Espontáneamente obligado. Y voluntariamente constreñido, procedo al indulto de Carlos Alsina. Mejor periodista del año en 2020, porque así lo ha decidido la Asociación de la Prensa de Madrid.
Y no vamos a discutir la lucidez del tribunal, su clarividencia. No ya porque una lectura irónica de los argumentos del jurado -la eufemística mención a la veteranía, por ejemplo- podría causar represalias a este humilde cronista, sino porque el premio al amado líder nos ilumina a los demás. A los que estamos más cerca. A los que más tiempo pasamos a su vera. Con bolígrafo o sin bolígrafo.
Y no estoy diciendo que el premio me lo hayan dado a mí, pero no vamos a negar mis contribuciones. Que además no ponen en entredicho los méritos del premiado. Simplemente reconocen la abnegación de la cuadrilla.
Le doy las gracias a la APM a título vicario. Y se las doy al premiado, no por las razones que le otorga el jurado, sino por las que no se mencionan. La sensibilidad. El instinto, La integridad. El escrúpulo informativo. Y el mérito que supone mantenerse en una posición no alineada cuando el debate, la crispación y la polarización reclaman posiciones militantes y fervorosos rapsodas.
Aclaro que no estar alineado no significa no estar comprometido con las obligaciones de la profesión. Todo lo contrario, significa conservar un espíritu crítico. Y recordar al Gobierno, por ejemplo, sus obligaciones con la transparencia y con la verdad. Sea Rajoy el presidente. O sea Pedro Sánchez, cuya última entrevista en Más de Uno se remonta a octubre de 2019.
Más tiempo lleva sin venir Iglesias. Porque a Alsina se le respeta y se le teme, no vaya a hacer preguntas incómodas. Ni a poner un espejo al invitado que malogre el almíbar del retrato oficial.
Llevo diez años en las estribaciones de Alsina. Y no estoy reclamando el premio por ósmosis, sino agradeciendo la experiencia. Y sintiéndome representado en una manera de ejercer la profesión que se parece mucho a la que desempeñan Morodo, Anabel y Antonio Caño.