Tan paralela y tan imaginaria que piensa Puigdemont -Puy-de-Mont- haberse convertido también él en una víctima de la persecución política. Tan lejos ha llegado su estado alucinatorio o su sentido del humor que aspira a solicitar asilo y ha contratado a un abogado de etarras, como si estuviera viviendo realmente la epopeya de la clandestinidad.
Se podía haber ahorrado el viaje. O haberse instalado en Toledo, o en Cuenca, pues tanto valen las leyes comunitarias en Castilla-La Mancha como en Bruselas, aunque Puigdemont haya querido poner una pica en Flandes y mimetizarse con el antiguo independentismo flamenco, exponiendo así la superstición de la arcaica dominación española.
Esta usted haciendo el ridículo, Puigdemont. Y daría usted pena. O ternura, si no fuera porque no ha hecho otra cosa que acobardarse. Es usted un torero de salón. Y un guerrero de paint-ball. Es usted un fakir que duerme en colchón de Ikea. Es usted un domador de leones de peluche.
Votó en secreto la independencia. Y en secreto se ha marchado de Cataluña, pretendiendo que el poble pretenda reconocer en usted un héroe del exilio cuando usted no es más que un contrabandista, un bandolero.
Y no sé si Rajoy es una fábrica de independentistas, pero oiga, usted es una industria de españolistas.