Madrid | 13.10.2021 10:49
Hay que agradecer a Pedro Sánchez la cantidad de aficionados a los toros que está provocando su política antitaurina. Más los acosa, restringe, intimida, más se movilizan no ya los taurinos aletargados, sino las chavalas y los chavales jóvenes que se inician en la tauromaquia.
Y no soy Tezanos para establecer grandes conclusiones sociológicas, pero no estoy ciego para percatarme de que la gran novedad de estos últimos tiempos en los ruedos ibéricos consiste en un elocuente relevo generacional.
Impresionaba la evidencia estos días en la plaza de Las Ventas, igual que sucedía en La Maestranza y las arenas de menos jerarquía. El público juvenil describe la vitalidad de los tendidos. Y desafina las trompetas del Apocalipsis con que la progresía mojigataanunciaba el fin de la tauromaquia.
Es la perspectiva ideológica desde la que pretende restringirse o caricaturizarse el caudal de jóvenes aficionados a la estirpe de los cayetanos, los votantes de Vox y los seguidores de Taburete, cuando el fenómeno es en realidad mucho más heterogéneo.
El público joven desafina las trompetas del Apocalipsis con que la progresía mojigata anunciaba el fin de la tauromaquia
¿Por qué está sucediendo? Se me ocurre el impacto magnético de Morante de la Puebla. Se me ocurre el carisma de Roca Rey, el ídolo limeño. Se me ocurre la propia renovación del escalafón de toreros, en las edades y en las maneras. Y su conexión generacional con la chavalería en el espacio común de las redes sociales.
Pongo, por ejemplo, el caso de Gonzalo Caballero, o el de Román. Y el de Ginés Marín, protagonista de la salida a hombros de Las Ventas. Lo sacaron los jóvenes como a un paso de semana santa y lo iluminaron con las antorchas de los móviles hasta deslumbrarlo.
Argumentos, decía. Y puede que el más rotundo de todos sea precisamente el prohibicionismo. La tauromaquia adquiere el interés de un placer clandestino. Y no será cultura en el ideario de Sánchez ni en el reparto de bonos, pero es algo mucho mejor. Es contracultura.