Ya la habéis entendido. Qué mierda de democracia es esta donde los mártires y los héroes están en prisión.
Más que sentirme concernido por este espectáculo sentimentaloide me entraron ganas de bostezar. E hice zapping como quien hace un exorcismo. Pero regresé a la emisión porque el late show de TV3 proponía un debate sin debate que consistió en demoler la monarquía, alimentar el monstruo de la represión española, convertir a Méndez de Vigo en un franquista de linajee y redundar en las emociones primarias de la política.
Lo peor del independentismo no es ya la ruptura de España o la aversión al otro, sino la cursilería y la infantilidad. Aquí se pasan la vida llorando. Conforman los líderes políticos un coro de plañideras que exagera el victimismo y que apela obscenamente al voto de las vísceras. Cuando se agota la palabra y el argumento, brota la lágrima.
Pilar Rahola no fue a hablar de tertuliana, sino a protagonizar un mitin sin cortapisas ni limitaciones de tiempo, amalgamando las mentiras con las lágrimas. Y cocinando un engrudo sentimental que aspira a rebanar el voto de los indecisos.
Tiene una ventaja TV3 en la recta final de la campaña. No se diferencian los contenidos informativos de los espacios publicitarios a los que tienen derecho y acceso los líderes independentistas. Por eso la irrupción de Jordi Sánchez con su mensaje de cautiverio pidiendo el voto de Puigdemont y garantizando que volverá si le hacen presidente, no parecía tanto un anuncio como una llamada desde el teléfono de aludidos.