Monólogo de Alsina: "En el PP algunos sufren el 'síndrome Morata' con Albert Rivera"
A las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Les digo una cosa. Como dijo Rosa Díez después de las elecciones andaluzas, unas veces se gana y otras se pierde. Una noche estás celebrando el gol de Chicharito y otra estás maldiciendo el gol de Morata.
No es un buen día para la parroquia madridista. El Madrid no estará en Berlín, en la final de la Champions, y encima, sí estará el Barça. Morata tuvo que ser. El gol que acabó con las aspiraciones blancas tuvo que marcarlo Morata. El chaval que creció en el Castilla, se diplomó en el Madrid y fue entregado a la a Juve al terminar la temporada pasada. El canterano convertido en adversario y brazo ejecutor. El que te acaba comiendo la merienda.
Desde hoy puede ser conocido como el síndrome Morata. La figura que uno tenía dentro y cuyo potencial no supo valorar en su justa medida. El síndrome Morata es lo que sufre Izquierda Unida con Pablo Iglesias: de haberle dado cuartelillo, hoy no estaría esta formación peleando por mantenerse a flote en víspera de unas urnas que le pueden dar la puntilla. El síndrome Morata lo sufren algunos dirigentes del PP cuando ven el subidón demoscópico de Ciudadanos. Albert Rivera nunca militó en el partido pero sí rellenó la hoja de afiliación a Nuevas Generaciones. “Ay, que podría haber sido uno de los nuestros”, se lamentan, “iba para cantera del PP y ahora nos está marcando el paso desde fuera”.
El niño Rivera, le llaman en algunos despachos del PP. “Peligrosísimo” le parece a Cospedal por predicar la renovación generacional extrema. Es verdad que le ven peligroso, pero no por quiera fulminar a los mayores de cuarenta —-que ya ha aclarado, respiremos todos, que no es así—-. No es por la edad sino por el CIS. El peligro es que, como dice FAES, el votante conservador perciba que Ciudadanos existe para apuntalar al PP allí donde no obtenga mayorías: que votar a Rivera sirve para castigar al PP pero sólo un poquito. Sin llegar a poner en riesgo que siga gobernando, apoyado en el puntal. Cuidadín, dice la Fundación de Aznar, o sea, Aznar: cuidadín con alimentar esta idea de que siempre estará ahí Ciudadanos para salvar nuestros gobiernos populares porque estamos transmitiendo la idea más nociva posible, para nosotros, a nuestro electorado. Para contrarrestar esa idea ha salido Aznar a predicar la vuelta a casa de los votantes pródigos, para contrarrestar esa idea sale FAES a avisar de que Ciudadanos pactará más para cambiar gobiernos que para mantenerlos y para contrarrestar esa idea, en fin, sale el joven Casado, Pablo Casado, a acusar a Rivera de chantajista por pretender imponerle al PP las primarias. Si hasta ahora les irritaba su autoestima, desde ayer les irrita que exija como peaje más democracia interna.
De pronto el PP se ha hecho un poco chavista. No de Hugo sino de Manuel, Manuel Chaves. Él fue el primero en tachar de chantajista a Ciudadanos por reclamar su cabeza como precio para hacer presidenta a Susana.
Dentro de un rato vuelven a juntarse los diputados del Parlamento andaluz para no hacer nada. Les está cundiendo bien poco el puesto de trabajo. E igual está saliendo caro un parlamento que sólo vale para hacer la misma votación cada semana. Los grupos parlamentarios que ya andaban dando largas a la presidenta en funciones se han encontrado ahora con el mejor de los argumentos posibles —-argumento o coartada—: imposible pactar nada mientras no se aclare lo de Aznalcóllar, dicen todos ahora.
Chaves era el presidente cuando reventó la balsa de Aznalcóllar. El vertido que convirtió el Guadiamar en río de muerte. Un desastre ambiental equivalente a varios Prestiges que dejó el pueblo sin mina y sin trabajo. Seis mil habitantes que suspiran hoy porque se reabra. Y un partido, el PSOE, que concurrió a las autonómicas llevando la reapertura como promesas estrella de Susana. Reapertura que, como las propias elecciones, se le vuelven a la presidenta en contra.
El concurso para adjudicar la mina fue un paripé. Lo dice la empresa que lo perdió y comparte el criterio la juez que investiga la denuncia. Se adjudicó la mina a la peor de las dos ofertas y justo antes de que se acabara la legislatura. Había prisa por dejar el asunto resuelto. Y debió de confiar el gobierno autonómico en que la empresa perdedora, sabiendo lo que había, no levantara la voz para no crearse enemigos en la Junta. Pero se equivocó la paloma, se equivoca. Emérita, esta empresa, se presentó en el juzgado a decir: señoría, esto es un grandísimo camelo. Lo llaman concurso pero es trato de favor a dedo y a los amigos.
Esto que ayer contaba aquí Javier Caraballo. Que se reúne el directivo de la empresa favorita de la Junta con el de la otra aspirante para decirle que lo mejor que puede hacer es asociarse porque el concurso está decidido de antemano. Únete a tu enemigo porque no tienes posibilidad alguna de ganarle. Y como prueba le dice: mira, te va a llamar un alto cargo de la Junta para comentarte lo mismo. Esta forma de decir: la Junta está con nosotros y lo mejor es que te rindas. Y a los cinco minutos, piticlín piticlín, ahí está llamando el secretario general de Industria. Es un indicio, dice la juez que indaga el asunto, ¿de qué? De tongo, claro. De manipulación de un concurso público y tráfico de influencias.
La consejería de Economia, el departamento que hace llamadas (o llamaditas), dice que es la juez la que no ha sabido entender la complejidad del asunto. Que es demasiado técnico para que esta juez lo entienda. Pobrecilla, no está a su alcance. Pero en la consejería han empezado a tambalearse algunos altos cargos en sus puestos. La directora general de Industria, María José Asencio. Vicente Fernández, secretario general de la consejería y autor de la llamada. Sánchez Maldonado, el consejero. Todos saben que igual que Susana sacrificó a Griñán y Chaves cuando lo consideró imprescincible, sacrificará a estos peones si le sirve para acallar exigencias de responsabilidades.
Hoy Susana seguirá sin ser investida. Pero que nadie se engañe. No será por Aznalcóllar. Con mina o sin mina, las decisiones ya estaban tomadas. La presidenta seguirá en funciones hasta que todos los partidos hayan cruzado el río. No el Guadiamar, sino el de las urnas que llegan en dos domingos.