El señor de la limpieza
Les voy a decir una cosa.
El título del reportaje que le dedicó Vanity Fair hace dos años era: “Los doce billones en la sombra de Larry Fink”. Y en la entradilla describían a Larry como “el hombre más poderoso de la economía de después de los rescates”. ¿Quién es este señor y a qué debe su...poder? Es el consejero delegado de Black Rock, que es una compañía norteamericana que se dedica a la “gestión de activos”.
Los doce billones de dólares de los que habla Vanity Fair no es que sean suyos, es que su empresa los gestiona. Pero además de eso, de gestionar fondos de inversión o de pensiones, se ha especializado en gestionar chatarra inmobiliaria. Algunos llaman a Fink “el señor Lobo”, en alusión al personaje Pulp Fiction y otros “el arreglador”, aunque tal vez lo más correcto sería llamarle “el señor de la limpieza”. De la limpieza inmobiliaria. Black Rock evalúa (valora) los despojos inmobiliaria en poder de bancos o grandes empresas (léase: fija el valor real que tienen hoy esos bienes, no el que sus propietarios dicen que tiene) y se ofrece a colocárselos después, a su valor real, a quien quiera comprarlos. Dices: pero quién va a querer comprar un activo tóxico. Ah, depende del precio. Quién va a querer comprar un terreno que Bankia tiene valorado en cien millones de euros. Hombre, si lo deja en diez, igual puede colocarlo.
El señor de la limpieza primero evalúa, luego liquida y, naturalmente, cobra por hacer este trabajo. Y ha acumulado tal fama de eficacia en lo suyo -gracias al gobierno norteamericano, que le encomendó limpiar la aseguradora AIG o el Bear Stearns- que le llegan consultas, y encargos, de todo el mundo. Quién sabe si está a punto de llegarle un encargo desde España, porque se ha publicado que el ministro De Guindos ha estado en contacto con Larry Fink en estas semanas previas a la segunda ronda de su reforma financiera, también llamada “limpiemos de una vez el ladrillo de los balances de los bancos”. O traducido: obliguemos a las entidades a asumir de una vez que los pisos, las promociones de viviendas terminadas, los créditos a promotores, el suelo que compraron cuando creían que el suelo siempre ganará valor -por los siglos de los siglos- ahora mismo o vale mucho menos de lo que ellos dicen o simplemente, no vale nada.
Si usted, que es un banco, dice que tiene ahí un solar espléndido y urbanizable que le costó quinientos millones -qué buena inversión hemos hecho- pero resulta que, hoy por hoy, nadie está interesado ni en construir ni en comprárselo, si no tiene usted a quién vendérselo no ya a ese precio, sino a ninguno, ¿entonces cuánto vale el solar? Quinientos millones no, y doscientos tampoco. Usted se resiste a admitirlo, porque si lo valora ahora en doscientos, cielos, tienen que apuntar en sus cuentas que ha perdido trescientos. Y a quién le gusta admitir sus pérdidas, pudiendo seguir diciendo que aunque el activo no tenga salida, sigue valiendo muchísimo. De eso va toda esta historia del saneamiento de los bancos, la limpieza del ladrillo.
Y por eso el gobierno anuncia que encargará a dos “evaluadores independientes” -dos auditoras que seguramente serán empresas privadas, extranjeras, y lo menos vinculadas posibles a la banca española- que determinen cuánto valen, de verdad, los activos inmobiliarios en poder de los bancos. Eso, por un lado. Valoración independiente y, a partir de ahí, a intentar deshacerse de la chatarra. Dices: pero van a tener que vender todo eso a precio de saldo. Bueno, “saldo” es el precio que por esos activos esté dispuesto a pagar hoy el mercado. Es lo que nos decían cuando los pisos estaban carísimos, ¿se acuerdan? ¿Cuánto vale este piso? El máximo que alguien esté dispuesto a pagar por él. Pues ahora lo mismo, toca aplicarse el cuento. Hay otros activos, claro, que no son pisos. En realidad la mayor cuantía de los llamados activos tóxicos son créditos problemáticos, es decir, que o tardarán en cobrarse más de lo previsto (por la morosidad) o directamente no podrán ser recuperados. Y ante esa eventualidad, lo que el gobierno hace es obligar a los bancos a aumentar sus provisiones, y de propina, a provisionar también más por los activos que, en teoría, no tienen ningún problema, por ejemplo hipotecas que se están pagando religiosamente o promociones de viviendas que ya tienen compradores.
Las provisiones, ¿qué es esto de las provisiones? ¿Lo que la gente almacena en el sótano de casa cuando teme que se desate una guerra nuclear? Parecido, sí. Las provisiones son como la red de seguridad. El dinero que las madres guardaban en una lata de galletas de la cocina y que estaba prohibido tocar. Ese dinero es unporsiacaso. Por si acaso sucede algo imprevisto y hay que tirar de él. En el peor de los casos, tenemos ahí la lata de galletas, nuestro colchón. A los bancos se les exige que tengan también ese colchón como garantía de que son solventes. En realidad no garantiza que, si llega el desastre nuclear, el banco siga en pie, pero digamos que hace menos probable ese escenario. Se entiende que cuanto más dinero tenga el banco en provisiones, en la lata ésa que no se toca, más solido y fiable es, pero claro, cuanto más dinero tenga que meter ahí, por obligación, menos le queda para prestar, para invertir, para moverlo.
La primera reforma De Guindos consistió en aumentar las exigencias de porsiacaso. Como se entiende que la parte más dudosa del balance de un banco son esos pisos, suelo o créditos afectado por el hundimiento del mercado inmobiliario, se puso el foco en ellos para que hubiera que provisionar más. Y además se estableció que también hubiera que apartar dinero por los otros activos, los que en teoría no suponen ningún problema. El gobierno dijo a los bancos: me meten ustedes 54.000 millones de euros en la lata de galletas de la cocina. Ahora aprieta un poco más y añade una tablilla: dependiendo de cuál sea el activo (un piso, un crédito moroso, un terrenito) hay que apartar más o menos dinero, que es un porcentaje sobre el valor del activo. Calcula el gobierno que hablamos de otros 30.000 millones de euros. A ver, banqueros, me meten otros 30.000 millones en la lata. Que, a la vez, es una forma de decir: trabajen ustedes con la hipótesis de que sus pérdidas podrían ascender a esa cuantía. Ésta es otra manera de ver las provisiones: un cálculo de pérdidas, posibles, antes las que hay que cubrirse.
¿Y ahora qué viene? Pues cada banco tiene que calcular cuánto dinero adicional ha de meter en provisiones -como el navegador del coche, recalculando- y explicarle al Banco de España de dónde sacará la viruta. En primera instancia, el dinero vendrá de sus beneficios: cuánto íbamos a ganar este año, pues me lo metes a provisiones que, si no, De Guindos se mosquea. Adiós al dividendo, señores accionistas. Vale, ¿y el que no tenga suficiente para cumplir lo que se le exige? Ah, aquí es donde entra en juego el Estado. Si al banco “A” le faltan tres mil millones para cubrir sus provisiones puede intentar pedirlos prestados en el mercado (emitir deuda) pero como ahora mismo es imposible porque tampoco hay nadie interesado en comprarla, pues sólo queda como posible prestamista el Estado. Así que el FROB “inyectará” -prestará- esos tres mil, o los que sean, a un interés del 10 % y a devolver en cinco años. Oye, si el banco cumple y devuelve los tres mil más el 10 %, el Estado, nosotros, diremos: bueno, no sólo hemos saneado la banca sino que hemos hecho negocio. ¿Y si no cumple, si no devuelve? Pues entonces...la deuda se convierte en capital, o traducido, nos quedamos con acciones del banco por importe de esos tres mil. ¿Qué ha pasado con Bankia? Que le prestamos 4.500 millones y ahora los dueños del banco somos nosotros, el Estado.
Si esta nueva reforma financiera consigue lo que se pretende, se acabarán las dudas sobre la banca española y eso revertirá en regreso de inversores y más facilidad para financiarnos. Por el camino, hay un daño colateral inmediato: si hasta ahora había poco crédito, con las nuevas provisiones los bancos van a tachar esa palabra de su diccionario.