opinión

Monólogo de Alsina: "El Supremo y la caja B del PP"

Carlos Alsina habla en su monólogo de Más de uno sobre la sentencia del Supremo sobre el caso Gürtel y sobre el acto de celebración del 12 de octubre.

Carlos Alsina

| 13.10.2020 08:18

Ocurrió el último día de mayo de 2018. En el Congreso de los Diputados.

El señor Ábalos subió a la tribuna a exponer los motivos que llevaban al grupo socialista a presentar la moción de censura contra Rajoy. Empezó por donde debía empezar: la sentencia sobre el caso Gürtel que la Audiencia Nacional había difundido unos días antes. Aquella sentencia fue el desencadenante de la moción: el impulso que llevó a Sánchez a intentar el descabalgamiento (democrático, parlamentario) del gobierno. Lo subrayó Abalos y lo subrayó Sánchez: la justicia había considerado probada la caja B del PP y había cuestionado el crédito del presidente del gobierno, que declaró como testigo en el juicio y cuyo testimonio, a decir del tribunal, no había sido suficientemente verosímil. O traducido: que Rajoy no era creible al negar la existencia de la caja B porque qué iba a hacer, sino negarlo.

Rajoy, devaluado por una sentencia, perdió la mocion de censura y se fue a su casa. Bueno, primero se fue al reservado del restaurante y luego al registro de la propiedad.

¿Y por qué les recuerdo hoy todo esto?

Porque las sentencias de la Audiencia Nacional pueden ser recurridas al Supremo. Y ésta lo fue. Y ahora el Supremo va a emitir sentencia sobre la sentencia.

Adelanta El Español que habrá correcciones a la sentencia de 2018 en, al menos, un aspecto: la caja B del PP. No va a decir el Supremo que no existiera, pero sí que no debió la Audiencia Nacional darla por probada cuando no era eso lo que se ventilaba en aquel juicio. Y dado que la mucha o poca credibilidad de Rajoy aparecía en la sentencia a raíz de dar por probada la caja B, también esto sería rectificado. Por completar el ejercicio de memoria reciente, aquel tribunal lo integraban tres jueces: Ángel Hurtado, José Ricardo de Prada y Julio de Diego. El ponente iba a ser Hurtado pero acabó siendo De Prada. Porque el primero se quedó en minoría sobre lo de la caja B.

Hurtado no compartía el criterio de sus dos compañeros y así lo expresó en su voto particular. Ahora el Supremo (según esta informacion) haría suyo ese criterio, el de Hurtado, en contra del de De Prada.

La historia de los últimos años no va a cambiar: Sanchez es presidente porque el Parlamento así lo quiso en 2018 y porque lo volvió a querer en enero. Pero la sentencia, si se confirma en estos términos que adelante Maria Peral, dará argumentos al PP para reivindicarse y será usada por Podemos para cargar contra el Supremo.

Y lo que no parece que cambie es la condena de Rosalia Iglesias, esposa de Barcenas. Que tendría que ingresar en prisión. Hoy dice La Razon que el PP teme la ira de Bárcenas. O sea, que podría cantar victoria por lo de la caja B y Rajoy mientras se tienta la ropa por si Barcenas aun tiene munición que le complique la vida a Casado.

La tregua fue tan mínima que duró lo que usted pudo ver. El ratito en el Palacio Real esperando a que empezara el acto del doce de octubre. Veinte minutos máximo. Eso viene a ser lo que aguantan los dirigentes políticos que gobiernan el país ---y algunas de las comunidades autónomas--- sin ponerse como un trapo los unos a los otros: ¡desleal, arrogante, bocazas, fascista, antipatriota, traidor, mentiroso, mataviejos, autoritario, desnortada! Se pasan trescientos sesenta y cuatro días del año intentando convencernos de que el otro es lo peor que le está pasando a este país, una amenaza para la convivencia democrática, pero en el día de la fiesta les vemos ahí, compartiendo espacio en la plaza de Armas del Palacio Real como si fueran capaces de conversar educadamente sin clavarse un rejón y sin maniobrar arteramente para que sea el otro el que tropiece y se estampe de morros contra el suelo adoquinado.

Son muy hermosas estas escenas de enemigos íntimos enmascarillados y soportándose. De qué hablarán, ¿verdad? Cómo conseguirán hablar de cualquier cosa que no sea lo que está en la cabeza de todos.

Lo de Sánchez y Ayuso, por ejemplo. Que todo el mundo decía: a ver cómo se saludan. Como el presidente le cogió gusto, hace semanas, a saludar a la gente con un choque de codos había un cierto temor a que se les fuera la mano y acabara siendo un choque a secas. Pero no. Sánchez se llevó la mano al corazón y Ayuso respondió con un ligero movimiento de cabeza. En realidad él estaba pensando 'se me disparan las pulsaciones sólo de verte' y ella pensaba 'de eso se trata'. Luego estuvieron esperando al Rey, con la ministra Robles y el alcalde, y fingieron que volvían a ser aquella pareja bien avenida del 21 de septiembre, cuando abrazos por un bosque de banderas él interpretó al buen samaritano (que luego se vio que de Samaria no era) y ella, la pecadora arrepentida (que luego se supo que no se arrepentía de nada).

Qué me dicen de esta otra imagen, Iglesias chafardeando con Carlos Lesmes, presidente del Supremo y nueva bestia negra del gobierno. El cabecilla de la derecha judicial, así lo retratan Iglesias, Garzón y Pablo Echenique, el trío de cazafantasmas que van por ahí detectando herederos encubiertos del franquismo. El vicepresidente que está avisando al Supremo de que haga el favor de archivar lo de Dina o se atenga a las consecuencias (campañita de descrédito) en animada charña con Lesmes hablando, imagino, de la nada.

Aunque mi escena preferida fue la de Pablo Casado al ladito de Adriana Lastra, habla que te habla la delegada de Sánchez en el Congreso y líder oficiosa de la oposición madrileña. Con las cosas que no se han dicho el uno a la otra y la otra al uno en el Hemiciclo, qué se dirían ayer: hasta parecían escucharse un poco.

En fin, qué momentos tan entrañables estos. En los que fingen no ser los mismos que luego se acusan a diario de fascistas y vendepatrias.

Cualquiera diría, viéndoles, que España sufre el segundo embate de una epidemia que ha evidenciado que las rivalidades políticas lo complican (porque lo contaminan) todo y que se enfrenta, a la vez, el país a una crisis institucional que tiene como elementos destacados a un gobierno que cometió el error de confinar al rey cuando iba a haber viajado a Barcelona y del que forma parte un partido político (y dos ministros) que están decididos a aprovechar su paso por el gobierno para erosionar cuanto puedan a la corona y la monarquía parlamentaria.

No queda nada ni del salimos más fuertes, ni del salimos más unidos, ni de ninguno de los eslóganes que fue inventando la fábrica de salmos de la Moncloa. Tampoco de éste de ayer, 'El esfuerzo que nos une'. Que sabiendo lo que hay, sonaba a broma pesada.

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