Monólogo de Alsina

La respuesta de Alsina al mitin de Sánchez en Extremadura: "Que sea la sociedad, y no él, quien diga si su permanencia 'le renta'"

El director de Más de uno ha señalado la convicción del presidente Gobierno al preguntar y responder a sí mismo sobre la necesidad de finalizar la legislatura y no convocar elecciones.

Carlos Alsina

Madrid |

Érase una vez un señor que tenía la mala costumbre de decir él qué es lo que opinaba su mujer. En cada cena con amigos se producía la misma escena: él, que era dado a colgarse medallas, se comparaba con los demás hombres y se ponía una nota excelente. Era mejor en todo que cualquiera.

Por eso su mujer tenía que estar encantada de tenerle de marido. Lo decía con ella allí, a si lado, y callada. Él era más feminista que nadie, más honrado que nadie, más cumplidor que nadie, más mejor que cualquier otro hombre. "Soy lo mejor que le ha pasado", decía él, ufano, "conmigo ha mejorado, ha progresado económicamente, tiene más derechos que nunca". Una noche en que quiso hacerse el moderno -le había dado por grabarse vídeos para TikTok- les dijo a los amigos en la cena, con la esposa a su lado: "A mi mujer le renta".

Se sorprendió, claro, cuando ella carraspeó un poco, bebió agua, levantó el dedo para advertir que iba a decir una cosa. Sonriente, y calmada, dijo; "Eso, cariño mío, deberías dejar que fuera yo quien lo dijera". Y añadió, mirándole a los ojos: "¿No te parece?" Él se quedó un poco descolocado. "Bueno", dijo, "si lo digo es porque es un honor ser tu marido aunque sea en estas circunstancias, sé que estamos pasando una temporada difícil, pero, incluso en estas circunstancias, a ti te renta que yo… esté contigo".

Ella dijo: "¿Y entonces, por qué no dejas que sea yo quien lo diga, por qué nunca me preguntas?" Los amigos asistían a la escena ligeramente incómodos, pero francamente entretenidos. El marido dijo: "A ver, elegiste casarte conmigo, ¿no?, soy tu marido legítimo". "No he dicho que no lo seas", dijo ella, "sólo te he preguntado por qué hablas en mi nombre en lugar de dejar que sea yo quien opine". "Pues… pues por si acaso", dijo él. "¿Por si acaso, qué?" "Por si acaso tu respuesta no me gusta". "Ya nos vamos entendiendo", remató ella, "hablas por mí y te cuelgas mil medallas; a ver si al que le renta, cariño mío, es a ti".

El próximo domingo hay elecciones autonómicas en Extremadura. El presidente Sánchez estuvo mitineando ayer en Cáceres. Se preguntó a sí mismo si merece la pena gobernar España.

El presidente del Gobierno ya se preguntó una vez, abril de 2024, cuando la espantada fake, si le merecía la pena gobernarnos. Ayer hizo este juego de manos que consiste en preguntar si a España le merece la pena que gobierne él y responder él como si fuera España. A los españoles les renta este gobierno, fue su desinteresado y exquisitamente neutral veredicto. La pregunta siguiente, y obligada -pero ésta ya no se la hiz-- es por qué rehúye entonces cualquier posibilidad de que los españoles opinen ellos directamente, sin ventrílocuos que les hagan decir lo que no han dicho.

Cuando en 2023 este mismo presidente adelantó las elecciones generales lo hizo invocando la necesidad que sentía de saber si los españoles querían seguir teniendo un gobierno de izquierdas. Se habían pegado tal tortazo sus gobiernos filiales en las elecciones autonómicas que el presidente -Esa fue la versión oficial- entendió que era obligado dar voz a los españoles.

Perdió las elecciones generales y solo pudo mantener el poder dejándose apadrinar por la derecha independentista catalana al precio de una amnistía de la que antes renegaba. Dos años y medio después, sin mayoría parlamentaria, habiendo incumplido el mandado de presentar Presupuestos a las Cortes, habiendo tenido que sacudirse a dos secretarios de organización cazados por la UCO como presuntos corruptos, con tres ministerios objeto de indagación judicial y registradas varias empresas públicas, con un ministro al que llamaban el putero, y con una revuelta interna creciente, en su partido, por haber sido tibio en la denuncia de los acosos sexuales sufridos por mujeres a manos de hombres que han desempeñado cargos públicos, cargos orgánicos y cargos de confianza (cargos de confianza del presidente del gobierno en la Moncloa), dos años y medio después el presidente no ve necesidad alguna de dar voz a los españoles. Su voz vale por la de todos.

El presidente no ve necesidad alguna de dar voz a los españoles. Su voz vale por la de todos.

No es sólo que no quiera darles voz convocándoles a las urnas, es que tampoco quiere darles voz, a través de sus representantes, permitiendo que el Congreso debata y vote una cuestión de confianza. La semana pasada recordé aquí cómo en 1994, cuando a Felipe le llovían los escándalos, incluso la prensa afín le reclamaba asumir la gravedad de la crisis y preguntarle al Congreso, que fue quien lo invistió, si seguía confiando en él como presidente.

Este fin de semana, comentaristas de periódicos que casi siempre justifican cualquier acción, y cualquier cambio de posición, del presidente reversible, le han reclamado que deje de ignorar la gravedad del momento, que deje de escudarse en lo que hace o deja de hacer el resto, y que dé la palabra, ya que no a los votantes, sí al menos al Parlamento. Que sea la sociedad, y no él, quien diga si su permanencia 'le renta'. A la sociedad, no a él.

A las elecciones del domingo en Extremadura, tierra que gobernó el PSOE con holgura treinta y seis años, concurre este partido resignado no sólo a perderlas sino a no tener opciones para recuperar el gobierno. El único premio de consolación al que aspira es que la señora Guardiola -alérgica a debates y entrevistas- necesite negociar con Vox, otra vez, para ganar la investidura.

. El único premio de consolación al que aspira el PSOE es que la señora Guardiola -alérgica a debates y entrevistas- necesite negociar con Vox

Pero o es ella la investida o no lo es nadie, ése es el drama que, salvo gran sorpresa, vivirá Gallardo, y vivirá el PSOE, en una noche electoral, en extremo, dura. Hoy ofrece otro mítin el presidente, esta vez en la Moncloa y camuflado de balance del año. Aceptará preguntas de la prensa, alabado sea. El balance del año solía hacerlo por Nochebuena o los Santos Inocentes. Este año, en campaña cuesta arriba, ha madrugado.

La opinión de los obispos

Ojalá fuera solo un obispo, ¿verdad, presidente?, quien instara a elegir entre disolución de Cortes, cuestión de confianza o moción de censura (ésta última, en manos de la oposición, no del gobierno). Ojalá fuera solo un obispo por muy presidente que sea de los obispos españoles, Argüello, y por mucho que el sermón lo soltara en La Vanguardia.

Esté tranquilo el presidente porque tiene razón: hoy los obispos no influyen nada en la opinión pública. Su influencia está a la altura de la de los líderes sindicales. O de la de Yolanda Díaz, vicepresidenta dos que llama a la población a manifestarse contra el Supremo y no se mueve ni un alma y llama a Sánchez a hacer una remodelación de gobierno y tampoco nada. Como si oyera llover el presidente.

El obispo jefe Argüello recordó en La Vanguardia que fueron los grupos parlamentarios los que le dijeron, ya hace meses, que la situación política estaba bloqueada. Abogó por desbloquearla con elecciones, censura o cuestión de confianza y Sánchez, agarrando al vuelo la oportunidad de hacerse el anti-obispos, lo acusó -ay, pecador- de no aceptar la democracia.

La impostura, marca de la casa, es máxima. No sólo porque este gobierno ha mimado hasta el empalago su relación con los obispos y con su Papa, no sólo porque todo lo que afecta a la jerarquía eclesial lo ha pasteleado con ella (desde las inmatriculaciones al Valle de los Caídos pasando por los colegios confesionales), sobre todo es una impostura porque emitir una opinión sobre la situación política del país nada tiene que ver con no aceptar el resultado de las urnas. El truco, de quinta regional, lo viene usando el presidente desde hace siete años y ya no cuela. Si acaso lo que no parece muy democrático es imputar a todo el que te cuestiona no aceptar lo que los españoles han votado.

Los obispos también tienen derecho a opinar sobre política, como los ministros la tienen a opinar sobre la Iglesia o sobre el Tribunal Supremo, ¿no era eso? ¿Por qué habría de ser la jerarquía de la iglesia neutral? No lo fue cuando bendijo la negociación de Zapatero con ETA en 2006, o cuando condenó la participación en la guerra de Iraq con Aznar. No lo es cuando condena el capitalismo, o el comunismo.

Por supuesto que los obispos no son neutrales. No lo han sido nunca y sobre ningún asunto

Y la ley del divorcio, y la del matrimonio igualitario, y la ley de plazos, y la ley de eutanasia. Todas esas leyes las condena el jefe supremo de la Iglesia Católica, o sea, el Papa (Francisco, antes y León XIV, ahora) y no por eso ha dejado de hacerle la pelota tradicionalmente nuestro gobierno progresista. Por supuesto que los obispos no son neutrales. No lo han sido nunca y sobre ningún asunto. Que al gobierno le escueza ahora es otra broma pesada. Pero a opinar, chico, a opinar en una democracia tiene derecho hasta dios.