Madrid | 03.10.2022 11:14 (Publicado 03.10.2022 11:04)
Voy a indultar a Tamara Falcó. A Tamara de España. Y no exagero con el genitivo. Ella misma aludió a la expectación y a la expectativa nacional cuando explicó las razones de su ruptura.
Nos ha venido bien el vodevil para desengrasar las angustias. Y ha provocado tanto interés como estupefacción.
Interés porque Tamara nos cuenta su vida a diario entre la ingenuidad y el esnobismo. La observamos como Truman Burbank en el show de Truman.
Y estupefacción, decía. A la clase intelectual, no menos esnob que la propia Tamara, le irrita e indigna que España esté pendiente de la hija de la Preysler. Y que esta clase de distracciones nos retrate como sociedad inmadura y cotilla, abro comillas, “con la que está cayendo”, cierro comillas.
Intervengo con un expediente de indulto no en defensa de Tamara, sino en sufragio de Íñigo Onieva. No ya porque las pruebas del eventual adulterio resultan insignificantes, sino porque se le ha condenado a la muerte civil de tanto sepultarlo con rumores y maledicencias.
Y el silencio no es una prueba de su culpabilidad, sino una demostración flagrante de la indefensión. La sociedad lo ha convertido en muñeco de vudú y como protagonista involuntario de un exorcismo.
Sería la contrafigura siniestra a la pureza de Tamara, cuya causa no consiste tanto en un episodio de los ricos también lloran como en la identificación de todos aquellos españoles y foráneos que son los últimos en enterarse de la arboladura de la cornamenta.