Madrid |
Procedo a la amnistía de Marta Garcia Aller por una cuestión de cercanías. Cercanía porque aquí la tengo, curiosamente a mi izquierda. Cercanía por afinidades. Y cercanía portodo lo que acercan las discrepancias que cultivamos civilizadamente.
Se trata de animar y de reanimar la tertulia. Y de buscar los matices allí donde no pueden enfrentarnos las grandes certezas o las grandes ideas. Por eso sobreactuamos a veces. O nos miramos de reojo cuando un tertuliano hostil merece su escarmiento. Vás tú, o voy yo.
Y aquí estamos tantos años después celebrando la publicación de un libro, 'Años de perro', que compila, las inquietudes de ella misma, que deberían ser las inquietudes de todos.
Porque el feminismo es una batalla por ganarse. Porque la tecnología es una conquista por humanizarse. Porque el cambio climático nos lo tenemos que tomar tan en serio como el fútbol. Y porque las sociedades abiertas cada vez están más abiertas la credulidad y al fanatismo.
Me gusta el estilo ameno y sustancioso de Marta. Me gusta el sentido del humor de sus crónicas. La vigencia de los textos en el viaje de la memoria. Y el sustrato optimista de un libro que reflexiona sobre la velocidad y la ferocidad del tiempo, como si los años de perro con que nos hacemos viejos equivalieran a la memoria de los peces.
Por eso hay que detenerse. Leer y pensar. Y convertir el libro de Marta en el verdadero manual de supervivencia, por las preguntas que hace, por las respuestas que aporta. Y porque tiene sentido fiarse de las dudas y las certezas de una periodista que respira cordura e integridad.
Y que sonríe panorámicamente para enrolarnos en su causa, como el contrapeso preventivo a los fantasmas.