Madrid | 16.03.2021 10:48
Voy a proceder al indulto de Ángel Gabilondo. Y al candor que provoca la reyerta política en que se haya envuelto. Aspiraba a convertirse en defensor del pueblo gracias al consenso del PSOE y el PP. Y se ha encontrado lejos de las dos orillas. Expuesto a una coyuntura endiablada, entre el narcisismo de Ayuso y la megalomanía de Iglesias.
Porque no es el candidato que los socialistas querrían exactamente. Y porque él mismo recela de la política espectáculo. Es un tipo sensato y equilibrado. Un escolástico. No le queda bien el uniforme de bombero ni de paracaidista. Pero se los va a tener que poner porque el PSOE no tiene tiempo para diseñar una alternativa ni para improvisar un efecto Illa. Gabilondo es lo que hay, para entendernos. Pero igual no conviene subestimar sus posibilidades.
Dicho de otra manera: ganó las elecciones hace dos años y no pudo gobernar. Y puede perderlas el 4 de mayo, pero es probable que termine gobernando. Es el escarmiento que amenaza la temeridad política de Ayuso, el plebisicito personal que ha organizado ella misma. Y el error de cálculo de Iglesias. Perder a la vez contra el PP y el PSOE.
Es más, la condición flemática, reflexiva y escasamente carismática de Gabilondo igual proporcionan al profesor mayores opciones de cuanto revestirían una candidatura agresiva. Gabilondo tiene los rasgos que Iván Redondo atribuía a Illa. Hablemos, pues, del efecto Gabilondo. Y de la capacidad amortiguadora que caracteriza un político en las antípodas de la vehemencia y populismo de Ayuso y de Iglesias. Nadie mejor para combatirlos que un perfil exactamente contrario.
No sé si Ayuso es Trump. Ni si Iglesias es Sanders. Me parece unas comparaciones arbitrarias, oportunistas y ventajistas. Pero igual ocurre que Gabilondo sí es Biden.