue al despacho del mismísimo ministro del Interior es noticia. Si llega otra a la directora de la Guardia Civil, parece un reto a la seguridad del Estado y también es noticia. Una tercera a un candidato, sea Iglesias o quien sea, empieza a hacer intrigante esa noticia. Las demás tienenalgo de casualidad y mucho de efecto mimético.
Lo que vino después, empezando por los mítines de Grande-Marlaska y su directora de la Guardia Civil, que parecían eso de un Cristo con dos pistolas, y un Iglesias superando en victimismo al mejor independentista, es lo que se salió de madre. Informar de amenazas es obligado, no hacerlo es censura, pero lo que aquí se hizo fue otra cosa: fue la insensatez de usar otra insensatez de algún venado, incluso de algún tipo con problemas mentales, para declarar la guerra nuclear.
Alguien vio la oportunidad de dividir a los candidatos en fascistas y víctimas del fascismo y las tres izquierdas funcionaron coordinadas en esa dirección, como si fuese la clave para dar la vuelta a las encuestas. Y alguno, con su narcisismo enardecido, se erotizó de verse amenazado, perseguido por el mundo mundial y creyó encontrar ahí la vía para conmover y, ya metidos, meter en el saco del terrorismo a poderes fácticos, periodistas y a la mismísima Casa Real. No trato de quitar importancia a las amenazas. Son un delito y hay que encontrar a los autores. El error ha sido utilizarlas para un lenguaje guerracivilista.